Lecciones de un centenario
Los rayos cat¨®dicos -base de nuestra televisi¨®n actualeran uno de los grandes misterios cient¨ªficos de finales del siglo XIX. Populares entre los Conferenciantes y el p¨²blico culto de la ¨¦poca por los dibujos luminosos que mostraban en tubos evacuados, su constituci¨®n era sin embargo desconocida. ?Se trataba de ondas, como la luz, o de ¨¢tomos cargados el¨¦ctricamente?Tras varios experimentos decisivos, el f¨ªsico ingl¨¦s J. J. Thomson propuso que los misteriosos rayos eran part¨ªculas con carga, pero con una masa mucho menor que la de un ¨¢tomo, que se supon¨ªa era la cantidad b¨¢sica e indivisible de la materia. Los ¨¢tomos, seg¨²n Thomson, estar¨ªan formados ¨²nicamente por esas nuevas part¨ªculas, a las que ¨¦l llam¨® "corp¨²sculos", luego denominadas "electrones" por otros.
Tan atrevida propuesta, hecha p¨²blica en la Royal Institution de Londres ahora hace cien a?os, fue, como casi todas las ideas revolucionarias, recibida inicialmente con escepticismo. M¨¢s a¨²n, sus consecuencias fueron imposibles de entrever, incluso para el mismo Thomson, que escribir¨ªa: "?Puede haber algo m¨¢s impr¨¢ctico a primera vista que un cuerpo cuya masa es una fracci¨®n insignificante de la de un ¨¢torno?"'. Estas palabras nos hacen ahora sonre¨ªr: el concepto de electr¨®n pronto abrir¨ªa las puertas del mundo subat¨®mico y de la mec¨¢nica cu¨¢ntica, y con el tiempo ser¨ªa el fundamento para el desarrollo de la sociedad electr¨®nica en que vivimos.
Desde la medicina a la educaci¨®n y la cultura, desde las comunicaciones a la informaci¨®n o al ocio, nuestra civilizaci¨®n actual depende de las tecnolog¨ªas basadas en ese cuerpo y la econom¨ªa mundial gira en torno a un ser tan diminuto. El historiador de la ciencia Michael Riordan estima que el dinero que en conjunto generan cada a?o la industria electr¨®nica y las que dependen de ella se acerca a los 10 billones de d¨®lares, comparable al producto nacional bruto de todo Estados Unidos.
Ser¨ªa dif¨ªcil encontrar un ejemplo mejor que ilustre mejor el valor de la investigaci¨®n b¨¢sica no s¨®lo para ampliar el conocimiento del mundo que nos rodea, sino para mejorar nuestras condiciones de vida. La senda que sigue la investigaci¨®n b¨¢sica antes de desembocar en una nueva tecnolog¨ªa es a veces tortuosa y llena de pasos en falso, como cuando Thomson supuso, err¨®neamente, que los ¨¢tomos estaban formados exclusivamente por electrones. Pero al final las recompensas para la sociedad m¨¢s que justifican posibles esperas y traspi¨¦s.
Este centenario nos recuerda que las grandes ideas no aparecen o se mantienen en el vac¨ªo. Thomson se bas¨® en los trabajos de muchos otros cient¨ªficos para dise?ar sus propios experimentos y para sacar unas extraordinarias conclusiones que, dicho sea de paso, no estaban cien por cien justificadas. S¨®lo un genio como Thomson fue capaz de dar ese salto en el vac¨ªo que supone enunciar una idea revolucionaria. Pero incluso ese genio necesit¨® de otros para comprobarla y perfeccionarla.
La historia del electr¨®n muestra de modo incomparable la simbiosis entre ciencia b¨¢sica y tecnolog¨ªa, pues si ¨¦sta es el resultado de aqu¨¦lla, no es menos cierto que los grandes descubrimientos son posibles gracias a avances en tecnolog¨ªas ya existentes. As¨ª, el desarrollo de las t¨¦cnicas de alto vac¨ªo fue crucial para el estudio de los rayos cat¨®dicos que permiti¨® a Thomson concluir que se trataban de "cargas de electricidad negativa transportadas por part¨ªculas materiales".
Estas tres lecciones -los beneficios sociales de la ciencia fundamental, su florecimiento en un terreno suficientemente abonado y su interdependencia con la tecnolog¨ªa- son especialmente pertinentes en nuestros d¨ªas, en que la presi¨®n para disminuir el gasto p¨²blico puede llevar a nuestros gobernantes a una visi¨®n miope del valor de la ciencia.
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