El reproche y la tenacidad
Sucedi¨® hace casi exactamente 51 a?os, el 27 de julio de 1946. Se celebraba el juicio de N¨¹remberg contra los dirigentes nazis y el fiscal brit¨¢nico, lord Shaweross, concluy¨® su discurso final con una referencia a la cuesti¨®n m¨¢s emotiva del proceso, el exterminio jud¨ªo. Ley¨® entonces la descripci¨®n de un testigo alem¨¢n que hab¨ªa presenciado la actuaci¨®n de los comandos de Himmler. Desnudos, sin gritar ni llorar, agrupados por familias que se hablaban a susurros, los jud¨ªos eran conducidos a un pozo pisando los cad¨¢veres o los miembros todav¨ªa dotados de un movimiento mec¨¢nico de quienes les hab¨ªan precedido en el martirio. Luego el testigo oy¨® una descarga y, asom¨¢ndose sobre el pozo, pudo ver los cuerpos de cuyas nucas manaba la sangre. Shawcross hizo, entonces, una pregunta ret¨®rica: "?Qu¨¦ especial permiso de la Providencia hizo permanecer a esta gente -los dirigentes nazis- ignorantes de todo esto?"Uno de los acusados, Albert Speer, quiz¨¢ el ¨²nico que fue capaz de cuestionarse con obsesi¨®n su pasado, no olvid¨® nunca este testimonio. Se puede pensar en abstracto sobre centenares de miles o sobre millones de muertos, pero ver reconstruida una escena como ¨¦sa resulta insoportable. Speer se refugi¨® en una autocr¨ªtica que, aun angustiosa, resultaba complaciente: era responsable tan s¨®lo de la t¨¢cita aceptaci¨®n de aquella barbarie.
Lo que hemos vivido en estas ¨²ltimas semanas parece paralelo con aquella experiencia: id¨¦nticos los verdugos y las v¨ªctimas, semejante el impacto en el espectador. Nada en la actuaci¨®n de los terroristas merece ser glosado porque la similitud -con su pasado y con la escena descrita en 1946- es absoluta. La industrializaci¨®n del horror se ha desligado por completo del supuesto objetivo del crimen. El asesinato ha estado dirigido contra titulares de peri¨®dico que se congratulaban del ¨¦xito policial anterior, lo que testimonia la radical indiferencia ante lo que significa una vida humana. Lo nuevo no ha sido la multiplicaci¨®n de la abyecci¨®n sino la espectacularidad de la reacci¨®n popular, generosa y grave, desbordante y contenida, l¨²cida y decidida al mismo tiempo. Hemos visto a nuestro pueblo en el ¨²ltimo cuarto de siglo en actitudes semejantes pero nunca con esta intensidad, entusiasmo y unanimidad.
Pero eso quiere decir que existe una disponibilidad y una exigencia de fondo m¨¢s que un camino claro y preciso. Ahora podemos perdemos en multiplicar mediante un juego de espejos el espect¨¢culo de este excelente ejemplo colectivo que hemos presenciado. Pero habr¨ªa que dar un paso m¨¢s y saber qu¨¦ se debe evitar y hacia d¨®nde hay que dirigir los pasos.
Habr¨ªa que medir hasta qu¨¦ punto est¨¢ justificado el reproche retrospectivo entre quienes deben estar de forma inequ¨ªvoca en el mismo bando. Todos tenemos alg¨²n grado de culpabilidad en no haber acabado con el terrorismo y los rostros de sus v¨ªctimas nos deben interpelar d¨ªa a d¨ªa hasta que lo hagamos desaparecer. Pero el reproche gen¨¦rico que ve en el terrorismo s¨®lo una cuesti¨®n de grado respecto del nacionalismo es injusto. Aparte de contraproducente en t¨¦rminos pol¨ªticos. Quienes lo hacen deben preguntarse si, en otros tiempos no miraron hacia otro lado cuando hab¨ªa esa "guerra sucia" que, adem¨¢s de inmoral, ha contribuido de forma tan se?alada a prolongar la agon¨ªa de ETA transmitiendo su veneno a nuevas generaciones j¨®venes. No vendr¨ªa mal ahora tener presente tambi¨¦n que la frivolidad al acusar siempre y tan s¨®lo al Gobierno de las derrotas parciales frente al terrorismo tuvo muy poco de constructivo. De cualquier modo, los actuales tiempos, m¨¢s que para ensimismarse en el reproche, son para competir en las iniciativas de futuro. Y no son s¨®lo policiales ni pol¨ªticas sino tambi¨¦n period¨ªsticas, culturales e intelectuales. Quienes estamos del lado de la inmensa mayor¨ªa debi¨¦ramos haber dialogado sobre ello mucho m¨¢s en el pasado. El peligro principal se llama ahora inconstancia, esa forma de frivolidad que consiste en convertir en irrelevantes empeque?eci¨¦ndolos, mandatos que, aunque inmprecisos, est¨¢n claros en sus l¨ªneas esenciales. De nuevo en este punto reaparece el Holocausto. Para muchos la constancia en la denuncia de los jud¨ªos resulta pura obsesi¨®n, transcurridos tantos a?os. Pero en realidad nos revelan que, como escribi¨® Primo Levy, si aquello lo hizo un ser humano puede repetirse. Ojal¨¢ las v¨ªctimas del terrorismo no cejen en recordarnos su existencia para que no banalicemos ese Mal absoluto en que consiste.
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