Epitafio para una biblioteca
Ayer tuve la prueba de que mi acogedor y querido refugio londinense me ser¨¢ arrebatado sin remedio. Entr¨¦ al Reading Room de la Biblioteca, en el coraz¨®n del Museo Brit¨¢nico, y en vez de la c¨¢lida atm¨®sfera de costumbre me recibi¨® un espect¨¢culo desolador: la mitad de los vastos estantes que circundan el local hab¨ªan sido vaciados y en lugar de las elegantes hileras de millares de libros encuadernados vi unas maderas descoloridas y, algunas, con manchas que parec¨ªan telara?as. No creo haber experimentado un sentimiento de traici¨®n y soledad semejante desde que, al cumplir los cinco a?os de edad, mi madre me llev¨® al Colegio de La Salle, de Cochabamba, y me abandon¨® en el aula del Hermano Justiniano.Vine por primera vez a este recinto hace treinta y dos a?os, reci¨¦n llegado a Londres, para leer los libros de Edmond Wilson, cuyo ensayo sobre la evoluci¨®n de la idea socialista -To the Finland Station- me hab¨ªa entusiasmado. Antes que la riqueza de su colecci¨®n -unos nueve millones de vol¨²menes-, me desumbr¨® la belleza de su principal Sala de Lectura, abrigada por aquellos estantes olorosos a cuero y a papel y sumida en una luz azulina que discretamente descend¨ªa sobre ella de la incre¨ªble c¨²pula erigida por Sidney Smirke, en 1857, la m¨¢s grande del mundo despu¨¦s de la del Pante¨®n, en Roma, que la aventaja apenas por dos pies de di¨¢metro. Habituado a trabajar en bibliotecas, impersonales e inc¨®modas, como la de Par¨ªs, tan atestada siempre que, en ¨¦pocas de ex¨¢menes, hab¨ªa que ir a hacer cola a la Place de la Bourse una hora antes de que se abriera para poder ser admitido, no pod¨ªa creer que ¨¦sta, adem¨¢s de ser tan agraciada, fuera tan c¨®moda, tan silenciosa y hospitalaria, con sus mullidos asientos y sus largas mesas donde uno pod¨ªa desplegar sus cuadernos, sus fichas y altas pilas de libros sin incomodar a los vecinos. Aqu¨ª hab¨ªa pasado buena parte de su vida el viejo Marx, seg¨²n contaba Wilson, y todav¨ªa se conservaba en los sesenta, a mano derecha de la entrada, su pupitre, que, a mediados de los ochenta, desapareci¨® con los de toda esa fila, destinada a los ordenadores.
Sin exageraci¨®n puedo decir que en el Reading Room de la British Library he vivido cuatro o cinco tardes por semana de todas mis estancias londinenses a lo largo de tres d¨¦cadas y que aqu¨ª he sido inmensamente feliz, m¨¢s que en ning¨²n otro lugar del mundo. Aqu¨ª, arrullado por el secreto rumor de los carritos que van repartiendo los pedidos de lector en lector, y tranquilizado con la ¨ªntima seguridad de que ning¨²n tel¨¦fono repicar¨¢, ni sonar¨¢ un timbre, ni comparecer¨¢ alguna visita, preparaba las clases de literatura cuando ense?¨¦ en Queen Mary College y en King's College, aqu¨ª he escrito cartas, art¨ªculos, ensayos, obras de teatro y media docena de novelas. Y aqu¨ª he le¨ªdo centenares de libros y gracias a ellos aprendido casi todo lo que s¨¦. Pero, principalmente, en este recinto he fantaseado y so?ado de la mano de los grandes aedos, de los formidables ilusionistas, de los maestros de la ficci¨®n.
