El precio fijo o ¨²nico de los libros
El precio fijo o ¨²nico no encarece los libros. Sin duda es la primera idea que le viene a uno a la cabeza: ?por qu¨¦ impedir, y adem¨¢s por ley, que unos comerciantes puedan recortar su margen de beneficio y vender -libremente- m¨¢s barato que otros? ?Por qu¨¦ limitar de esta manera la competencia? Pues, por parad¨®jico que parezca, para mantener la competencia misma y para garantizar precios m¨¢s bajos.En efecto, un centro comercial poderoso siempre puede convertir su librer¨ªa en un mero reclamo vendiendo a precio de coste, es decir, a p¨¦rdidas, art¨ªculos que apenas representan el 1% de su cifra de negocio.
La p¨¦rdida es poca cosa y es, adem¨¢s -y ¨¦sta es la idea subyacente a toda guerra de precios-, transitoria, porque, una vez eliminados los competidores mediante esta aut¨¦ntica bomba at¨®mica, ese centro comercial ser¨¢ m¨¢s libre para poder presionar a sus proveedores y obtener mejores precios y podr¨¢ ampliar sus m¨¢rgenes comerciales al poder aumentar sus precios de venta.
De esta forma, el precio de venta aumentar¨¢ adem¨¢s por otra raz¨®n: la concentraci¨®n de la oferta reduce el n¨²mero de puntos de contacto entre el producto y su p¨²blico, lo que har¨¢ disminuir el n¨²mero de compras por impulso, tan frecuentes y decisivas cuando hablamos de libros.
Al ser los costes de producci¨®n de los libros fuertemente decrecientes en funci¨®n de las cantidades vendidas, es claro que el precio ser¨¢ -mec¨¢nicamente- m¨¢s elevado a fuerza y medida de la contracci¨®n de compradores y de la disminuci¨®n de las ventas.
Esto es exacta mente lo que pas¨® en Francia entre 1979 y 1981, periodo en el que los precios de los libros, liberados, subi¨® mucho m¨¢s deprisa que el ¨ªndice general de precios al consumo (IPC).
Y esto es exactamente lo que est¨¢ ocurriendo ahora en Gran Breta?a: la abolici¨®n del Net Book Agreement no ha he cho en modo alguno bajar los precios de los libros y no ha tenido ninguna consecuencia positiva ni sobre las ventas de los editores ni sobre las ventas de los libreros, ni de los que aplican descuentos ni de los que se niegan a ello.
Un factor de desarrollo cultural.
Decir libros es decir, sobre todo, diversidad. Por con traposici¨®n a la televisi¨®n, cuyo n¨²mero de pro gramas est¨¢ necesariamente limitado -y no es posible ver por qu¨¦ y c¨®mo podr¨ªa ser de otra manera-, las opciones que el libro ofrece al p¨²blico son incre¨ªblemente diversas y la producci¨®n de libros de todos los pa¨ªses desarrollados se expresa en cifras de decenas de miles de t¨ªtulos nuevos cada a?o.
En la hora de los multimedia y de las redes, la originalidad y la superioridad del libro est¨¢ en esto,: mi biblioteca no es necesariamente la de mi vecino. La libertad del comerciante -libertad del fuerte para machacar al d¨¦bil- es sustituida por la libertad del individuo, sin duda mucho m¨¢s importante en nuestras sociedades liberales y humanistas, para elegir no solamente sus lecturas, sino tambi¨¦n el lugar y el contexto en el que se las va a procurar.
El ministro alem¨¢n Bangemann, actualmente comisario europeo, no quer¨ªa decir otra cosa cuando, liberal convencido y notorio como es, se manifestaba partidario del precio fijo o ¨²nico de los libros para no tener que subvencionar a las librer¨ªas como casas de cultura. Y es que todo ciudadano tiene el derecho de acceder a esta fuente de cultura diversificada, cualquiera que sea su status social, el lugar donde resida, el tiempo y el dinero del que disponga.
En los pa¨ªses en los que existe el precio fijo o ¨²nico, el libro no es caro y es accesible en todas partes, como lo demuestran palmariamente pa¨ªses tan distintos como Jap¨®n y Alemania. Por el contrario, algunos otros pa¨ªses pueden ser calificados, sin duda, de "desiertos culturales", y yo pienso en concreto en Estados Unidos, donde las tiradas de los libros de literatura, en un pa¨ªs que tiene m¨¢s de 270 millones de habitantes, s¨®lo alcanza cifras equivalentes a las de Francia, que tiene una poblaci¨®n cinco veces menor.
Creciente competencia internacional. Sin querer contraponer los buenos a los malos, no puedo dejar de constatar que las industrias del libro se desarrollan mejor donde se les ha creado un entorno favorable.
Hoy, las grandes editoriales cient¨ªficas y t¨¦cnicas son sobre todo alemanas y holandesas. Y hoy, por el contrario, la edici¨®n brit¨¢nica funciona m¨¢s bien mal, a pesar de la enorme ventaja que le proporciona la difusi¨®n mundial de la lengua inglesa, y s¨®lo vive de las ventas de derechos a editores extranjeros. Y hay m¨¢s: las recompras de empresas pasan las fronteras y yo creo que es t¨ªpico el hecho de que la mayor editorial de libros de arte -Abrams, para no dejar de citarla- acaba de ser recomprada por un editor franc¨¦s de talla m¨¢s bien mediana.
La competencia internacional est¨¢ evidentemente influida por la solidez de los mercados nacionales, solidez que se basa ella misma -como se comprender¨¢ f¨¢cilmente- en una distribuci¨®n diversificada capaz de responder a las necesidades del p¨²blico, ese p¨²blico del que todos nosotros somos humildes servidores.
Peque?as causas, grandes efectos... El axioma es tambi¨¦n cierto para el libro.
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