CIU toma distancias
NO HAY sinton¨ªa. Probablemente porque a ninguna de las dos partes le interesa que la haya. As¨ª se podr¨ªan resumir las relaciones entre el Gobierno popular y sus socios, parlamentarios de Converg¨¨ncia i Uni¨® (CiU). Vaya por delante que a corto plazo no va a pasar nada relevante: los 16 diputados de CiU votar¨¢n los Presupuestos de 1998, y a lo sumo se van a permitir alg¨²n pellizco: dejar constancia de su existencia votando alguna enmienda. Sin embargo, hay razones para pensar que las malas relaciones entre los socios han entrado en un punto sin retorno. De modo que vamos a asistir a una escalada de desencuentros que culminar¨¢ en una ruptura que seguramente se escenificar¨¢ a finales de 1998.CIU fue al pacto con reticencias. Su coartada era Europa y el apoyo a la econom¨ªa productiva, las mismas banderas que justificaron su alianza con los socialistas. En el momento en que el objetivo europeo est¨¦ cumplido, CiU buscar¨¢ distanciarse de un partido al que su electorado sigue viendo como el representante de la derecha espa?ola de siempre. Si adem¨¢s el PP se permite expresar comprensi¨®n hacia sus propios radicales, los que silban a Raimon, CiU lo tiene claro. En el mundo convergente es lugar com¨²n esta opini¨®n: el PSOE no daba gran cosa, pero nos respetaba como partido de gobierno de la naci¨®n catalana; el PP da m¨¢s cosas pero nos trata como a 16 diputados cuyos votos necesita, sin m¨¢s. Felipe Gonz¨¢lez trataba a Jordi Pujol como a un estadista, mientras que Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar no deja de marcar distancias. Y en esta situaci¨®n va el Gobierno y pide lealtad presupuestaria. Dicen algunos que el PP y CiU son partidos de derechas y est¨¢n condenados a entenderse. No son tan simples las cosas. Las afinidades en pol¨ªtica econ¨®mica son manifiestas, aunque el gobierno de Pujol, por su dimensi¨®n populista, siempre ha mantenido un pie en el Estado de bienestar. Pero en el terreno ideol¨®gico est¨¢ el conflicto nacionalista y las diferentes tradiciones: la derecha espa?ola viene de donde viene, mientras que las ra¨ªces de CiU est¨¢n en la resistencia democr¨¢tica a la dictadura. E incluso en materia de costumbres, CiU est¨¢ entrenada a moverse en un ¨¢mbito de referencias m¨¢s liberal.
De modo que Pujol est¨¢ obligado a contribuir a la continuidad y estabilidad de la actual pol¨ªtica econ¨®mica porque parte de su electorado as¨ª lo quiere; pero necesita argumentos y reconocimientos para una alianza que deja fr¨ªos a muchos de los suyos. Necesita conquistas en materia de traspasos y dineros con que justificar el pacto con quien para muchos sigue siendo el diablo; y tiene que obtener el reconocimiento suficiente en el terreno de lo simb¨®lico para no apagar la llama del nacionalismo, fuente de todos sus poderes.
Y es ah¨ª donde aparecen los problemas y las rupturas acaban siendo inevitables. Hay, sin duda, un problema de sensibilidad en el PP para entender lo que significa que se abuchee a Raimon cuando canta en catal¨¢n y habla de la dictadura. Son muy escasos los dirigentes del PP -y quiz¨¢ s¨®lo Ruiz-Gallard¨®n haya sabido vender con claridad esa oposici¨®n- que han mostrado la sensibilidad liberal que su partido se atribuye. Pero hay sobre todo un conflicto directo de intereses. Si Pujol necesita dineros para Catalunya y dividendos en simbolog¨ªa, a Aznar le conviene que se acredite el car¨¢cter fenicio de los gobernantes catalanes para aparecer como quien, pese a todo, consigue mantenerles a raya.
Todo ello en una precariedad parlamentaria que obliga al Gobierno a utilizar el palo y la zanahoria. Si los sondeos electorales fueran m¨¢s favorables al PP, lo tendr¨ªa f¨¢cil: mandar a CiU al limbo despu¨¦s de conseguir una mayor¨ªa absoluta. Pero las cosas no parecen ir por este camino, de modo que quien tiene la carta de la disoluci¨®n es Pujol. Porque el nacionalismo catal¨¢n tiene una ventaja: gane el PP o gane el PSOE, mientras no sea por mayor¨ªa absoluta, es CiU quien gana. Pujol es un hueso duro de roer.
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