Me habitu¨¦ a trabajar en las bibliotecas desde mis a?os universitarios y en todos los lugares donde he vivido he procurado hacerlo, de tal modo que, en mi memoria, los recuerdos de los pa¨ªses y las ciudades est¨¢n en buena medida determinados por las im¨¢genes y an¨¦cdotas que conservo de ellas. La de la vieja casona de San Marcos ten¨ªa un aire denso y colonial y los libros exhalaban un polvillo que hac¨ªa estornudar. En la Nacional, de la avenida Abancay, los escolares hac¨ªan un ruido de infierno y m¨¢s a¨²n los celadores, que los callaban (emulaban, m¨¢s bien) con estridentes silbatos. En la del Club Nacional, donde trabaj¨¦, le¨ª toda la colecci¨®n er¨®tica Les ma?tres de l'amour, que dirigi¨®, prolog¨® y tradujo Guillaume Apollinaire. En la helada Biblioteca Nacional, de Madrid, a fines de los cincuenta, hab¨ªa que tener puesto el abrigo para no resfriarse, pero yo iba all¨ª todas las tardes a leer las novelas de caballer¨ªas. La incomodidad de la de Par¨ªs superaba a todas las dem¨¢s: si uno, por descuido, separaba el brazo del cuerpo, hund¨ªa el codo en las costillas del vecino. All¨ª, una tarde, levant¨¦ los ojos de un libro loco, sobre locos, de Raymond Queneau, Les enfants du limon, y me di de bruces con Simone de Beauvoir, que escrib¨ªa furiosamente sentada frente a m¨ª.
La sorpresa m¨¢s grande que en materia de biblioteconom¨ªa me he llevado me la dio un erudito chileno, encargado de la adquisici¨®n de libros hispanoamericanos en la Biblioteca del Congreso, en Washington, a quien le pregunt¨¦ en 1965 cu¨¢l era el criterio que segu¨ªa para seleccionar sus compras y me respondi¨®: "Facil¨ªsimo. Compramos todos los libros que se editan". ?sta era, tambi¨¦n, la pol¨ªtica millonaria de la formidable Biblioteca de Harvard, donde uno mismo ten¨ªa que ir a buscar su libro siguiendo un complicado itinerario trazado por la computadora que hac¨ªa de recepcionista. En el semestre que pas¨¦ all¨ª nunca consegu¨ª orientarme en ese laberinto, de manera que nunca pude leer lo que quise, s¨®lo lo que me encontraba en mi deambular por el vientre de esa ballena bibliogr¨¢fica, pero, no puedo quejarme, porque hice hallazgos maravillosos, como las memorias de Herzen -?un liberal ruso, nada menos!- y The octopus, de Frank Norris.
En la Biblioteca de Princeton, una tarde con nieve, aprovechando un descuido de mi vecino, espi¨¦ el libro que le¨ªa y me encontr¨¦ con una cita sobre el culto de Dionisios en la antigua Grecia que me llev¨® a cambiar de pies a cabeza la novela que estaba escribiendo y a intentar en ella una recreaci¨®n andina y moderna de aquel mito cl¨¢sico sobre las fuerzas irracionales y la embriaguez divina. En la Biblioteca de Nueva York, la m¨¢s eficiente de todas -no se necesita carnet alguno de inscripci¨®n, los libros que uno pide se los alcanzan en pocos minutos- pero la de asientos m¨¢s duros, era imposible trabajar m¨¢s de un par de horas seguidas, a menos de llevarse una almohadilla para proteger el coxis y la rabadilla.
