El regreso de Bellow
El viernes pasado, durante algo m¨¢s de una hora, cre¨ª que Saul Bellow hab¨ªa muerto. Era uno de esos mediod¨ªas raros de finales de mayo, nublado y sin lluvia, caluroso, con esa temperatura y esa luz que tan f¨¢cilmente lo empujan a uno a un desaliento sin motivo, a una pesadumbre de cansancio f¨ªsico. Llegu¨¦ a casa y en el contestador o¨ª la voz agitada de un amigo que me hab¨ªa llamado desde el aeropuerto, aprovechando el ¨²ltimo minuto antes de embarcar para darme la mala noticia que inexplicablemente no aparec¨ªa en los peri¨®dicos espa?oles: "Acabo de leerlo en Le Monde, 'Saul Bellow est mort', pero no me ha dado tiempo a mirar mucho m¨¢s ... ".No fui inmediatamente a buscar el peri¨®dico, me qued¨¦ un poco atontado por la noticia, de pie junto al cristal del balc¨®n, mirando hacia la calle y su grisura de nublado. Apenas unos d¨ªas antes, Amaya Lizcano, editora en Alfaguara, me hab¨ªa dado con cierto secreto un ejemplar de The actual, la ¨²ltima novela de Saul Bellow, reci¨¦n publicada en Estados Unidos, una novela corta de poco m¨¢s de cien p¨¢ginas: se trata de Bellow en su estado m¨¢s puro, con un grado insuperable de transparencia y levedad, con una concisi¨®n que no tiene nada de antip¨¢tico despojamiento o ascetismo, sino que es simple naturalidad y maestr¨ªa, como la que se percibe en algunos poemas finales de Borges, en algunos cuentos de Kipling y de Ch¨¦jov, de Joyce. Pens¨¦ que deber¨ªa llamar al peri¨®dico para que me diesen m¨¢s informaci¨®n. Pens¨¦ tambi¨¦n que tendr¨ªa que escribir con urgencia una necrol¨®gica. Muchas veces hab¨ªa planeado escribirle a Saul Bellow, incluso hab¨ªa redactado cartas imaginarias que siempre dejaba para un poco despu¨¦s. Ahora sent¨ªa, como otras veces, el peligro y el remordimiento de las dilaciones, el modo terminante en que la muerte vuelve imposibles ciertas cosas que se debieron decir cuando a¨²n hab¨ªa tiempo.
Encontr¨¦ por fin un ejemplar de Le Monde y me extra?¨® que la noticia de la muerte de Bellow no viniera en primera p¨¢gina. Mir¨¦ con m¨¢s cuidado, y por fin vi algo en una columna lateral del suplemento literario. Pero el, titular no dec¨ªa "Saul Bellow est mort", como mi amigo hab¨ªa le¨ªdo enmedio de la prisa y la confusi¨®n del embarque. Lo que pon¨ªa era Saul Belltow et la mort: a los 81 a?os, explicaba el peri¨®dico, despu¨¦s de sobrevivir a una grave infecci¨®n causada al comer cierto pescado en el Caribe, Bellow hab¨ªa logrado recuperarse, y esta ¨²ltima novela s¨®lo el resultado, sino tambi¨¦n la causa de su mejor¨ªa, de su regreso a la vida. Con esa iron¨ªa que sus lectores de siempre advierten en cada una de las l¨ªneas que escribe, a la manera en que se reconoce a un m¨²sico en el fragmento de una melod¨ªa, Bellow contaba que a sus a?os la muerte le produce sobre todo curiosidad, y que a veces se siente la tentaci¨®n de dejarse llevar hacia ella m¨¢s que nada para saber c¨®mo ser¨¢.
