Praga, la madrastra de Kafka
El museo Granell muestra en Santiago de Compostela la relaci¨®n del autor checo y su ciudad
Praga fue para Franz Kafka (1883-1924), como la vida entera, una condena, una "madrastra que tiene garras" y que "no le suelta a uno". Anhel¨® m¨¢s de una vez viajar a lugares remotos; de joven, incluso, acarici¨® la idea de vivir en Espa?a. Pero nunca se desembarazo de la bella y dolorosa presencia de la capital bohemia, en la que vivi¨® casi como un extra?o: alem¨¢n entre checos, checo entre alemanes, jud¨ªo entre todos ellos. Parte de la memoria fotogr¨¢fica de esa relaci¨®n del escritor y su ciudad se expone en Santiago de Compostela, en la fundaci¨®n del pintor surrealista Eugenio Granell, por iniciativa de la Embajada de la Rep¨²blica Checa.Kafka y Praga -como Joyce y Dubl¨ªn- constituyen uno de esos casos en los que resulta imposible separar al literato de su paisaje. Lo singular del autor de La metamorfosis es que no se trata de un paisaje meramente geogr¨¢fico, ni siquiera humano, sino m¨¢s bien existencial. De hecho, no hay referencias expl¨ªcitas a la ciudad o a alg¨²n lugar concreto de ella en ninguna de sus principales obras.
Lo que comparten, y hasta confunden, Praga y la literatura de su c¨¦lebre jud¨ªo es una atm¨®sfera, ese aire l¨²gubre que se respira en los laberintos kafkianos y que parece atravesar tambi¨¦n los callejones de la Ciudad Vieja, entre los que pas¨® la mayor parte de su vida. "Kafka absorbi¨® todos los humores y los venenos de Praga", escribe Angelo Maria Ripellino, un poeta italiano que explor¨® en profundidad las topograf¨ªas reales y literarias de la ciudad del r¨ªo Moldava. El mismo Ripellino, al tratar de definir la esencia de la capital checa, da con una frase que parece aplicable por igual al autor y a su terru?o: "Si busco otra palabra para decir arcano, me sale solamente Praga".
Por todo ello, el t¨ªtulo de la exposici¨®n de Santiago suena casi redundante: Franz Kafka vivi¨® en Praga. Pero Irena Moozov¨¢, consejera cultural de la Embajada checa en Madrid, cree necesaria la insistencia. "Mucha gente", asegura, "a¨²n lo identifica de modo gen¨¦rico como un escritor centroeuropeo, cuando no alem¨¢n, porque fue el idioma que utiliz¨®. A ello ha contribuido tambi¨¦n el olvido en que cay¨® en nuestro pa¨ªs durante los a?os del comunismo. Los checos estamos recuperando ahora a Kafka del mismo modo que a los escritores disidentes como Havel o Kundera".
La exposici¨®n es "muy sencilla y did¨¢ctica", seg¨²n la define Natalia Fern¨¢ndez, directora de la Fundaci¨®n Granell. En 38 paneles se distribuyen fotograf¨ªas de la familia Kafka y de la Praga de principios de siglo, junto a copias de documentos -las notas del, instituto, los pasaportes, una ficha policial, sus esquelas...- y de portadas de las primeras ediciones de sus obras. Y un solo cuadro, Odradek, del propio Granell, quien tom¨® el t¨ªtulo del nombre de uno de esos absurdos objetos elucubrados por Kafka: un carrete de hilo que sube y baja las escaleras sobre dos varillas. La muestra, que viene de recorrer Escandinav¨ªa, ir¨¢ luego al Centro de Cultura Alemana de Madrid y al Museo Sefard¨ª de Toledo, antes de viajar a Latinoam¨¦rica.
El repaso al ¨¢lbum fotogr¨¢fico de la familia permite constatar hasta qu¨¦ punto era cierto el contraste f¨ªsico entre Kafka y su temido padre, que el mismo autor de El proceso describi¨® con cierto patetismo: "Mi cuerpo es escu¨¢lido, canijo, enclenque; el tuyo, vigoroso, corpulento, bien formado". Entre los fragmentos de sus diarios y sus cartas, aparecen resaltados los demoledores dict¨¢menes que el autor emit¨ªa sobre s¨ª mismo: su "l¨²gubre gravedad", su "sexualidad enfermiza", su "expresi¨®n de malignidad...". Kafka dec¨ªa que toda su vida estaba organizada en funci¨®n de la escritura, y ¨¦sta no era fruto de un placer, sino de un desgarro. La palabra, confiesa a su diario, le brotaba como "carne cruda", "carne cortada de m¨ª mismo".
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