De todas esas bibliotecas y de algunas otras tengo recuerdos agradecidos, pero ninguna de ellas, por separado, o todas juntas, fue capaz de ayudarme, estimularme y servirme tan bien como el Reading Room. De los innumerables episodios con que podr¨ªa ilustrar esta afirmaci¨®n, escojo ¨¦ste: haberme encontrado en sus cat¨¢logos con la min¨²scula revistita que los padres dominicos de la misi¨®n amaz¨®nica publicaban all¨¢, en esas remotas tierras, hace medio siglo, y que son uno de los escasos testimonios sobre los machiguengas, sus mitos, sus leyendas, sus costumbres
su lengua. Yo me desesperaba pidiendo a amigos de Lima que la encontraran y fotocopiaran -necesitaba ese material para una novela- y resulta que la colecci¨®n completa estaba aqu¨ª, en la British Library, a mi disposici¨®n.Cuando, el a?o 1978, el gobierno laborista de entonces anunci¨® que, debido a la falta de espacio, se construir¨ªa una nueva Biblioteca y que el Reading Room ser¨ªa devuelto al Museo Brit¨¢nico, un escalofr¨ªo me recorri¨® la columna vertebral. Pero calcul¨¦ que, dado el p¨¦simo estado de la econom¨ªa brit¨¢nica de entonces, aquel costoso proyecto tardar¨ªa probablemente m¨¢s que los a?os de vida que me quedaban para materializarse. Sin embargo, a partir de los ochenta, las cosas empezaron a mejorar en el Reino Unido y el nuevo edificio, erigido en un barrio c¨¦lebre sobre todo por sus chulos y sus prostitutas, St, Pancras, comenz¨® a crecer y a mostrar su horrenda jeta de ladrillos y rejas carcelarias. El historiador Hugh Thomas form¨® un comit¨¦ para tratar de convencer a las autoridades de que, aunque la British Library se mudara al nuevo local, se preservara el Reading Room del Museo Brit¨¢nico. Fui uno de sus miembros y escrib¨ª cartas y firm¨¦ manifiestos, que no sirvieron para nada, porque el Museo Brit¨¢nico se emperr¨® en recuperar lo que de iure le pertenec¨ªa y sus infuencias y argumentos prevalecieron sobre los nuestros.
Ahora, todo est¨¢ perdido. Ya se llevaron los libros a St. Pancras y aunque, en teor¨ªa, esta Sala de Lectura seguir¨¢ abierta hasta mediados de octubre y un mes despu¨¦s se abrir¨¢ la Sala de Humanidades de la que la va a reemplazar, ¨¦sta ya ha comenzado a morir, a pocos, desde que le arrancaron el alma que la hac¨ªa vivir, que eran los libros, y la dejaron convertida en un cascar¨®n vac¨ªo. Vendremos todav¨ªa algunos sentimentales, hasta el ¨²ltimo d¨ªa, como se va a acompa?ar en su agon¨ªa a alguien muy querido, para estar a su lado. hasta el estertor final, pero ya nada ser¨¢ lo mismo estos meses, ni el silente traj¨ªn de anta?o, ni aquella confortable sensaci¨®n con que all¨ª se le¨ªa, investigaba, anotaba y escrib¨ªa, pose¨ªdo de un curioso estado de ¨¢nimo, el de haber escapado a la rueda del tiempo, de haber accedido en aquel c¨®ncavo espacio de luz azul a esa atemporalidad que tiene la vida de los libros, y la de las ideas y la de las fantas¨ªas admirables que en ellos se encarnan.
Por supuesto, en estos casi veinte a?os, que ha tardado su construcci¨®n, la Biblioteca de St. Pancras ya qued¨® peque?a y no podr¨¢ albergar todas las existencias, que seguir¨¢n dispersas en distintos dep¨®sitos regados por Londres. Y los defectos y deficiencias que parecen aquejarla hacen que el Times Literary Supplement la describa como "La Biblioteca Brit¨¢nica o el Gran Desastre". Yo, por supuesto, no la he visitado y cuando paso por all¨ª miro a las esforzadas meretrices de las veredas, no a sus p¨¦treas y sangrientas paredes, que hacen pensar en bancos, cuarteles o centrales el¨¦ctricas, no en tareas intelectuales. Yo, por supuesto, no pondr¨¦ all¨ª la suela de mis zapatos hasta que no me quede m¨¢s remedio y seguir¨¦ proclamando hasta mi muerte que, sustituyendo aquel entra?able lugar por este horror, se ha cometido un crimen bochornoso, muy explicable por lo dem¨¢s, pues ?no son acaso estas mismas gentes las que mandaron a la c¨¢rcel al pobre Oscar Wilde y prohibieron el Ulises de Joyce y El amante de, Lady Chaterley de Lawrence?
Copyright Mario Vargas Llosa, 1997. Copyright Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SA, 1997.
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