El otro
Era nacionalista vasco. Nada de medias tintas. Independentista. Para ¨¦l, ese fin justificaba los medios, incluida la guerra contra el Estado espa?ol. En esa din¨¢mica, el Estado, el enemigo, hab¨ªa ido adquiriendo en su mente las dimensiones de un gran pulpo mutante. Ese bicho hostil ten¨ªa m¨²ltiples caras. Desde los que ¨¦l llamaba txakurras hasta la anciana que iba a comprar lechugas con un lazo azul. Desde el Rey hasta el ex compa?ero hastiado que se dedicaba a la apicultura. Desde los cargos electos hasta el profesor libertario que hab¨ªa cuestionado la mitolog¨ªa patri¨®tica. A este ¨²ltimo, ¨¦l mismo le hab¨ªa enviado por correo un paquete con v¨ªsceras de animales. El enemigo, en fin, era todo lo otro. Un militar, un magistrado, una librera o un jardinero de la Alhambra. Todos ellos pasaban por ah¨ª, por ese deslugar llamado conflicto. Y ¨¦l estaba del otro lado. Preparado tambi¨¦n para la, guerra psicol¨®gica. Las condenas ten¨ªan un efecto anal¨¦ptico, restablec¨ªan sus fuerzas.Entregada al combate, hab¨ªa que proteger con loriga la conciencia nacional. Para ello era necesario aparcar la conciencia personal. Asociaba la felicidad como un tranquilo encuentr¨® entre esas dos conciencias. Una canci¨®n. El cincel de un escultor. Tierra en las u?as, despu¨¦s de plantar un ¨¢rbol. Un cuento incandescente. En esos instantes pensaba que tambi¨¦n cada persona era una naci¨®n, una geograf¨ªa de carne, un paisaje del alma. Pero esa conciencia humana hab¨ªa que mantenerla a raya, mientras tanto. De lo contrario, la maldita alma puede volverte loco. Como ahora. Hab¨ªa estado enfrente de los que ped¨ªan la libertad de Ortega Lara, insult¨¢ndoles como parte del enemigo mutante. Sin embargo, sent¨ªa su liberaci¨®n como si ¨¦l mismo hubiera salido del zulo. Respiraba su aire. Estaba feliz. Pero nunca se lo podr¨ªa decir a nadie.
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