'Terra '
Ediciones Alfaguara ha publicado una colecci¨®n de fotos sobre la vida de los campesinos brasile?os del gran fot¨®grafo Sebasti¨¢o Salgado con el t¨ªtulo escueto y revelador de Terra. Las fotos, tan hermosas como turbadoras, est¨¢n comentadas por el mismo fot¨®grafo. Jos¨¦ Saramago ha escrito una introducci¨®n breve y lacerante; se publican tambi¨¦n versos del poeta Chico Buarque.Los irrestrictos apologetas del capitalismo liberal debieran ver estas fotos, aunque s¨®lo sea para que entiendan -o malentiendan- que el universo mundo no concluye en Hayek, Friedman o Popper. Es verdad que ya conocemos la cantilena apolog¨¦tica: en Brasil, como en otros pa¨ªses similares, no hay aut¨¦ntico capitalismo, sino conjunci¨®n de formas capitalistas no democr¨¢ticas y de residuos feudales muy fuertes. Seguro que es eso, seguro, pero que se lo expliquen a los ni?os que viven en cajas de cart¨®n, a las masas que alientan bajo los viaductos y los puentes en las afueras de las grandes ciudades, a los campesinos, ni?os incluidos, que trabajan todo el d¨ªa en condiciones insoportables para ganar un salario fraudulento, a los familiares de los l¨ªderes de la reforma agraria asesinados por la polic¨ªa militar, a quienes se disputan los desperdicios de la opulencia con los buitres (v¨¦anse p¨¢ginas 76-77), a los hambrientos de pan y dignidad.
Todo esto puede sonar social, que no est¨¢ de moda, que es pol¨ªticamente incorrecto y est¨¦ticamente reaccionario para algunos literatos. La moda es hablar del pensamiento ¨²nico y de la globalizaci¨®n. Veamos entonces en qu¨¦ pensamiento ¨²nico y en qu¨¦ globalizaci¨®n se mueven los desheredados que tan magistralmente retrata el gran fot¨®grafo brasile?o. Lo peor de la injusticia es que uno puede acabar acostumbr¨¢ndose a ella. Hace a?os, paseando por los alrededores de Bogot¨¢, lo supe de modo especialmente directo, v¨ªvido, gr¨¢fico, a trav¨¦s de los impasibles comentarios que mi acompa?ante, un profesor espa?ol, me hac¨ªa sobre el paisaje de gamines y desharrapados que ten¨ªamos delante de nosotros. La verdad es que ahora, al final del siglo, estamos redescubriendo el mundo: los pobres son pobres porque s¨ª, porque est¨¢n hechos de otra sustancia, como dec¨ªa la monstruosa Bernarda de Garc¨ªa Lorca.
Ser¨¢ por eso, digo, es un decir, como cant¨® el poeta. Y encima hay que soportar el discurso cient¨ªficista del capitalismo vencedor y hegem¨®nico. Que haya el menor Estado posible, el menor intervencionismo posible, que "triunfe el libre juego de las fuerzas del mercado", frase que suena tan poco social, pero tan hermosa para algunos o¨ªdos. Lo sabemos: una mentira, a fuerza de repetirse, se convierte en verdad. Hace a?os, Stalin era un liberador de hombres y pueblos; hoy es el santo mercado el que nos ha de liberar a todos. Los campesinos brasile?os lo saben muy bien. Claro -?oh, s¨ª, claro!- que all¨ª no hay verdadero capitalismo liberal, democr¨¢tico, que siempre apuesta por los derechos humanos...
Lo siento, pero hoy no me merece la pena discutir; con este libro en la mano, con estas fotos ante los ojos, no la merece. S¨®lo que es preciso exigir que no se nos tome por tontos y que mientras menos cuentos malos nos cuenten ser¨¢ mejor para todos. Los cuentos, que sean buenos, por favor. Un poco de est¨¦tica al menos.
"La belleza ser¨¢ convulsiva o no ser¨¢", dej¨® escrito Andr¨¦ Breton. Convulsivas son estas im¨¢genes de Sebastiao Salgado. Los campesinos brasile?os luchan por la tierra, por los 450 millones de hect¨¢reas aprovechables que tiene el pa¨ªs; hoy s¨®lo lo son 60 -exceptuadas las ¨¢reas ocupadas por explotaciones de ganader¨ªas extensivas, poco productivas- y est¨¢n en manos de unos cuantos. Las cifras resultan tambi¨¦n convulsivas para darse cuenta de que en este mundo nuestro -digo, es un decir, el mundo es de otros- sobra desverg¨¹enza y falta dignidad. "Yo no aprend¨ª la libertad en Marx, sino en la miseria", dijo Albert Camus, un testigo de la dignidad de los hombres. Como lo es Sebasti¨¢o Salgado. Este libro suyo es un libro necesario, hiriente, justiciero. Un libro para la guerra, no para la paz. Qu¨¦ le vamos a hacer. Hay la guerra de la dignidad, hay la paz de los sepulcros. Yo estoy por la primera.
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