En defensa de Maastricht
Las propuestas del nuevo Gobierno franc¨¦s, con posible apoyo brit¨¢nico, para introducir la preocupaci¨®n por el empleo y reequilibrar la aproximaci¨®n que se estaba haciendo hacia la uni¨®n econ¨®mica y monetaria devuelven al Tratado de Maastricht su sentido original, sin cuestionarlo como pretenden algunos.La decisi¨®n de crear una moneda ¨²nica en la Uni¨®n Europea que sustituyera a las 15 existentes hoy no fue una decisi¨®n improvisada ni representa un salto en el vac¨ªo respecto al elevado nivel de integraci¨®n econ¨®mica ya alcanzado por los pa¨ªses que conforman la Uni¨®n. Tampoco podemos decir que la sustituci¨®n de las monedas nacionales por el euro sea un asunto de tr¨¢mite. De acuerdo. Pero, ?por qu¨¦ genera, de tanto en tanto, oleadas de incertidumbre, malestar e incluso rechazo? Creo que algunos hechos objetivos, unidos a ciertos errores por parte de los Gobiernos, ayudar¨ªan a explicarlo.
Las consecuencias para Europa de la existencia de una moneda ¨²nica son cualitativamente distintas a cualquier otro paso previo de integraci¨®n, fundamentalmente porque visualiza ante todos los europeos el alto nivel y la irreversibilidad alcanzados por la integraci¨®n de nuestras econom¨ªas. El cambio de la peseta o el franco por el euro hace consciente a todo el mundo de hasta qu¨¦ punto somos una parte de un todo. Se puede decir que el euro introduce la globalizaci¨®n de la econom¨ªa en el bolsillo de todos los ciudadanos. Y a casi nadie le gusta ser consciente de que su destino lo determinan fuerzas impersonales.
El segundo hecho objetivo es el cambio de ciclo econ¨®mico experimentado desde el momento en que se firma el tratado en 1991 y cuando se empiezan a aplicar las pol¨ªticas de convergencia requeridas para cumplirlo. La crisis de 1992-1993 y el crecimiento triste en que se desenvuelve la actividad econ¨®mica en Europa desde entonces, incapaz de absorber una alta tasa de paro, hace que para muchos ciudadanos exista una aparente contradicci¨®n entre el ajuste a realizar para satisfacer los criterios de convergencia y la pol¨ªtica econ¨®mica necesaria para salir del bache, creando empleo.
Los esfuerzos y sacrificios -sobre todo en el ambito presupuestario- necesarios para cumplir con Maastricht ser¨ªan menores y se soportar¨ªan mejor si atraves¨¢ramos una fase alcista de crecimiento que fuera reduciendo paulatinamente las tasas de paro. Pero no s¨®lo es ¨¦sa la situaci¨®n general de Europa, sino que hay elementos para pensar que las pol¨ªticas de convergencia, tal y como se est¨¢n aplicando, est¨¢n teniendo efectos depresivos sobre la actividad, contribuyendo a agravar el problema en vez de a resolverlo. Este punto admite mucha discusi¨®n. Pero lo cierto es que los ciudadanos perciben que, en nombre de la moneda ¨²nica, sus autoridades ofrecen una respuesta distinta a las tradicionales cuando hab¨ªa un incremento del paro o una aton¨ªa en la actividad econ¨®mica.
La cuesti¨®n defendo puede no tener nada que ver con los criterios de convergencia ni con el euro, pero ante la opini¨®n p¨²blica aparecen como vinculados, en parte por la presentaci¨®n que han hecho los Gobiernos. Las medidas incorporadas en las pol¨ªticas de convergencia las tendr¨ªamos que hacer, con Maastricht o sin ¨¦l. Pero al descargar los Gobiernos parte de sus responsabilidades al adoptarlas en una especie de compromiso imperativo externo como son las exigencias de la moneda ¨²nica, tambi¨¦n han desplazado hacia ¨¦sta el grueso de las cr¨ªticas, generando la falsa ilusi¨®n de que, sin euro, no har¨ªan falta esos sacrificios que nos est¨¢n vendiendo en su nombre.
