Napole¨®n en Egipto
Al parecer hay mucha gente indignada en Egipto porque su gobierno ha decidido celebrar conjuntamente con el franc¨¦s el bicentenario de la presencia gala en aquel pa¨ªs. Protestan porque la misma se inici¨® con una expedici¨®n militar napole¨®nica. Si bien su verdadera intenci¨®n era bloquear la ruta de Inglaterra a la India, el impacto que ocasion¨® en la vida pol¨ªtica y cultural de la zona fue tremendo, al oponer al despotismo isl¨¢mico-teocr¨¢tico de mamelucos y otomanos los principios revolucionarios de igualdad, libertad y fraternidad. En 1798 Nap¨®le¨®n desembarca con su bagaje militar pero tambi¨¦n cient¨ªfico y derrota a los mamelucos en una batalla que tiene como marco las pir¨¢mides y que los egipcios contemplan como espectadores pasivos. Aparte de soldados, Napole¨®n lleva a Egipto una biblioteca de literatura europea, un laboratorio y una imprenta. Comienza un proceso en el que apuntan los primeros signos de un renacimiento nacional en el ¨¢rea, fomentado por intelectuales ¨¢rabes educados en Occidente. Hans Hanle piensa que Napole¨®n "despert¨® a los pr¨ªncipes orientales de su sue?o milenario".La aventura militar francesa es brev¨ªsima. Dura hasta 1801 en que las tropas de Par¨ªs son evacuadas -tras un acuerdo con ellos- en barcos ingleses, que hab¨ªan obtenido una resonante victoria naval y despejado definitivamente el camino a Oriente. Sin embargo, la brevedad no empece la originalidad, el m¨¦todo y el marco de que se sirve Napole¨®n. ?Habilidad pol¨ªtica o cinismo? ?Dominio de las t¨¦cnicas de la propaganda o sincera convicci¨®n de que el islam posee facetas dignas de ser tenidas en cuenta? El caso es que la primera arenga del l¨ªder galo se lee en ¨¢rabe y se distribuye en ¨¢rabe, precisamente en la primera imprenta que conoce Egipto. Napole¨®n la hab¨ªa confiscado en Roma, donde era usada para imprimir los textos religiosos destinados a los cristianos sirios. La proclama -donde se afirma que la misi¨®n de Francia es no s¨®lo liquidar el r¨¦gimen mameluco sino tambi¨¦n revitalizar el islam- comienza invocando a Dios, el Compasivo, el Misericordioso... Y contin¨²a: "Bonaparte informa a la poblaci¨®n de Egipto de que los mamelucos, que vinieron del C¨¢ucaso, han estado corrompiendo a la mejor regi¨®n del mundo, pero Dios, omnipotente, ha ordenado la destrucci¨®n de su Estado. Se os ha dicho que he venido a destruir vuestra religi¨®n. Es mentira. Adoro a Dios m¨¢s que los mamelucos y respeto a su Profeta y el glorioso Cor¨¢n. Jeques, jueces e imames: decid a vuestro pueblo que los franceses son tambi¨¦n musulmanes sinceros. Prueba de ello es que han ocupado Roma y arruinado la sede del Papa, que siempre ha animado a los cristianos a atacar al islam...".
Ins¨®lito recurso napole¨®nico, desde luego ilustrativo de su habilidad pol¨ªtica. Karen Armstrong escribe que, tras la proclama y tras haber discutido con sesenta jeques de la Universidad de Al Azhar sobre el Mahoma de Voltaire, "nadie tom¨® a Napole¨®n muy en serio en cuanto musulm¨¢n, pero su simp¨¢tica comprensi¨®n del islam atenu¨® en cierto modo la hostilidad de la gente". Es, no obstante, Albert Hourani quien rompe la mejor lanza a favor de la ocurrente iniciativa de Bonaparte: en cuanto hijo de la Ilustraci¨®n, "pudo muy bien haber considerado que el islam estaba m¨¢s pr¨®ximo que el cristianismo a la religi¨®n de la raz¨®n. Y adem¨¢s mantuvo hasta el final de sus d¨ªas un vivo inter¨¦s por la religi¨®n de Mahoma".
La invasi¨®n napole¨®nica provoc¨® un trauma en Egipto, pero tambi¨¦n el abandono progresivo del estancamiento de la ¨¦poca otomana. Los ¨¢rabes comenzaron a percatarse de que el mundo en que viv¨ªan era una imagen distorsionada del real y surgieron intelectuales que agitaron las paralizadas aguas de la cultura isl¨¢mica. Y eso es algo que toda sociedad, aunque sea 200 a?os despu¨¦s, debe saber celebrar.
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