El 'efecto Diana'
LA ENORME audiencia de millones de brit¨¢nicos y cientos de millones de telespectadores en el mundo que siguieron ayer el funeral de Diana de Gales muestra que la princesa ha sido mucho m¨¢s que un fen¨®meno medi¨¢tico. Aunque sin los medios modernos de comunicaci¨®n probablemente Diana y su muerte no se hubieran convertido en un acontecimiento de masas, ha sido la estela de la princesa la que ha tirado de los medios. No al rev¨¦s. Ayer, Londres se convirti¨® en un gran funeral, mezcla de la expresi¨®n sincera de una poblaci¨®n entristecida y emocionada y de la obligada pompa ritual, que fue amplificada por una transmisi¨®n elegante de las cadenas de televisi¨®n brit¨¢nicas, lejos de los tintes militaristas o t¨¦tricos de similares ceremonias en otros lugares y ocasiones. Fue una ceremonia digna de una princesa de cuento de hadas, aunque cada vez sea m¨¢s dudoso el sue?o infantil de unas ni?as que, si quieren ser princesas, deber¨¢n pagar tributo a los focos de la publicidad.La muerte de Diana ha suscitado un debate sobre los l¨ªmites de la intromisi¨®n de los medios de comunicaci¨®n en la vida privada de los m¨¢s y menos famosos. Sin duda, es ¨¦sta una cuesti¨®n que requiere matices, y no enfoques hip¨®critas y doctrinarios, y para cuya soluci¨®n un sentido de lo honesto y lo razonable puede ayudar m¨¢s que muchas leyes. Diana era un caso excepcional. El muy serio diario londinense Financial Times ha reconocido que "hay un inter¨¦s p¨²blico leg¨ªtimo en las relaciones posmatrimoniales de la madre de un futuro rey", en contraste con el pacto de silencio que mantuvo la prensa en 1936 y que llev¨® a anunciar por sorpresa a la ciudadan¨ªa la abdicaci¨®n de Eduardo VIII para casarse con la se?ora Simpson. Las primeras reacciones en contra de la figura del paparazzi, fuera y dentro del Reino Unido, se han suavizado al conocer que el conductor del veh¨ªculo en que se estrell¨® Diana estaba legalmente ebrio y conduc¨ªa a gran velocidad. Pero tambi¨¦n ha producido leg¨ªtima indignaci¨®n saber que algunos de los fot¨®grafos no se pararon para prestar socorro, sino s¨®lo para sacar fotos y largarse.
Blair ha preferido que haya un amplio debate antes de pronunciarse a favor de nuevas leyes. El autocontrol por parte de empresas y de periodistas, m¨¢s que nuevas disposiciones legales poco eficaces o a veces susceptibles de abrir boquetes en la libertad de expresi¨®n, parece ser una v¨ªa razonable para frenar e incluso dar marcha atr¨¢s en unas tendencias a la intromisi¨®n medi¨¢tica que pueden acabar socavando las bases de la convivencia e incluso de la democracia. Pero los periodistas y los medios en los que trabajan deben demostrar que son capaces de hacerlo, antes de que un nuevo accidente absurdo vuelva a convertirles en chivos expiatorios.
Pero lo m¨¢s relevante de la ceremonia de ayer es que marca un hito en la historia de la Corona brit¨¢nica. Tras el mortal accidente, la presi¨®n popular y la actitud de un primer ministro laborista sensible a la opini¨®n popular han llevado a la familia real a salir de su ensimismamiento y a volcarse en un funeral grandioso, pese a que Diana estuviera divorciada del pr¨ªncipe heredero y que mantuviera relaciones con un millonario egipcio. Desde la guerra del Golfo, Isabel II no se hab¨ªa dirigido a la naci¨®n como lo hizo el viernes, de forma extraordinaria, "como reina y como abuela", ni se sabe que hubiera inclinado antes la cabeza ante el f¨¦retro de una persona que formalmente ya no pertenec¨ªa a la familia real. El fervor popular volvi¨® a poner a Diana en el, lugar que le correspond¨ªa, hasta rendir a la distante monarca, forzada a modificar el protocolo tradicional por otro m¨¢s acorde con los tiempos actuales.
Es de esperar que los Windsor hayan sacado algunas lecciones estos d¨ªas. Las necesitar¨¢n, porque la popularidad y el futuro de la Monarqu¨ªa brit¨¢nica dependen precisamente de su capacidad para realizar gestos comprensibles para la gente. El vendaval de emoci¨®n de la ¨²ltima semana y la multitud que ha acudido a presenciar el paso del cortejo funerario no se explican sin la recuperaci¨®n de un indudable fervor mon¨¢rquico por parte de los brit¨¢nicos. Sus miradas se centraban ayer, junto al f¨¦retro de la princesa, en la figura del pr¨ªncipe Guillermo, de 15 a?os, convertido en la esperanza de una Monarqu¨ªa que el Reino Unido, en proceso de descentralizaci¨®n con las reformas de Blair, necesitar¨¢ m¨¢s qu¨¦ nunca como s¨ªmbolo, justamente, de unidad. No deja de ser parad¨®jico que, en el fondo, sea el mito de Diana y los laboristas de Blair quienes vengan a rescatar a una familia real y a una instituci¨®n que se estaba distanciando de la realidad y de los ciudadanos.
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