El s¨ªndrome de Vichy
Un fen¨®meno cada vez m¨¢s evidente y llamativo es la esquizoidea entre la firme decisi¨®n pro Maastricht de las ¨¦lites dirigentes, especialmente las de derecha pol¨ªtica e izquierda tecnocr¨¢tica, y el euroescepticismo, cuando no es algo m¨¢s, del ciudadano medio. Los resultados de las recientes elecciones francesas o los movimientos de opini¨®n en Alemania as¨ª lo revelan.La causa creo que est¨¢ en las ra¨ªces del euroentusiasmo. Y no me refiero a una voluntad europea fuera de cuesti¨®n, sino a la opci¨®n netamente supranacional y federalista que los proyectos de Uni¨®n Pol¨ªtica y Monetaria significan. Pienso que Ortega acert¨®, una vez m¨¢s, al se?alar que s¨®lo por el miedo llegar¨ªan los europeos a la integraci¨®n. Pero no se trata, ciertamente, del miedo a factores exteriores, el peligro amarillo, el choque de civilizaciones o el tantas veces mencionado reto de la competitividad -la coleta del primer chino asomado a los Urales que mencionara el propio Ortega-, sino de algo mucho m¨¢s pr¨®ximo y hondo: el miedo a s¨ª mismo, a los propios fantasmas y a la propia incapacidad. Cuanto m¨¢s seguro est¨¢ un pa¨ªs de s¨ª, m¨¢s reticente es la integraci¨®n (Reino Unido, escandinavos, Suiza); cuanto m¨¢s inseguro, m¨¢s entusiasta (Espa?a, Portugal, Grecia).
Es claro que Alemania ha buscado siempre en la integraci¨®n europea la justificaci¨®n de su unificaci¨®n y la redenci¨®n de sus culpas hist¨®ricas. Pero, adem¨¢s, existen en Alemania temores de distinto signo que llevan hacia la misma meta. Hay, sin duda, una inquietud racional ante la decreciente competitividad que una excesiva fortaleza del marco har¨ªa insoportable. Pero es a¨²n mayor, al menos entre dirigentes pol¨ªticos y sociales, el temor a que la nuda hegemon¨ªa germ¨¢nica sea demasiado atractiva para la pr¨®xima generaci¨®n alemana y demasiado insoportable para el resto de los europeos. La Alemania europea ser¨ªa, de esta manera, el ant¨ªdoto interior y exterior, y tambi¨¦n el disfraz de la Europa alemana. Como dijo, con poca fortuna, el canciller Kohl, refiri¨¦ndose a la uni¨®n monetaria, una cuesti¨®n de guerra o paz.
En Francia, los temores son a¨²n m¨¢s claros. Se teme a Alemania y a no ser como Alemania. Lo primero es algo manifiesto desde, al menos, la Paz de Versalles y que la "extra?a derrota" de 1940 no hizo sino acentuar. Para conjurarlo, mientras en la primera posguerra y aun en la inmediata segunda se recurri¨® al equilibrio de fuerzas, la V Rep¨²blica pretendi¨® conjurar el peligro abraz¨¢ndose estrechamente a ¨¦l. Tal fue la alianza inaugurada en el tratado del El¨ªseo, cuya versi¨®n actual es el eje franco-alem¨¢n y que tiene su manifestaci¨®n m¨¢s cr¨ªtica en la obsesi¨®n francesa por controlar una autoridad monetaria que sustituya al hoy hegem¨®nico Bundesbank.
Pero a¨²n es m¨¢s profundo el temor de los franceses a no ser tan capaces y eficaces como los alemanes parecen ser, manifiesto desde la derrota de 1870, principalmente en la derecha (Renan,Taine), pero tambi¨¦n en la izquierda (Lavisse). Cuando, desde hace a?os, gobierne la izquierda o la derecha, vemos a la pol¨ªtica econ¨®mica francesa pagando un alto precio por mantener la paridad con las macromagnitudes de la econom¨ªa y la divisa alemana, no puede dejarse de recordar la obsesi¨®n por esas pautas de "reforma intelectual y moral" con la mirada allende el Rin. Para llevarla a cabo es para lo que sirve la disciplina comunitaria.
