El ad¨²ltero confuso
El ad¨²ltero estaba desnudando a su amante cuando vio que ¨¦sta llevaba un juego de ropa interior id¨¦ntico a uno de su mujer, as¨ª que se le quitaron las ganas y se sent¨® en el borde de la cama.- ?Qu¨¦ pasa? -dijo ella.
- No s¨¦, me ha dado un mareo. Espera un momento a ver.
- Eso es porque no comes m¨¢s que bocadillos.
Al final perdieron la tarde hablando de la gente de la oficina, como sol¨ªan hacer cuando el deseo no funcionaba, mientras ella repasaba los botones de una blusa que se acababa de comprar en la tienda de abajo. En un momento dado, ¨¦l se asom¨® a la ventana y vio una calle estrecha, con los coches subidos a la acera. En una terraza de la fachada de enfrente hab¨ªa un tendedero con pa?ales. Le pareci¨® muy raro no saber d¨®nde se encontraba.
- ?D¨®nde estamos? -pregunt¨®.
- Pues ahora no s¨¦ si la calle se llama Matilde D¨ªez o Matilde Diez, depende de d¨®nde pongas el acento. Ah¨ª mismo, un poco m¨¢s arriba, a la izquierda, est¨¢ L¨®pez de Hoyos.
- ?Y de qui¨¦n es el piso?
- De una hermana de Pilar L¨®pez, la de contabilidad, que es azafata y se pasa la vida fuera.
Hasta ahora, ella siempre hab¨ªa logrado encontrar a alguien que les prestara una casa. Se negaba a hacerlo en apartamentos alquilados o en hoteles, porque lo asociaba a alguna forma de prostituci¨®n. Gracias a eso, ¨¦l hab¨ªa visto el rostro de algunos barrios que de otro modo jam¨¢s habr¨ªa llegado a conocer. Le parec¨ªa extra?o, no obstante, saber que viv¨ªa en una ciudad que nunca recorrer¨ªa del todo; era algo as¨ª como vivir dentro de un cuerpo en el que siempre habr¨ªa alguna zona por explorar.
Un d¨ªa, tom¨® una salida de la M-30 al azar y anduvo merodeando por una calle que le recordaba la de su infancia, en el Parque de las Avenidas. Entr¨® en una panader¨ªa y compr¨® un bollo, del que luego se desprendi¨®, s¨®lo por ver el rostro de la dependienta sabiendo que sus miradas no volver¨ªan a cruzarse. Al d¨ªa siguiente, vio en la televisi¨®n que se hab¨ªa cometido un crimen justo en el portal de al lado, y sal¨ªa la panadera. diciendo que la tarde anterior hab¨ªa estado merodeando por los alrededores un hombre cuya descripci¨®n, a grandes rasgos, coincid¨ªa con ¨¦l.
Otra vez, hac¨ªa mucho tiempo, estaba observando a su hijo en el ba?o, cuando el ni?o de s¨²bito se descubri¨® los genitales con espanto. A lo mejor, hab¨ªa zonas del cuerpo que jam¨¢s lleg¨¢bamos a conocer, no ya el p¨¢ncreas o los ri?ones, sino geograf¨ªas m¨¢s superficiales que quiz¨¢ estaban al alcance de la mano.
En esto, vio brillar algo en el suelo, bajo la mesa del televisor. Se agach¨® para recogerlo y result¨® ser una foto tama?o carnet de un sujeto de unos 35 a?os, con muchas entradas. Miraba al objetivo con una tenacidad absurda, como si la m¨¢quina le debiera algo. Tuvo un sentimiento familiar muy desagradable y dijo guard¨¢ndose la foto en elbolsillo:
- No quiero que volvamos al piso de nadie. Me da la impresi¨®n de invadir un espacio ¨ªntimo.
- Pues yo a un hotel, en plan puta, no voy -respondi¨® ella cortando el hilo sobrante con los dientes, en un gesto que le hab¨ªa fascinado, de ni?o, en su madre. El mundo era unas veces sofocante por estrecho, y otras veces confuso, por ancho.Esa noche, sac¨® la fotograf¨ªa del bolsillo de la chaqueta y la guard¨® en el caj¨®n de la mesilla de noche como quien mezclara azarosamente las distintas partes de la realidad, igual que cuando se barajan los naipes. Luego se meti¨® en la cama y desde all¨ª vio con disimulo c¨®mo se desnudaba su mujer, que llevaba el conjunto de ropa interior id¨¦ntico al que esa tarde le hab¨ªa visto a su amante. Entonces, sin poder reprimirse, rompi¨® a llorar.
- No me encuentro muy bien -dijo frente a la mirada de extra?eza de su esposa.
- Si es que no comes m¨¢s que bocadillos -respondi¨® ella.
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