Es dif¨ªcil imaginar lo que sentir¨ªa Bellow la primera vez que intent¨® volver a escribir y apenas logr¨® dibujar torpemente un c¨ªrculo, porque la infecci¨®n le hab¨ªa afectado el sistema nervioso y parec¨ªa que se hab¨ªa quedado sin el dominio de s¨ª mismo, como un anciano terminal. Pero fue recobrando poco a poco su antigua energ¨ªa de viejo activo, de observador sin descanso, de novelista que escribe para ganarse la vida y explicarse el mundo. De las muchas tonter¨ªas literarias que suelen repetirse, una de las que a m¨ª m¨¢s me irritan es aquella de que hay que elegir entre la escritura o la vida, entre la literatura y la realidad, como si el oficio de escribir fuera un sacerdocio oscuro, entre privilegiado y maldito, que excluyera la lamentable vulgaridad de la vida cotidiana. Pero no se puede escribir sin vivir, y algunas veces sucede, enmedio de un gran dolor, de una enfermedad, lo que le ha sucedido ahora a Saul Bellow: que el empe?o y la afici¨®n corta no era de escribir, en lugar de alejarlo a uno de la vida, lo anclan vigorosamente a ella, lo curan no s¨®lo de la angustia de la proximidad de la muerte, sino de la tentaci¨®n dedejarse llevar hacia ella como quien deja que se lo lleve una venenosa apat¨ªa o un sue?o muy pesado.
Se escribe porque se est¨¢ vivo. Se escribe para estar vivo. Hoy abro este peri¨®dico y encuentro con un sobresalto de alegr¨ªa una gran foto de Saul Bellow, alto y saludable, con su sonrisa habitual de compasi¨®n y sarcasmo, con su dandismo sutil de hombre viejo y todav¨ªa atractivo para las mujeres, los brazos casi en jarras, en una actitud de desenvoltura, de presencia arrogante en la vida reci¨¦n descubierta, reci¨¦n comenzada a los 81 a?os, despu¨¦s de la enfermedad. "Nunca hab¨ªa visto el mundo antes", dice, con un entusiasmo agradecido que a m¨ª me recuerda el de algunos poemas de Jorge Guill¨¦n, "?Ahora he estado vi¨¦ndolo es un regalo precioso y maravilloso. ?Encantadora realidad!"
Leyendo la prosa l¨ªmpida y ce?ida de The actual se ve que Bellow ha salido de las sombras y las angustias de la enfermedad tan indemne como de las pompas del Premio Nobel, que recibi¨® hace 21 a?os y del que no parece que se acuerde mucho. Acostumbrados como estamos aqu¨ª a la solemnidad estatuaria de los que exhiben sus premios como si fueran condecoraciones y certificados de inmortalidad, sorprenden las palabras de Bellow: "El Nobel lleva impl¨ªcita una secreta humillaci¨®n, y es que algunos de los grandes escritores de este siglo no lo han recibido".
Me aseguran que The actual estar¨¢ pronto traducida al espa?ol, y que su publicaci¨®n ser¨¢ el comienzo de un regreso por fin sistem¨¢tico y cuidado a nuestras librer¨ªas de la obra de Bellow, que ha estado demasiado dispersa entre nosotros, muchas veces abandonada y perdida entre los montones insensatos de novedades que inundan los cat¨¢logos. Va a volver con su tropa de charlatanes y enamoradizos, de inmigrantes jud¨ªos busc¨¢ndose la vida en el Chicago de la Depresi¨®n, de profesores y bot¨¢nicos y vendedores a domicilio y herederos de Dickens y de Don Quijote, trastornados por el amor o por las cruentas leyes del ¨¦xito y el fracaso americano, divorciados, neur¨®ticos, hijos de la di¨¢spora o supervivientes del holocausto: Henderson, Humboldt, Augie March, el se?or Sammler, el chalado de Herzog, el pobre in¨²til Tommy Wilhem, el decano Corde, una multitud de gente que nos resulta tan querida y cercana como el propio Saul Bellow. Yo crey¨¦ndome, durante m¨¢s de una hora, que hab¨ªa muerto, y est¨¢ m¨¢s vivo que nunca.
Babelia
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