Yegua tuerta

El mercado de mi infancia era el reino de los charlatanes, de los chalanes, de los avispados, expertos en el arte de comprar por tres lo que val¨ªa cinco, para luego venderlo por seis.Todo ello aderezado con "se?ales de comprado" y "fianzas" garantizando la calidad del producto, y hasta la salud del animal por un tiempo; cosa m¨¢s propia del oficio de adivino que del de mercader.

Se sellaban los tratos con apretones de manos ante testigos, acompa?¨¢ndolos de frases como "mi palabra es ley" o "mi palabra va a misa". Claro, que eso no era ¨®bice para que luego el caballo coceara m¨¢s de la cuenta, la vaca diese menos leche de lo acordado o el lacrimeo del ojo de la ternera, por la acci¨®n de las moscas, se convirtiera en una ceguera por traumatismo. Al final, siempre hab¨ªa un entendido que dec¨ªa: "Esto no tiene importancia, es algo pasajero".

Cuando hoy en otro contesto alguien pretende "venderme" las ventajas del libre mercado a nivel mundial, no puedo dejar de pensar que quiz¨¢ no sea todo tan bueno como parece a primera vista. ?No ser¨¢ que los pa¨ªses ricos, hartos de vender sus duros, que en algunos casos valen m¨¢s de seis pesetas, han decidido vendernos, a partir de ahora, una yegua tuerta; eso s¨ª, con unas lentillas fabricadas en Jap¨®n.-