La muchacha que pudo ser Emmanuelle (23)
Casi no me acordaba de como era una mujerPor MANUEL V?ZQUEZ MONTALB?N
DOL?AN LAS HERIDAS y telefone¨® a Gilda Mushnick.-Me han pegado una paliza. La invito a cenar. ?La dejan salir de noche?
Un taxi tard¨® una hora en transportar a la mujer hasta Vallvidrera. No hab¨ªa prometido nada. Se hab¨ªa limitado a colgar el tel¨¦fono sin responder y Carvalho pens¨® que ante Gilda Mushnick se abr¨ªan infinitas posibilidades, las m¨¢s previsibles: no hacer caso de la llamada, vacilar, hacer caso de la llamada y una vez decidida a hacer caso, fraguar la coartada si es que la necesitaba o preparar su cuerpo, y su esp¨ªritu para ir a una cata a ciegas, a una cata de compasi¨®n o de atracci¨®n entre contrarios. La mujer que entra en la destartalada villa de Carvalho mir¨¢ndolo todo como si todo estuviera donde no debiera estar, m¨¢s bien parece un perito de seguros valorando el despu¨¦s de la cat¨¢strofe y la misma mirada que ha dedicado a las cosas, la aplica al hombre.
-Cre¨ªa que hab¨ªa sido peor.
-Tengo el cuerpo lleno de hematomas.
-?Quiere una cura?
-Hay que elegir entre una cura y hacer la cena.
?Sabe cocinar?
-?No!
Rechaz¨® Gilda con repugnancia.
-?Nos tuteamos?
Se encogi¨® de hombros la mujer. Ten¨ªa unos hombros excelentes, altos, de huesos peque?os pero de perfecto andamiaje, unos hombros de muchacha que ha hecho deporte s¨®lo para tener el esqueleto bonito. Carvalho se fue a la cocina y manipul¨® los ingredientes del guiso. Cogi¨® una aguja de coser carne, le pas¨® el fino cordel y se aplic¨® a unir los bordes de las cuatro piezas que permanec¨ªan abiertas y mostrando un montoncito de farsa en su centro.
-Me parece que no lo habr¨¢s comido nunca y es dif¨ªcil de traducir del catal¨¢n. Galtes, galtes de porc. Son las mejillas del cerdo, rellenas de foie, carne picada, trufa, exquisitas. Pero tienes apellido jud¨ªo. ?No pruebas el cerdo? Te gustar¨¢.
Como no hay respuesta, Carvalho termina su tarea, saltea las galtes en aceite, le a?ade vino blanco, sazonamientos, un vaso de caldo. Deja que el comistrajo cueza a fuego lento, vuelve al comedor living, no est¨¢ Gilda. Enciende la chimenea, vali¨¦ndose de La verdad sobre el caso Savolta de un tal Eduardo Mendoza, un escritor con apellid¨® de delantero centro, al que hab¨ªa visto en la tele hablando de los privilegios de la edad. Hab¨ªa cumplido los cincuenta a?os el escriba y ten¨ªa los cojones de referirse a los privilegios de la edad. Carvalho contempl¨® melanc¨®licamente las llamas que asaban a los personajes de la novela, Lepprince, Mar¨ªa Coral, Pajarito de Soto, Cabra G¨®mez, el comisario V¨¢zquez, Miranda, Cortabanyes, no somos nada Mendoza, a partir de los cincuenta ya lo somos todo, es decir, nada. Privilegios de la edad. Unas manos de mujer se posaron en sus hombros, Car-
valho las retuvo y levant¨® la cabeza hacia ella.
-Casi no me acordaba de c¨®mo era una mujer.
Gilda ol¨ªa a mujer desnuda debajo del albornoz de Carvalho. Carvalho la sigui¨®, pero mientras ella se met¨ªa en la cama, corri¨® a la cocina a interrumpir la cocci¨®n. A su vuelta la se?ora de Olavarr¨ªa, Mushnick de soltera, asomaba medio cuerpo de entre el amasijo de colcha, mantas, s¨¢banas. A su lado se estir¨® Carvalho y ella le pas¨® la mano por el cabello. Le acarici¨® las heridas se?aladas por el colorido del Topionic, luego las bes¨®, las lami¨®. Carvalho recibi¨® todas las puntas de aquel cuerpo y correspondi¨® con las suyas, dialogantes los dedos, intransigente el sexo resucitado de meses de letargo. Ella tuvo el ¨¦xtasis r¨¢pido, de hecho ya se hab¨ªa abierto de piernas con el ¨¦xtasis puesto. El orgasmo fue otra cosa. Lento. Largo. Obligado Carvalho a continuar la gimnasia como si su hijo predilecto a¨²n estuviera en las mejores condiciones. A ella le bastaba la voluntad del simulacro, Gilda pertenec¨ªa a ese tipo de mujeres que tienen el orgasmo cuando les da la gana y porque les da la gana. El partenaire es imaginario y a Gilda pare que le gusta el imaginario Carvalho. Cuando recupera la respiraci¨®n y la sintaxis, Gilda retorna al gusto por besarle las heridas.
