La sociedad del desprecio
LAS IM?GENES son terror¨ªficas por elocuentes. Presos reptando bajo una lluvia de golpes y patadas, polic¨ªas amenaz¨¢ndoles con sus pistolas, perros que muerden a estas personas indefensas y entregadas en su terror, sin adem¨¢n alguno de resistencia. Las im¨¢genes grabadas por la propia polic¨ªa de Tejas y que ahora han causado esc¨¢ndalo, en todo Estados Unidos deben indignar mucho, all¨ª y en todas partes, porque son un ejemplo de crueldad, brutalidad gratuita y el m¨¢s miserable de los abusos. Pero no deber¨ªan sorprender en la misma medida. Porque no muestran nada que no pudiera intuirse.En las c¨¢rceles de Tejas se maltrata a los presos. Esto, en s¨ª, no parece noticia. Y sin embargo es grav¨ªsimo y debe de haber mucho m¨¢s. Porque unos hombres que sienten el grado de desprecio hacia otros seres humanos que demuestran los funcionarios y los polic¨ªas que participan en esta despreciable razia de presidiarios son capaces de todo. Quienes se saltan con tal procacidad todas las reglas del trato humanitario a los semejantes, sean reos o no, son personas que hacen m¨¢s da?o a una sociedad civilizada que aqu¨¦llos a quienes custodian.
De apalear a presos por capricho a torturar a inmigrantes en comisar¨ªa, como acaba de hacer un grupo de polic¨ªas en Nueva York, no hay ning¨²n paso. Es la misma actitud de desprecio al pr¨®jimo de culto a la violencia que se solaza en el sufrimiento ajeno.
Todo esto sucede en un gran pa¨ªs democr¨¢tico que es cuna de muchos de los derechos civiles e individuales que han hecho de las democracias occidentales el mejor o el menos malo de los sistemas de gobierno, precisamente por su respeto a la dignidad de la persona. Cabe preguntarse por qu¨¦ un sistema que predica estos derechos inalienables es tan frecuente escenario de estas org¨ªas de brutalidad.
Los prisioneros en un campo de trabajo de un r¨¦gimen comunista o en una dictadura fascista no pueden esperar otra cosa que violencia y crimen. Pero all¨ª es el Estado el que ordena tales desmanes y sus sicarios obedecen y pueden dar rienda suelta a sus instintos m¨¢s viles. Pero en los casos que nos ocupan son los individuos y los colectivos con poder en c¨¢rceles y comisar¨ªas los que demuestran haber alcanzado un grado de encanallamiento que los hace inservibles para las tareas que la sociedad les ha encomendado.
Cierto es que en las democracias muchos de estos casos, como el de Tejas y el de la tortura a un haitiano en una comisar¨ªa en Nueva York, pueden salir a la luz y los desmanes y delitos pueden ser castigados. Pero todo indica que gran parte de estos actos repugnantes permanecen ocultos y, por tanto, impunes.
El culto a la fuerza y a la violencia, y la cultura que ya no s¨®lo margina, sino deshumaniza a aquellos que por una cuesti¨®n u otra quedan al margen de la sociedad, acaban produciendo este tipo de monstruos como los que muestra la pel¨ªcula policial vestidos de uniforme, con perros, armas y porras.
Tejas es en este sentido quiz¨¢s el ejemplo m¨¢s triste. Es un Estado que asume con orgullo el liderazgo en ejecuciones de presos condenados a muerte. Y en ¨¦l se re¨²nen durante las ejecuciones muchos m¨¢s ciudadanos para celebrar la muerte del condenado. que para lamentar que sus instituciones se manchen las manos de sangre. La c¨¢rcel aludida es una de las muchas que ha construido Tejas y que en parte alquila a otros Estados para que cumplan all¨ª las penas sus presos. Triste negocio. Todo ello se enmarca con lamentable perfecci¨®n en esa cultura de la venganza, con todas las ra¨ªces hist¨®ricas que en ella se quieran ver, que mata la piedad y envilece a la sociedad.
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