La muchacha que pudo ser Emmanuelle (16)
?Qui¨¦n era el padre del chico de Helga?Por MANUEL VAZQUEZ MONTALBAN
EN LA PRIMERA ESTACI?N del V¨ªa Crucis del tratamiento de belleza, Gilda Mushnick se detuvo ante la imagen que le devolv¨ªa el espejo y no tuvo valor para preguntarle si segu¨ªa siendo la m¨¢s hermosa de las mujeres. Tem¨ªa que le respondiera: No, todav¨ªa lo es Helga. Durante tres horas pas¨® por una cadena de restauraciones: corrientes el¨¦ctricas para la celulitis, contra los dolores lumbares, gimnasia pasiva, y luego la enfangaron de arriba abajo y la metieron entre s¨¢banas y mantas para que conservase el calor. Su cuerpo acab¨® reposando como una momia, embadurnado con fangos volc¨¢nicos hasta que el, sonido de un despertador la resucit¨® y liber¨® de su sudario. Apareci¨® el desnudo de una mujer entre dos juventudes que avanzaba hacia la ducha como si fuera una malograda hija del fara¨®n con voluntad de huida. Bajo el agua fue recuperando la realidad del cuerpo y se quit¨® el resto de fango con una cierta repugnancia. Llegada la hora del masaje, facial incluido, bajo las manos dur¨ªsimas de una masajista de ochenta kilos de peso.-La sotabarba. Trabaje la sotabarba.
-Pero si no tiene.
-Gracias, pero si lo sabr¨¦ yo si tengo sotabarba. Todas las mujeres de mi familia han tenido algo de sotabarba.
Terminadas ya las operaciones contempl¨® el rostro resultante en el espejo. "?Y si me hiciera un lifting? ?Y unas aplicaciones de col¨¢geno?"
-Yo a¨²n no me lo har¨ªa. Tiene Vd. un cutis que convenientemente cuidado...
-Un poco de col¨¢geno, ?no? ?Todav¨ªa no? Todo el mundo se lo pone.
-Todo tiene su momento.
-?Cu¨¢l es ese momento? Si Vd. lo dice. Me horroriza envejecer o al menos que se note que envejezco. Con lo que me gustaba tomar el sol a m¨ª en el velerito de mi marido, pero me han metido el miedo en el cuerpo. Que si el c¨¢ncer, que si las manchas. S¨®lo tenemos un cuerpo, para toda la vida. Col¨¢geno, ?no?
La masajista se encogi¨® de hombros, pero no expresaba indiferencia, sino la amabilidad de devolver a una cliente su capacidad de decisi¨®n. Cuando Gilda recuper¨® su silueta y la m¨¢scara de la ciudadan¨ªa, la masajista le dedic¨® una pen¨²ltima mirada de fastidio, la ¨²ltima mirada era sonriente mientras conven¨ªan un nuevo encuentro al cabo de dos d¨ªas. Gilda cre¨ªa percibir cierta hostilidad en el fondo de los ojos de la mujer.
-Col¨¢geno. Tal vez tenga Vd. raz¨®n. Yo creo que el agujero de la capa de ozono lo produce todo el col¨¢geno que las argentinas se ponen en la cara. En mi pa¨ªs tambi¨¦n se lo aplican los hombres. Hubo un ministro que se oper¨® el culo porque lo ten¨ªa muy salido y Alfons¨ªn, un jefe de Gobierno, se extirp¨® las ojeras. Qued¨® pobrecito como si le hubieran capado.
La risa cantarina de Gilda la acompa?¨® durante toda la salida del Instituto
Nefer y cuando ya era sonrisa se le borr¨® al descubrir a Carvalho como obst¨¢culo en el camino que la llevaba a su coche. Ella fingi¨® no reconocerle pero Carvalho se present¨® con tal riqueza de connotaciones y evocaciones que Gilda tuvo que poner a su altura el entusiasmo del reencuentro.
-Si Vd., se va, me har¨ªa un favor acerc¨¢ndome a la ciudad. He venido sin coche porque desconoc¨ªa exactamente la ubicaci¨®n de este prodigio. En media hora he visto salir unas veinte mujeres de portada de Hola.
Gilda conduc¨ªa doblemente preocupada, por las colas de coches que trataban de meterse en la Ronda de Dalt y por la presencia de Carvalho a su lado, muy relajado, con las manos en la nuca, y el cuerpo estirado para desperezarlo.
-Todo lo que pod¨ªa decirles sobre mi hermana ya est¨¢ dicho.
-Hay cuentas que no me salen se?ora Mushnick.
-En el centro de est¨¦tica Vd. se ha inscrito como se?ora Mushnick.
-Mi marido es algo especial y le molestan los gastos superfluos.
Carvalho se volc¨® hacia adelante para mirarla.
-?Superfluos? Quiz¨¢ ¨¦l tenga raz¨®n. Vd. no necesita ning¨²n tratamiento para parecer una estrella de cine. ?Tambi¨¦n quiso Vd. ser estrella de cine?
