Sospechas y presunciones
El d¨ªa que liberaron a Ortega Lara, cuando todav¨ªa las noticias de la liberaci¨®n eran confusas y escasas, los periodistas, en la persecuci¨®n de ¨¢ngulos interesantes del suceso, fueron a un taller colindante con aquel en el que los bandidos le hab¨ªan torturado y preguntaron si no hab¨ªan notado nada raro durante esos casi dos a?os y si los secuestradores no les parecieron sospechosos en alg¨²n momento. Uno de los operarios de ese negocio ataj¨® de una manera desagradable diciendo que no , que en absoluto, que siempre le hab¨ªan parecido personas normales, "gente maja, vascos", a?adi¨®. Tal y como lo dijo daba a entender que le hab¨ªan parecido no ya gente encantadora y adem¨¢s vascos, sino que le hab¨ªan parecido, incluso que le segu¨ªan pareciendo pese a las evidencias del crimen, buenas personas precisamente porque eran vascos, como si los vascos no pudiesen ser otra cosa que "gente maja".Hace unos meses el escritor vasco navarro Eduardo Gil Bera public¨® un precioso libro donde relataba el viaje que hab¨ªa hecho siguiendo los pasos de Bareja en el periplo que ¨¦ste a su vez hab¨ªa realizado, para revivir la expedici¨®n del general G¨®mez. A menudo, nos dice Gil Bera, la matr¨ªcula vasca de su coche hizo concebir a m¨¢s de uno la sospecha, y con ella la "ilusi¨®n", de que se trataba de un coche "culpable", y as¨ª nos cuenta que la parada que hicieron en Velilla, provincia de Palencia, para consultar el mapa, caus¨® la expectaci¨®n y la intriga de unos jubilados que quer¨ªan saber ad¨®nde iban, de d¨®nde ven¨ªan, en qu¨¦ trabajaban y, de paso, si se iba "a tratar de un secuestro o s¨®lo de un atentado".
En el primer caso los vascos eran personas honorables s¨®lo por serlo, y en el segundo, por lo mismo, asesinos encubiertos o como m¨ªnimo presuntos. Podr¨ªa pensarse que estas dos opiniones no son fruto m¨¢s que de la precipitaci¨®n o de los prejuicios, pero est¨¢ claro tambi¨¦n que el destino 0 finalidad de ambas no ten¨ªa por objeto sino el beneficio que al enunciarla esperaban obtener unos y otros; en un caso, probar la fe en el ideario del nacionalismo radical, incluso en horas tan bajas como aqu¨¦llas, y en el otro, probarse su condici¨®n de prestos colaboradores con la ley.
El de la literatura es tambi¨¦n un mundo especialmente sensible a las interesadas clasificaciones ideol¨®gicas, y de un mismo escritor pueden o¨ªrse opiniones contradictorias al mismo tiempo sin que haya mediado la menor reflexi¨®n, "infalibles" intuiciones y presunciones incre¨ªbles.
Hace no mucho Juan Goytisolo exhum¨® y glos¨® en este peri¨®dico unas l¨ªneas de Cernuda a prop¨®sito de la generaci¨®n del 98: "Si la obra de Valle-Incl¨¢n es admirable, la dram¨¢tica esencialmente admirable y ¨²nica, su vida es ejemplar, a¨²n m¨¢s, por contraste con las de aquel grupo de traidores y ap¨®statas (excepci¨®n hecha en el mismo, claro, de Antonio Machado), donde se destaca la suya tan noble", dir¨¢ Cernuda.
