Un profeta del fr¨ªo
A principios de los a?os setenta lo m¨¢s moderno que hab¨ªa en ?beda era un conjunto m¨²sico-vocal que se llamaba Los Droga. Sus componentes llevaban vaqueros acampanados y melenas lisas y m¨¢s bien sucias. Tocaban durante las fiestas de san Miguel en la caseta municipal, y a lo largo del verano hac¨ªan modestas giras por las ferias lim¨ªtrofes, cantando siempre en un ingl¨¦s entusiasta, aunque imaginario, en el que las ¨²nicas palabras que se entend¨ªan con facilidad eran baby y yeah. Otros grupos ya extintos hab¨ªan precedido a Los Droga en aquella historia de nuestro pop de secano: Los Blue Star, Los Dandys, que cultivaban una l¨ªnea m¨¢s mel¨®dica, una presencia m¨¢s conservadora.Uno intu¨ªa, en su desasosiego de inquietudes (era una ¨¦poca en la que los j¨®venes est¨¢bamos llenos de inquietudes, al decir de las m¨¢s avanzadas publicaciones eclesi¨¢sticas), que lo rompedor de verdad, lo rebelde y gamberro, eran Los Droga. Vistos de lejos, cuando iban juntos, daban un aire parecido al de los grupos de entonces: pero el efecto quedaba arruinado al o¨ªrlos tocar, o simplemente cuando se encontraba uno cerca de ellos y a pesar de los pelos largos, los vaqueros de campana, los zapatos de plataforma, las camisetas, los prudenciales abalorios, reconoc¨ª sus indestructibles caras jienenses, heredadas de generaciones hoscas de labriegos, refractarias a cualquier extravagancia o refinamiento de modernidad.
Pero no dejaba uno de verlos con cierta admiraci¨®n, aunque s¨®lo fuera porque se permit¨ªan lo que la mayor parte de nosotros nos habr¨ªa gustado tanto y nos estaba radicalmente prohibido, llevar el pelo muy largo, por encima de los hombros, tener un grupo de rock, vivir rodando por las carreteras. El grupo no hab¨ªa grabado ning¨²n disco y las carreteras por las que circulaba eran comarcales, pero eso no le quitaba un cierto prestigio On the road que era mucho m¨¢s de lo que cualquiera de nosotros estaba autorizado a imaginar. Ya s¨¦ que entonces la abrumadora mayor¨ªa de la clase intelectual y pol¨ªtica espa?ola hab¨ªa conocido el mayo del 68 en Par¨ªs y el verano de las flores en Berkeley y en Woodstock, y que algunas de las mentes m¨¢s rebeldes de nuestra todav¨ªa audaz (aunque ya algo achacosa) cultura alternativa se hab¨ªan familiarizado con el ¨¢cido, con el amor libre y con las autopistas norteamericanas, pero mi ¨²nica experiencia de vida en la carretera, hacia el a?o setenta y tres, era el viaje entre mi ciudad y la capital de mi provincia, que no estaban comunicadas por los ya entonces m¨ªticos Greyhound, sino por los veh¨ªculos de una compa?¨ªa regional prosaicamente bautizada Alsina Graells Sur.
Por esa ¨¦poca Los Droga dieron un paso m¨¢s en su modernidad pop y se quitaron el art¨ªculo: ya se llamaban simplemente Droga, del mismo modo que los Canarios, los Bravos y hasta los Diablos hab¨ªan pasado a llamarse Canarios, Bravos o Diablos. No sin cierta distancia despectiva -yo a¨²n no pod¨ªa llevar el pelo tan largo que me tapara las orejas, pero ya conoc¨ªa a The Doors, a Jimi Hendrix, a Deep Purple-, asist¨ª a una de las ¨²ltimas actuaciones del grupo. Era en un sal¨®n de actos, y ten¨ªa, ya en el cartel, ciertos atisbos de respetabilidad de rock sinf¨®nico: "DROGA - En concierto". Se iban abriendo las cortinas del escenario, con uno o dos cambios de luces, mientras sonaba el arranque de aquella larga canci¨®n que nos gustaba tanto, In-agadda-da-vida, maltratada con euforia por nuestro conjunto local. Uno de sus miembros, el organista, dej¨® de tocar, se adelant¨® hacia el filo del escenario, acerc¨® mucho la boca a un micr¨®fono y grit¨® roncamente, aunque con notable parsimonia: "?Droga!". A continuaci¨®n volvi¨® a su sitio, un poco como el chico que en unos juegos florales se ha adelantado para decir una poes¨ªa, y sigui¨® tocando el ¨®rgano, agitando de un lado, a otro la melena lacia.
No creo que los Droga supieran entonces de las drogas mucho m¨¢s de lo que sab¨ªa yo: es decir, nada, o casi, un rumor de lejana literatura, de la muerte de Hendrix, de Janis Joplin o de Jim Morrison. Tan s¨®lo unos a?os m¨¢s tarde la hero¨ªna irrumpi¨® para devastar al menos a dos generaciones, para extender la muerte, la enfermedad y la miseria en barriadas enteras, y no s¨®lo en las ciudades grandes, sino tambi¨¦n las m¨¢s provinciales y aisladas, aqu¨¦llas en las que muchos crecimos suponiendo que nunca llegar¨ªa a ellas la onda expansiva de los tiempos modernos. A principios de los ochenta ten¨ªamos ya yonquis aut¨¦nticos.
Me he acordado de la llegada de la hero¨ªna al leer que hab¨ªa muerto William Borroughs. Igual que en cierto momento de la primera adolescencia nos era preciso, para imaginarnos adultos, habituamos a los cigarrillos y al alcohol, un poco m¨¢s tarde hubo que aproximarse, con fascinaci¨®n y pavor, con temeridad, con arrogancia, al mundo que profetizaban las novelas de Bnrroughs y que tambi¨¦n estaba, como una invitaci¨®n, en algunas canciones: Brown Sugar, Cocaine; la tremenda y sinestra Waitingfor my man de Lou Reed.
Algunos de ellos se salvaron, entre otras cosas porque hay ciertas formas de rebeld¨ªa y de radicalismo que son mucho menos arriesgadas si uno resulta ser multimillonario por su casa, como le suced¨ªa a Burroughs. Muchos con menos privilegios han muerto y todav¨ªa mueren, mientras el comercio de las drogas corrompe continentes enteros, y a¨²n quedan desnortados que celebran el romanticismo letal de la hero¨ªna, los efectos iluminadores del delirio, de la disgregaci¨®n hacia la locura.
A m¨ª William Burroughs me parec¨ªa, como su literatura, de una frialdad inhumana, de un desgarramiento muy cerebral y met¨®dico, como premeditado, llevado a cabo con la determinaci¨®n con que sus personajes preparan la cuchara y la dosis y la aguja antes de inyectarse. No tengo ninguna nostalgia del tiempo en que le¨ªa sus novelas y en que vi trastornarse est¨¦rilmente y para siempre a gente muy valiosa y querida. Comprendo que es una vulgaridad, y que deber¨ªa hacer algo por arreglar ese pasado, pero en mi adolescencia de pueblo influye m¨¢s el conjunto Los Droga que toda la a?orada Beat Generation.
Babelia
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