Mercenarios en el feudo del dictador
Gbadolite, el feudo del presidente Mobutu a 1.000 kil¨®metros de Kinshasa, est¨¢ intacto y bajo control de los mercenarios al mando del serbio Dominic, seg¨²n ha podido comprobar el enviado del diario franc¨¦s Le Monde.El mercenario se presenta ante el periodista en estos t¨¦rminos: "Soy el coronel Dominic y su diario escribe porquer¨ªas sobre m¨ª. Soy serbio y tambi¨¦n franc¨¦s. No comprendo el ensa?amiento de la prensa. Pregunte en la plaza Beauvau [sede del Ministerio franc¨¦s del Interior], all¨ª saben qui¨¦n soy".
El coronel Dominic es el jefe de los mercenarios reclutados por los zaire?os. Lleg¨® el pasado 6 de enero, estuvo en Kisangani, la capital del Alto Zaire, hasta mediados de marzo, antes de retirarse junto a sus colegas hacia Bumba. Numerosos testigos ponen en duda la ejemplaridad de su comportamiento cuando abandon¨® Kisagani. Los mercenarios llegaron al feudo de Mobutu con su material.
Gbadolite no ha sido objeto de pillaje por los militares zaire?os, en contra de los rumores persistentes de los ¨²ltimos d¨ªas. Los edificios oficia les del centro est¨¢n en mejor estado que los de Kishasa.
La residencia presidencial
En un extremo de la ciudad, el palacio del presidente Mobutu est¨¢ dividido en tres alas. A la derecha, un bloque monumental donde se halla la residencia del mandatario; a la izquierda, la zona para recibir a los hu¨¦spedes; al fondo, la gran sala de banquetes para las recepciones. En el centro, dos grandes estanques rodeados de vegetaci¨®n donde los p¨¢jaros cantan. Las estatuas est¨¢n en su sitio. Nadie ha tocado nada. La villa natal del padre del presidente est¨¢ intacta.
En Kawele, a una decena de kil¨®metros de Gbadolite, el mariscal mand¨® construir otra residencia de m¨¢rmol rosa perdida entre la vegetaci¨®n. Nen¨²fares en flor flotan en los estanques. Limusinas de lujo y veh¨ªculos todoterreno descansan en el aparcamiento. Nadie ha tocado nada. El pueblo natal de la madre del presidente est¨¢ intacto.
Los militares destacados en esta regi¨®n son fieles y, por ahora, discplinados. Pero algunos tienen miedo. Hay que ver sus prisas por subir a bordo del Antonov que regresa a Kinshasa. Se baten con la energ¨ªa de la desesperanza, se arrastran por tierra, reh¨²san obedecer e intercambian golpes con sus superiores. Una decena de ellos consigue una plaza con armas y equipaje. Kinshasa les espera. Pero con sus rumores, sus incertidumbres y la perspectiva de ver desembarcar un d¨ªa a los rebeldes de Laurent-Desir¨¦ Kabila, la capital no puede ser m¨¢s segura que Gbadolite.
copyright Le Monde.
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