GCI
Durante un tiempo en su buz¨®n londinense se llamaba G. Ca¨ªn como su alter ego cinematogr¨¢fico. Ahora ha vuelto a ser quien fue cuando naci¨® en un pueblo de Cuba, descendiente de emigrantes canarios, escritor desde chico, obligado por su madre a elegir cine o sardina, seg¨²n quisiera cenar o divertirse. En el Diccionario del cine publicado por Planeta y (muy bien) escrito por el cineasta Fernando Trueba, GCI ocupa un lugar preferente, y lo hace como escritor, como amante del cine y como amigo; aquella casa de Londres donde ahora se anuncia con su nombre completo, Guillermo Cabrera Infante, es un monumento triple, a la literatura y al cine, y tambi¨¦n a la amistad.Hasta en los tiempos en que estuvo enmudecido por culpa de esa frontera ilimitada que no se sabe si es pesadilla, sue?o o despedida, esa casa estuvo abierta a todo el mundo: a los que le hab¨ªamos conocido como lectores entusiastas y militantes de Tres tristes tigres, su novela m¨ªtica, y a aquellos que iban por all¨ª a rebuscar en su memoria y en las suyas propias respuestas a preguntas sobre Cuba.
Durante a?os, en aquel exilio que se presum¨ªa largo, detr¨¢s de Miriam G¨®mez, la actriz de El ej¨¦rcito rebelde (la pel¨ªcula se anunciaba as¨ª: ?Miriam G¨®mez y el ej¨¦rcito rebelde!) y de Guillermo Cabrera Infante, que te recib¨ªan juntos y hablaban contigo como si fueran un d¨²o impar, hubo un cuadro magn¨ªfico en el que se adivinaban las rayas del tigre que ya era consangu¨ªneo con la imagen y el recuerdo de Cabrera y, acariciado por uno de los dos, la figura sinuosa y valiente de Offenbach, el gato persa que era llamado as¨ª porque al maullar ofend¨ªa a Bach. Trueba evoca esa memoria y nosotros acabamos de verles all¨ª, elaborando siempre con novedades incre¨ªbles sucesos pasados sobre los que ambos investigan como dos adolescentes cuya curiosidad no se detiene.
Sobre la mesa de esa abigarrada sala de estar estaban algunos de sus libros, recortes de prensa, postales de Celia Cruz, recuerdos de Cachao, y sonaba en el tocadiscos sinfin de aquella casa en la que ahora domina el esp¨ªritu de Jacobito, el nieto ingl¨¦s que le hace ver de nuevo las pel¨ªculas que el propio Guillermo vio en la infancia de cine o sardina. Era todo como siempre que se les visita, y otra vez Cabrera Infante estaba en su mejor forma, la que le puso a la m¨¢quina Smith Corona, hace m¨¢s de 30 a?os, para escribir ese monumento a la escritura oral, a la lengua cubana dicha con m¨²sica, que es Tres tristes tigres.
Era como siempre en aquella casa. Pero meses antes Cabrera Infante hab¨ªa padecido algunos s¨ªntomas de enfermedad que le llevaron al hospital; despu¨¦s de los chequeos, s¨®lo le recomendaron que se cuidara y que anduviera en una bicicleta est¨¢tica con la que cobr¨® de nuevo el vigor que ¨¦l mismo estimaba languideciente. As¨ª que cuando le vimos otra vez, plet¨®rico, unido a su puro y a sus bromas literarias, no pod¨ªamos suponer que semanas despu¨¦s tuviera que regresar por el mismo camino al hospital del barrio. Hasta que le dieron de alta y otra vez son¨® despu¨¦s de su contestador su voz diciendo "Hello!" como si fuera del sur de Inglaterra. Recuperando, pues, su nuevo contratiempo, regresaba no s¨®lo a ser ¨¦l mismo en el mismo lugar sino que adem¨¢s pod¨ªa venir a Espa?a, a los cursos de verano de El Escorial, a asistir al ciclo en honor de su literatura.
Siempre tuvo la puerta abierta, la de su casa y la de sus libros y, me parece, hizo que esa puerta resultara altamente positiva para el porvenir de una literatura -la espa?ola- que ten¨ªa agarrotados el ritmo, la m¨²sica y la sintaxis; el curso de El Escorial es oportuno para que subrayemos todo eso, porque entre las generaciones recientes pod¨ªa llegarse un d¨ªa a la conclusi¨®n de que ese libro sin fronteras no lo escribi¨® nadie sino un colectivo, un grupo musical cubano una noche de copas que todo el mundo imit¨® despu¨¦s. Lo cierto es que Cabrera no bebe nada, pero todos aprendimos a emborracharnos con ese libro. ?Salud!
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