La opini¨®n de Cernuda, por lo general un cr¨ªtico mesurado, es aqu¨ª agria, desdichada e insostenible, y se ve que est¨¢ condicionada por las posturas que los del 98 tomaron en la guerra civil, porque la traici¨®n y la apostas¨ªa a las que alude, t¨¦rminos que tanto gustaban a Men¨¦ndez Pelayo, no creo yo que se refieran a postulados est¨¦ticos, sino pol¨ªticos. Excluye de su anatoma a Machado, el ¨²nico que pas¨® la guerra en el bando de los republicanos, y a Valle, pero sabemos que ¨¦ste no tuvo ocasi¨®n alguna de traicionar ni apostatar de nada, porque se muri¨® seis meses antes de que empezara la guerra. Pero de haberse plegado Valle a los franquistas, como Manuel Machado en 1936 o como Benavente en 1939, ?la opini¨®n de Cernuda, y la de la posteridad, habr¨ªa sido la misma? Por lo dem¨¢s, llamar traidor y ap¨®stata a Baroja es rid¨ªculo. Cualquiera que haya le¨ªdo las opiniones de Baroja de 1899 sobre la democracia, los pol¨ªticos, el arte o la literatura, no siempre compartibles, sabr¨¢ que son las mismas poco m¨¢s o menos que las que ten¨ªa en 1936 o 1950. Por qu¨¦ raz¨®n al anarquismo de Baroja se le ha llamado reaccionario y en cambio todos encuentran muy progresista el carlismo de Valle-Incl¨¢n es una de esas cuestiones misteriosas. Vidas ejemplares fueron las de Machado o Juan Ram¨®n, una vida en verdad ejemplar pese a toda la inquina con que la juzg¨® siempre Cernuda. Incluso la de ¨¦ste fue una vida ejemplar y admirable. Ahora, decir lo mismo de la vida desarreglada de Valle y de sus ideas ca¨®ticas, aunque inofensivas, cuando es precisamente esto lo que las hace una y otras tan simp¨¢ticas parece una mixtificaci¨®n absurda.
?Por qu¨¦ entonces ciertos lugares comunes persisten? ?Cu¨¢l es la naturaleza cori¨¢cea de los t¨®picos? ?Qu¨¦ facturas y a qui¨¦n tienen que pagarlas los del 98 para que vuelvan a leerse sus libros? Lo normal es que se suela obtener alg¨²n tipo de beneficio con esta clase de sospechas y presunciones, pero a veces ni siquiera es un beneficio, sino s¨®lo la escusa tonta para no tener que leerlos. Yo creo que Baroja siempre tiene inter¨¦s, aunque, puestos a transigir, ?qu¨¦ le importa al amante de la literatura el Baroja de 1936 (y quien dice Baroja dice Unamuno o Azor¨ªn) si tiene un Baroja de 1900? ?Desde cu¨¢ndo hay que leer todo Quevedo o todo Cervantes? ?No bast¨® Luces de Bohemia para canonizar a Valle?
Decimos literatura de derechas o de izquierdas o gay o abertzale y parece que al destinarla a un p¨²blico se lo quitamos a otros. Al vengativo, mezquino e injusto insulto de Valle-Incl¨¢n contra Gald¨®s hay que darle esta lectura. Cuando un poeta social llama a Juan Ram¨®n Jim¨¦nez se?orito de casino de pueblo es porque quiere despejarse del camino para la clase de versos que fabrica. Si un director de cine dice de otro, para desprestigiarle, que es comunista, es porque sabe que detr¨¢s de ¨¦l vendr¨¢ un senador que tratar¨¢ de que el sospechoso no vuelva a hacer una pel¨ªcula en su vida. Uno cre¨ªa que a estas alturas todo el mundo sab¨ªa que se pod¨ªa ser de izquierdas y perfectamente memo, e idiota y completamente de derechas. Incluso al rev¨¦s.
Creo que a muchos les hicieron mejores los escritores y libros que prohib¨ªa el r¨¦gimen de Franco. Aquella lucha vali¨® para eso, para aprender a ser libre y a leer lo que a cada cual le d¨¦ la gana sin pasarse por el confesonario, de izquierdas o de derechas, pese a todos aquellos que cada vez que oyen el nombre de ¨¦ste o del otro dicen, santigu¨¢ndose, no, no lo leas, ¨¦se es un escritor de derechas, ¨¦se es un traidor, un reaccionario, un ap¨®stata. Recuerdan un poco al padre Ladr¨®n de Guevara con sus novelistas buenos y malos, asustando a beatas y sacristanes. Aunque aquello tambi¨¦n ten¨ªa su lado bueno, pues s¨®lo ten¨ªa uno que leer los "malos escritores" del padre jesuita o los heterodoxos que condenaba don Marcelino para garantizarse buena literatura. Se ve, pues, que cada ¨¦poca tiene sus r¨¦probos, siempre, m¨¢s o menos, los mismos, al contrario que el Santo Oficio, que unos a?os es de derechas y otros de izquierdas, como la Adoraci¨®n Nocturna y dem¨¢s congregaciones para las buenas costumbres.
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