Francia y la globalizaci¨®n
Hasta ahora el debate sobre la globalizaci¨®n o mundilizaci¨®n de las econom¨ªas del planeta ha estado sobre todo centrado en las relaciones y efectos de la misma en las sociedades de los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo. Es probable que el resultado de las elecciones francesas caliente, adem¨¢s, el debate en casa, esto es en Europa. Es innegable que China y un grupo de Estados del sureste asi¨¢tico y latinoamericanos (entre 10 y 15) han estado creciendo a un ritmo considerable y recibiendo sustanciosas inversiones extranjeras. Pero tambi¨¦n lo es que muchos otros (en torno a 130) crecen lentamente o nada. Pi¨¦nsese que globalizaci¨®n significa transferencia de los pa¨ªses ricos a otros que lo son menos, pero tambi¨¦n la verg¨¹enza de millones de trabajadores en el mundo del subdesarrollo que no poseen derechos civiles y pol¨ªticos. No tardar¨¢ mucho tiempo sin que se produzca una reacci¨®n ante una concepci¨®n dogm¨¢tica de la globalizaci¨®n empenada en imponer recetas supuestamente universales que no atienden las especificidades locales. La inversi¨®n for¨¢nea en el Tercer Mundo crea puestos de trabajo pero tambi¨¦n frecuentemente da?a, determinados sectores productivos del pa¨ªs en que invierte, al tiempo que origina aculturaci¨®n que desquicia el tejido econ¨®mico, social y cultural. No se trata de oponerse a la modernizaci¨®n ni a la tecnolog¨ªa punta, sino de clarificar qu¨¦- se entiende por modernidad, qui¨¦n la controla, y qu¨¦ fines persigue.La modernizaci¨®n -a menudo sin¨®nimo de occidentalizaci¨®n, de americanizaci¨®n- es concepto peligrosamente susceptible de ser utilizado de forma enganosa.Durante la campa?a electoral, la derecha francesa se ha hartado de predicar que los socialistas significaban "la vuelta atr¨¢s" y ellos "la modemidad". La mayor¨ªa de los votantes ha entendido otra cosa. En 1995 se inclinaron por Chirac como presidente (aunque ya seguido de cerca por Jospin) porque prometi¨® revitalizar la econom¨ªa y atajar el paro. La extraordinaria renovaci¨®n y recuperaci¨®n del Partido Socialista puede haber asombrado a muchos, pero ni dentro ni fuera de Francia constitu¨ªa una sorpresa que en 1996 la derecha no caminaba en la direcci¨®n prometida, promesa que en gran medida contradec¨ªa su esencia. En un coloquio franco-norteamericano celebrado ese a?o, un empresario franc¨¦s manifiestaba: "El desempleo es nuestro Vietnam. Al igual que vuestro Lyndon Johnson, Chirac no nos puede sacar de la ci¨¦naga". Eran los d¨ªas en que el pa¨ªs se hallaba semiparalizado por huelgas masivas-en los servicios p¨²blicos, en rebeli¨®n contra los recortes propuestos por el primer ministro. Significativamente, las encuestas demostraron que la mayor¨ªa de los ciudadanos apoyaban o simpatizaban con los huelguistas.
La sabidur¨ªa convencional de la ¨¦poca que vivimos -vali¨¦ndose de la propia e inesquivable supremac¨ªa tecnol¨®gica- ha hecho creer a mucha gente no s¨®lo que la mundializacion es inevitable (en lo que probablemente no les falta raz¨®n) sino tambi¨¦n que no se puede hacer nada para conformar o controlar sus efectos sociales, algo que no debemos aceptar como dogma. Muchos franceses pueden haber sentido que el objetivo del gobierno "mundializado" de la derecha era incorporarles a una econom¨ªa globalizada dise?ada y con prioridades fuera de un aut¨¦ntico control democr¨¢tico. Muchos franceses y muchos europeos reclaman una acci¨®n pol¨ªtica que reoriente los deberes y compromisos sociales que el Estado y los agentes econ¨®micos han de mantener para hacer de sus pa¨ªses comunidades equilibradas donde, libertad de mercado no sea igual a rapi?a. Las eleciones reci¨¦n celebradas de muestran que, en Francia, ni la globalizaci¨®n es vivida como teolog¨ªa o axioma ni los criterios econ¨®micos de convergencia europea son considerados como algo as¨¦pticamente separado de k) social. Se trata, en efecto, de configurar una pol¨ªtica eccn¨®mica al servicio del hombre, no viceversa.
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