-Qu¨¦ salvajes. Es incre¨ªble. De la barbarie a la belleza del amor, de hacer el amor. Estoy tan contenta de haberlo hecho. Es como haberme gastado en una noche m¨¢s de veinte a?os de ahorros de asquerosa respetabilidad. ?C¨®mo se te ha ocurrido llamarme? ?Esperabas despertar mi sentimiento protector ante tu estado? ?Satisfecho?
Carvalho la contempla evidentemente satisfecho de s¨ª mismo.
-?Qu¨¦ dir¨ªa tu marido si ... ?
Ella le sell¨® los labios con un dedo que se qued¨® jugueteando all¨ª.
-Afortunadamente, como todos los maridos, carece de imaginaci¨®n.
-Tu marido no est¨¢ solo y t¨² sabes muy bien que paso y que est¨¢ pasando. De qu¨¦ hu¨ªa Helga, por qu¨¦ acertaste a casarte con Olavarr¨ªa para proteger a tu hermana. Pero ya nada de todo eso sirve.
-S¨®lo sirve degollar a ese cerdo. Machacarle. Sacarlo de mi vida.-Es posible. Es posible si testificas y te convertimos en la pieza base para la denuncia de la connivencia que se ha producido en la liquidaci¨®n de Rocco y Helga.-Han matado a tu hermana. T¨² eres la ¨²nica que conoce el trasfondo de esta historia.
-?Sabes lo que me pides? Esa gente nunca se hunde. Son como corchos. Nunca se hunden. Siempre saben hacerse necesarios. A mi hermana no la resucitar¨¦ poni¨¦ndome en el punto de mira de todos ellos ?Y mis hijos? ?C¨®mo me mirar¨ªan si yo me convirtiera en el instrumento de la desgracia de su padre?
Sin duda se parec¨ªa a Helga, pero menos desvalida. Detr¨¢s de la arrogancia semidesnuda de Helga se adivinaba en las fotograf¨ªas su capacidad de compasi¨®n por todo, por todos. Hab¨ªa nacido para ser v¨ªctima y se limit¨® a disimularlo mientras pudo. Se hab¨ªa buscado la ruina tratando de salvar a dos desaparecidas que no conoc¨ªa y la hab¨ªan matado porque pretend¨ªa ayudar a Rocco a llegar a testificar ante el juez Garfz¨®n. Recorri¨® con los ojos y las manos las carnes bonitas, bien cuidadas de Gilda y ella le dejaba hacer aunque se le escapaba la risa.-Pareces un ciego. Me palpas como palpan los ciegos a la primera mujer desnuda de sus vidas.
-?Te ha palpado alguna vez un ciego?
-No. Pero s¨¦ que palpas como un ciego.
-?Estabas ciega cuando aceptaste casarte con Bobby, el hombre que estaba persiguiendo a tu hermana?
-Ahora lo veo claro, pero entonces no era tan f¨¢cil decir: la est¨¢ persiguiendo, la est¨¢ chantajeando. El zumbaba a nuestro alrededor, bailaba o zumbaba, como un bailar¨ªn y como una serpiente a la vez. Yo ve¨ªa que ca¨ªa muy mal a Helga, pero por eso pensaba que mi hermana era una estirada y que yo entender¨ªa mejor a aquel se?or tan educado, tan obsequioso. Luego Helga desapareci¨®. Se fue a Espa?a. Me qued¨¦ sola ante el bailar¨ªn, ante la serpiente. En Espa?a ya lo vi claro. Por si faltara algo, la violaci¨®n, el ni?o.
-Pero no rompiste.
-Ten¨ªa miedo. No es tan f¨¢cil salir del espacio que te marca la mirada de la serpiente.
Ha saltado de la cama con toda la profundidad de su piel al servicio de carnes breves, arm¨®nicamente trotonas. Est¨¢ visti¨¦ndose y comenta:
-Ahora bien, si lo machacas, si t¨² consigues machacarlo, d¨¦jalo hecho papilla y yo ser¨¦ feliz. ?Te parezco una mujer ara?a? ?Una perversa y ego¨ªsta mujer ara?a? ?Una viuda negra, quiz¨¢s?
-Me parece que en este caso mi papel no puede ser excesivo. M¨¢s que machacar a alguien, he de conseguir al menos salvar a alguien.
-?A m¨ª?
-No. T¨² te salvas sola. Te quitas las angustias con masajes. A¨²n quedan v¨ªctimas al alcance de la raz¨®n social Osor¨ªo & Olavarr¨ªa.
-Ya no te gusto. Est¨¢s saciado. Incluso deseas que me vaya.
Desea que se vaya, pero no quiere expresarle el menor rechazo.
-Tenemos.toda la vida por delante.
Gilda vuelve a examinar las cosas y entre ellas Carvalho, ya utilizado.
-Si vuelvo, primero pasar¨¦ a ordenarte el paisaje. No puedo soportar el desorden. ?Qu¨¦ miras? ?No me has visto hasta ahora?
Carvalho se limita a leerla, como si descodificara su sistema de se?ales seg¨²n la pretensi¨®n de Lifante, y es varias veces sincero cuando comenta:
-Casi no me acordaba de c¨®mo es una mujer.
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