Ahora bien, es en Espa?a donde el euroentusiasmo se enra¨ªza m¨¢s profundamente en la falta de confianza de los espa?oles en s¨ª mismos, tanto en la izquierda como en la derecha o entre los nacionalismos, cualquiera que sea el signo, a veces positivo, de esta carencia.
Para los nacionalistas catalanes y vascos, la integraci¨®n europea es no s¨®lo una esperanza, sino ante todo una excusa. Sin duda piensan que, a largo plazo, la debilitaci¨®n de los Estados nacionales dar¨¢ mayor protagonismo a las naciones sin Estado y desde Bruselas no se deja de alentar esta ilusi¨®n en la Europa de los pueblos. Pero, m¨¢s a la corta, la integraci¨®n permite no reclamar la independencia.
En cuanto a la izquierda se refiere, y es claro que no faltan paralelismos allende los Pirineos, por ejemplo, el Mitterrand posterior a 1983, el europe¨ªsmo ha sido una excusa y un pretexto. Primero, para distanciarse de Estados Unidos antes del fin de la guerra fr¨ªa; despu¨¦s, y ello es m¨¢s importante, para justificar una conversi¨®n ideol¨®gica al atlantismo -a trav¨¦s de la ret¨®rica identidad europea de defensa- y la econom¨ªa de mercado; en fin, para revisar el Estado de bienestar y el sistema de relaciones laborales. Lo que sab¨ªan necesario, con Europa o sin ella, simplemente porque la alternativa tan querida hab¨ªa demostrado su inviabilidad, lo justificaron porque Europa lo exig¨ªa.
La derecha, en fin, ha visto en la disciplina de la uni¨®n la garant¨ªa frente a las reivindicaciones populares y las supuestas locuras y demagogias de la izquierda. Por temor a errar, ha preferido entregar a otros, supuestamente m¨¢s competentes, m¨¢s independientes, m¨¢s seguros, la decisi¨®n. Cuando se desconf¨ªa de tener a la larga una pol¨ªtica monetaria y presupuestaria rigurosa, nada m¨¢s c¨®modo que confiar en la moneda ¨²nica y en la vigilancia presupuestaria de los comunitarios. ?Que ellos se entiendan con futuras mayor¨ªas de izquierdas o nuevas reivindicaciones sindicales!
A eso llamo el s¨ªndrome de Vichy, por analog¨ªa con el r¨¦gimen colaboracionista franc¨¦s posterior a la derrota de 1940. Grandes sectores de la derecha francesa, por prejuicios de civilizaci¨®n -no en balde eran cristianos, humanistas y liberales-, nunca se atrevieron a poner en su sitio a quienes cre¨ªan sus enemigos naturales: los comunistas reales o supuestos y alg¨²n que otro jud¨ªo. Por eso, cuando tuvo ocasi¨®n, pact¨® con el alem¨¢n vencedor y dej¨® que le hicieran el trabajo sucio aun al coste de renunciar a la soberan¨ªa nacional. ?No hab¨ªan intentado otro tanto los arist¨®cratas en 1792, antes de emigrar? Quienes, como es propio de los castizos, hab¨ªan denos
tado a los metecos se entregaron al invasor. Eso fue Vichy. M¨¢s all¨¢ del dramatismo de la ocupaci¨®n, preferir el Gobierno ajeno al riesgo de convivir con los compatriotas. Y no falt¨® analista sagaz que celebrara c¨®mo la derecha ampliaba sus horizontes y se abr¨ªa al mundo.Por eso, los movimientos de opini¨®n anti-Maastricht re¨²nen elementos muy diferentes, procedentes de la izquierda, de la derecha y de la ciudadan¨ªa media. Como la heterog¨¦nea resistencia anti-Vichy. Y como ella, suelen ser altivamente denostados como "populistas".
El peligro de tales movimientos es ser capitalizados por fuerzas radicales que, en nombre de la democracia, hacen demagogia. Tal es el caso del Frente Nacional. Pero para evitarlo, la ¨²nica v¨ªa es no tratar de marginar la voluntad popular -la identidad legitimadora del "nosotros"- en beneficio de quienes no dominan gracias al saber, sino que, porque dominan, pretenden siempre acertar. Ya el buen Renan, pese a su germanofilia, hab¨ªa dicho ante las demagogias de la incipiente III Rep¨²blica: prefiero errar juntos a ser sabio entre extra?os. Porque, a?ado, s¨®lo el "nos" consciente de su identidad es capaz de acertar.
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