Dig¨¢moslo con claridad: si ma?ana desapareciera el proyecto de crear una uni¨®n monetaria, mediante un aplazamiento indefinido de los compromisos de Maastricht, no por ello se resolver¨ªan los problemas existentes hoy en Europa para crecer y crear empleo suficiente, o para mantener, sin profundas transformaciones, nuestro Estado de bienestar. Es m¨¢s, a estas alturas del proceso se provocar¨ªan de nuevo tormentas monetarias en los mercados de divisas y valores que, al menos para la mayor¨ªa de pa¨ªses europeos, har¨ªa todav¨ªa m¨¢s dif¨ªcil el encontrar una soluci¨®n a los mismos. Si el proyecto del euro fuera el responsable de los 18 millones de parados que existen en Europa har¨ªamos bien en cancelarlo. Pero no es as¨ª. La estructura productiva europea y su modelo social tienen problemas -que se reflejan en alta tasa de paro- que no se resuelven con pol¨ªticas contrarias a las definidas en Maastricht para introducir la moneda ¨²nica, aunque la forma concreta de aproximaci¨®n a los criterios de convergencia, que se ha impuesto tras la crisis de 1992-1993, haya obligado a desplazar algunas de las medidas de crecimiento a largo plazo.
Los Gobiernos europeos han cometido tambi¨¦n otros errores de procedimiento en su aproximaci¨®n a la moneda ¨²nica que ahora se les pueden estar volviendo en contra. En primer lugar, con la insistencia en una interpretaci¨®n estricta del criterio de d¨¦ficit p¨²blico. ?Es que una uni¨®n monetaria funciona perfectamente con el 3% de d¨¦ficit y no con, digamos, el 3,5% temporal en algunos pa¨ªses? ?No importa m¨¢s la tendencia a la reducci¨®n hasta aproximarse suficientemente a la cifra de referencia que el d¨ªgito concreto? Parece que s¨ª, y as¨ª lo entendieron los redactores del Tratado de Maastricht al hablar del asunto en el protocolo correspondiente. Tanto desde un punto de vista jur¨ªdico como econ¨®mico, parece claro que una cierta flexibilidad interpretativa en el criterio de d¨¦ficit p¨²blico es acorde con la letra del tratado y, desde luego, con su esp¨ªritu, que nunca pretendi¨® que la formaci¨®n de la uni¨®n monetaria fuera algo autom¨¢tico y t¨¦cnico, sin ning¨²n margen para la decisi¨®n pol¨ªtica. Es decir, interpretativa.
El segundo error procedimental cometido por los Gobiernos ha sido presentar el avance hacia la moneda ¨²nica como un proceso aut¨®nomo, alejado del resto de problemas econ¨®micos y, en especial, del empleo. La falta de entidad suficiente de las pol¨ªticas conjuntas de crecimiento o los planes europeos de creaci¨®n de empleo o las cr¨ªticas injustificadas sobre los fondos estructurales y de cohesi¨®n han contribuido decisivamente a una interpretaci¨®n monetarista, enfrentada a lo que ser¨ªan las aut¨¦nticas preocupaciones de los ciudadanos. Ha habido mucha uni¨®n monetaria y poca uni¨®n econ¨®mica cuando en el tratado se hablaba de constituir una uni¨®n econ¨®mica y monetaria. Pero de ese desequilibrio no es culpable el euro. El protagonismo casi exclusivo de la moned¨¢ ¨²nica en menoscabo de otras pol¨ªticas europeas m¨¢s preocupadas por estimular el crecimiento y la creaci¨®n de empleo ha sido un error de los distintos Gobiernos, que se ha traducido, ante la opini¨®n p¨²blica, como un antagonismo entre euro y empleo.
Reforzar las pol¨ªticas sociales y de empleo con ¨¢mbito comunitario no es incompatible con la uni¨®n monetaria e incrementar¨ªa el apoyo social al proceso en su conjunto. As¨ª parece haberlo entendido el nuevo Gobierno franc¨¦s cuando, aceptando los criterios, los plazos, e incluso el pacto de estabilidad -lo que deber¨ªa haber tranquilizado a los mercados financieros-, ha pedido un reequilibrio en favor de pol¨ªticas de empleo y un mayor peso a una autoridad econ¨®mica en la Uni¨®n -y no s¨®lo monetaria- Precisamente ¨¦sta es una interpretaci¨®n en defensa del Tratado de Maastricht, aunque vaya en contra de la versi¨®n cicatera que del mismo se ha ido imponiendo hasta la fecha.
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