2. 000 pesetas y la comida

La historia se repite. Como el d¨ªa del Bar?a. Como en cualquier partido del siglo. Cerca de 20 personas durmieron anoche a orillas del Bernab¨¦u. Su prop¨®sito era conseguir una entrada para el Madrid-Atl¨¦tico del s¨¢bado. A ninguno le sorprendi¨® la llegada, con cuentagotas, de algunos periodistas. Lo daban por supuesto. Y esperaban las c¨¢maras y los flashes. Y Saludaban. Pese a que las taquillas no se abrir¨¢n hasta las seis de la tarde del jueves, all¨ª pernoctar¨¢n durante los pr¨®ximos d¨ªas. Ellos lo llaman, amor a los colores. "No somos reventas", aseguran heridos cuando se les pregunta al respecto. "Estamos aqu¨ª porque queremos ver al Madrid ganar la Liga", insisten mientras ense?an una camiseta con el escudo blanco que, muda, as¨ª parece atestiguarlo.Instantes despu¨¦s, tres preguntas despu¨¦s, las cosas son bien distintas: "Vender¨¦ las dos entradas que compre", afirma Jos¨¦ Luis (43 a?os), el primero de la fila. "Con el dinero que saque llevar¨¦ un regalo a alguno de mis cuatro hijos". Jos¨¦ Luis parece esperar, sentado en su silla de playa, la llegada de los medios de comunicaci¨®n. Lo reconoce a distancia. Los huele. Hace callar a quienes le rodean. Educado y tranquilo, asegura no querer problemas. E insiste: "No soy un reventa. No estoy aqu¨ª por dinero. Estoy por mis hijos".

El m¨¢s privilegiado de quienes forman la minicola est¨¢ en el paro. "M¨¢s parado que un caballo de m¨¢rmol", bromea. Y cuando se le se?ala lo extra?o que resulta tan cansado, e insomne, amor a unos colores, deshace el absurdo: "SI puedo ver¨¦ el partido. Si no, vender¨¦ mis dos entradas. Pero repito que todo tiene como ¨²nico fin comprarles algo a mis hijos". Tiene cuatro. Y no piensa ir a casa m¨¢s que a ducharse. Como hizo en Las Ventas d¨ªas antes de que los toros de San Isidro comenzaran a caerse.

Es el due?o de la lista que manda. La que decide. En la que quien se apunta, apunta a 15 o 20 compa?eros. O a 50. Mientras alguno pase all¨ª la noche, todo es legal. Y l¨ªcito. Los reventas a los que el club no provee de entradas, que los hay, tienen que buscarse la vida en acontecimientos de tanta magnitud como el del s¨¢bado. Y lo hacen. Y les sale barato. Y no tienen que pasarse ni una noche en vela. Han decidido dedicarse al reclutamiento de mendigos. Dos mil y la comida. Dos, tres d¨ªas. Y noches. Ayer, cuando las estrellas se asomaron al Bernab¨¦u, ¨¦ste ten¨ªa poco que envidiar al albergue de San Isidro, patr¨®n de Madrid. Patr¨®n del derby.

Alejados varios metros de Jos¨¦ Luis aguardaban un grupo de j¨®venes veintea?eros. Ellos contaban no tener nada que ver con los reventas. Eran siete, pero representaban a 30. Se ir¨ªan turnando. No llevaban, como los indigentes que les preced¨ªan, carros repletos de cart¨®n. Ni cartones de Don Sim¨®n. "A partir de donde estamos", asegura Javier, "la lista que decide es la nuestra. Sabemos que ahora s¨®lo tenemos a 10 personas delante. Cuando abran las taquillas habr¨¢ 100. Pero conseguiremos nuestra entrada".

Hoy por hoy, a orillas del Bernab¨¦u, ellos parecen ser la excepci¨®n. 0 quiz¨¢ no. 0 lo son, s¨®lo, porque no tienen pinta de indigentes. 0 de reventas. Si ¨¦stos tuvieran alguna pinta que les identificara.

El Bernab¨¦u, a¨²n, guarda silencio. Pero ma?ana no lo har¨¢. Y se llenar¨¢ de c¨¢maras y de flashes. Las taquillas del estadio se abrir¨¢n para despachar las primeras entradas a quienes no pasaron all¨ª ninguna noche, los reventas. Y mandar¨¢n a las calles de Madrid a la mayor¨ªa de los que s¨ª lo hicieron. Con 2.000 pesetas en el bolsillo, comidos, cenados y contentos por un d¨ªa. Hala Madrid. "Yo vender¨¦ mis entradas a 15.000, no como los cabrones que lo har¨¢n a 90.000 sin haber pasado aqu¨ª ni 15 minutos". Jos¨¦ Luis, de profesi¨®n reventa, quiere hacerles un regalo a sus hijos.