Derecha e izquierda evitan definirse sobre el modelo que desean para la UE
Europa est¨¢ en el origen de la convocatoria anticipada de elecciones. El calendario establecido en Maastricht obliga a Francia a reducir con urgencia deuda y d¨¦ficit, Estado e inversiones p¨²blicas. Eso, en un pa¨ªs con tres millones de parados y cinco millones de funcionarios, tiene un coste enorme en popularidad. De ah¨ª que Jacques Chirac y Alain Jupp¨¦ no quisieran esperar hasta marzo de 1998 para presentarse ante los electores. Chirac cree que anticipar las elecciones permitir¨¢ ganarlas y tener las manos libres durante cinco a?os para negociar con los socios europeos y para aplicar una cura de austeridad al pa¨ªs. Pero eso no se ha dicho. Y tampoco se ha hecho expl¨ªcito qu¨¦ modelo de Uni¨®n Europea (UE) desea Chirac. Los socialistas, por su parte, han jugado a fondo con la ambig¨¹edad.
El escaso entusiasmo que despierta en Francia la construcci¨®n europea ya pudo -comprobarse en 1992, cuando Fran?ois Mitterrand convoc¨® un refer¨¦ndum sobre Maastricht que gan¨® con s¨®lo el 51%. El socialista Lionel Jospin ha comprendido la precariedad del Gobierno a la hora de explicar las razones de la disoluci¨®n de la Asamblea Nacional y ha propuesto cuatro condiciones para seguir con el tratado: la participaci¨®n de Italia y Espa?a en la puesta en marcha del euro, la sustituci¨®n del "pacto de estabilidad" aprobado en Dubl¨ªn por un "pacto de solidaridad y crecimiento", la creaci¨®n de un "Gobierno econ¨®mico" que limite la tentaci¨®n monetarista del banco central y que el euro no est¨¦ sobrevalorado respecto al d¨®lar o el yen.La derecha, igual que una parte de la opini¨®n p¨²blica, entendi¨® las condiciones socialistas como una forma de antieurope¨ªsmo. El PS, para no acrecentar las contradicciones con sus aliados comunistas y porque a nadie le desagrada pescar en r¨ªo revuelto, ha hecho poco por aclarar el malentendido. S¨®lo Philippe S¨¦guin, que encarna la tradici¨®n social del gaullismo y la prioridad de la pol¨ªtica frente a la tecnocracia, ha sabido recuperar para la derecha la argumentaci¨®n de Jospin. S¨¦guin, que lider¨® el movimiento contra Maastricht, proclama ahora que "Europa ser¨¢ social o no ser¨¢".
Cada gran familia ideol¨®gicopol¨ªtica est¨¢ dividida por la cuesti¨®n europea. La derecha cl¨¢sica ha querido evitar cualquier debate sobre Europa, y eso se lo reprochan los ultraderechistas de Jean Marie Le Pen, que invocan la "preferencia nacional" en materia de empleo y comercio al tiempo que exigen la reinstauraci¨®n de fronteras, pero tambi¨¦n los ecologistas (como los comunistas, quieren una "moneda com¨²n", pero no "¨²nica") o los tradicionalistas de Philippe de Villiers, contrarios al euro, a Maastricht y a cualquier traspaso de soberan¨ªa a Bruselas.
Los neogaullistas son, oficialmente, proeuropeos, pero pretenden reducir el peso de la Comisi¨®n de Bruselas y del Parlamento de Estrasburgo en beneficio de los Parlamentos nacionales. Sus aliados liberal-centristas de la Uni¨®n de la Democracia Francesa son, siempre sobre el papel, federalistas, mientras que el PS habla de un "salario m¨ªnimo europeo", de defensa del concepto de "servicio p¨²blico" y de "lectura pol¨ªtica" de los criterios de convergencia.
Como el Guadiana
Europa ha sido el motor oculto de las elecciones de hoy. Durante la campa?a, como el Guadiana, el tema ha aparecido y desaparecido, mezclado incluso con los hipot¨¦ticos problemas que la cohabitaci¨®n comportar¨ªa ante la UE. Quienes m¨¢s c¨®modos se sienten hablando de Europa son los outsiders, que no tienen nada que perder o est¨¢n menos comprometidos con la l¨ªnea del actual Gobierno. Para S¨¦guin, su "Europa social" equivale a proponerse como alternativa a Jupp¨¦; para el comunista Robert Hue, su "comunidad de naciones soberanas" es una oportunidad para recuperar votos perdidos; para el Frente Nacional, es un espantajo con el que ganarse a los descontentos.
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