-Ese papel lo ten¨ªa reservado Helga. Yo me he realizado plenamente: mi marido, mis hijos.
-Sus hijos.
Gilda se volvi¨® hacia ¨¦l y le mir¨® desafiante.
-Mis hijos, s¨ª.
-Las cuentas no me salen, Sra. Olavarria.
-Muslinick, si no le importa.
-?En qu¨¦ quedamos? Hijos s¨ª, maridos no. Un antiguo grito subversivo. Repito que las cuentas no me salen. Seg¨²n los datos oficiales Vd. ha concebido y parido dos hijos, un var¨®n y una hembra, a cargo de Bobby Olavarr¨ªa, que es como suelen llamar a su esposo. Pero con Vds. viven tres; el tercero es otro muchacho. Se a?adi¨® un var¨®n de unos quince a?os. Se sum¨® a sus vidas hace... ?Cu¨¢nto hace? ?Es un ni?o adoptado?
-Digamos que s¨ª.
-Digamos que no.
Ella no tuvo valor para sostenerle la mirada y meti¨® el coche en el primer parking que encontr¨®, uno de esos parkings, pens¨® Carvalho, realizados seg¨²n un pacto entre dos delincuentes, el Ayuntamiento y el propietario del inmueble, con el- fin de por una parte conseguir albergar el mayor n¨²mero de coches posibles y por otra obligarles a rozar paredes o ara?ar a otros coches, y as¨ª enriquecer a todos los talleres de chapa de la ciudad. La mujer dej¨® el coche en reposo con la chapa del lado izquierdo vista para peritaje del seguro. Carvalho hab¨ªa permanecido mudo mientras ella se empe?aba en fregar todas las paredes de aquel matadero de coches. Gilda se relaj¨® y ech¨® la cabeza atr¨¢s. Estaba muy bonita. Era muy bonita.
-Helga me lo trajo hace ocho a?os, quiz¨¢ nueve. No pod¨ªa alimentarlo. Yo hac¨ªa milagros para ayudarla, pero ella no se ayudaba a s¨ª misma. Me horrorizaba ver a mi hermana en aquel estado.
-Su marido. ?Acept¨® al chico?
-A rega?adientes. Pero eso no es nuevo en ¨¦l. Lo acepta todo a rega?adientes. Vive a reganadientes. Reza a rega?adientes.
-?Reza mucho?
-En el Opus Dei se reza mucho. O al menos mi marido pertenece al sector rezador.
-Nunca lo hubiera imaginado. Pero sin duda rezan por tel¨¦fono o por Internet o por fax. Es un catolicismo moderno. Lo que no puedo creerme es que Helga le haga entrega de su hijo y luego no se interese por ¨¦l, que no trate de ponerse en contacto con Vd.
-Fue la condici¨®n que impuso mi marido. No la soportaba. Helga representaba todo lo que no puede soportar en una mujer y sobre todo el descaro y la falta de complejo de culpa.
-?Por qu¨¦ se vino Helga a Espa?a? ?Por qu¨¦ se vinieron Vds.?
Quiere pensar lo que va a decir, Gilda y examina a Carvalho como si ponderara sus m¨¦ritos para recibir confidencias.
Mi marido tuvo que venirse en cuanto se acabaron los milicos ?No m¨¢s milicos? No m¨¢s Olavarr¨ªa. Hab¨ªa desempe?ado cargos durante la dictadura y a m¨ª al principio no me importaba, porque tampoco me importaba ¨¦l, si hay que ser sincera, pero a medida que se iba hundiendo el tinglado, Bobby se iba poniendo nervioso y en cuanto el fiscal Strasera empez¨® a organizar los procesos, nos vinimos a Espa?a.
Carvalho le agradece con la cabeza la prueba de confianza y pone blandura de el mejor amigo de la chica cuando le pregunta.
-Su hermana se vino porque tem¨ªa algo de los militares y Vds. se fueron de Argentina porque su marido ten¨ªa miedo de la democracia.
-Algo por el estilo, aunque a ciencia cierta nunca conoc¨ª los motivos de Helga. Miedo. Miedo s¨ª ten¨ªa y el rechazo que sent¨ªa por Bobby a veces m¨¢s que rechazo me parec¨ªa miedo.
-?Le habl¨® alguna vez su hermana de Rocco? ?Un antiguo profesor?
-Tonte¨® con ¨¦l. No nos separaban demasiados a?os y recuerdo lo impresionado que estaba aquel hombre por mi hermana. Ojal¨¢ hubiera seguido con ¨¦l. Su vida hubiera sido normal.
-Y ahora ir¨ªan las dos hermanas juntitas a hacerse los masajes en el Instituto de Belleza Nefer. ?No ha visto ¨²ltimamente a Roceo? Puede que le hayan matado. Ha desaparecido.
Se aguantaron la mirada, pero ella volvi¨® a esconder los ojos cuando Carvalho la sorprendi¨® con la pregunta.
-?Qui¨¦n era el padre del chico de Helga?
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