Saldo gallego
La mayor¨ªa absoluta lograda el pasado domingo por el PP en las elecciones auton¨®micas gallegas estaba ya descontada: Fraga alcanza por tercera vez la presidencia de la Xunta a considerable distancia (casi 300.000 votos y 26 puntos porcentuales) de su inmediato seguidor. Tanto Fraga como Aznar afirmaron anteriormente en repetidas ocasiones que la buena salud de un sistema democr¨¢tico exig¨ªa limitar a dos periodos el mandato concedido por los ciudadanos o sus representantes pol¨ªticos a los presidentes del gobierno estatal o auton¨®mico; ni siquiera las dificultades para injertar esa rama del sistema presidencialista en el tronco del r¨¦gimen parlamentario debilitaban aparentemente la ciega confianza depositada por dirigentes y publicistas del PP en esa milagrera f¨®rmula regeneracionista. S¨®lo era, sin embargo, una treta: como demuestra el ejemplo de Fraga, la instalaci¨®n en el poder despoja a los l¨ªderes populares de cualquier tentaci¨®n de cumplir sus promesas sobre limitaci¨®n de mandatos presidenciales.El descalabro sufrido por el PSOE, que pasa a ocupar el tercer lugar de las preferencias de los votantes, ha arrastrado - en la derrota al primer ensayo general con todo -para decirlo en t¨¦rminos teatrales- de su coalici¨®n electoral con los disidentes de Izquierda Unida QU). Tampoco los gallegos fieles a Julio Anguita, que perdieron m¨¢s del 70% de los apoyos conseguidos en las anteriores elecciones auton¨®micas, se libraron de la cat¨¢strofe; sin embargo, el coordinador de IU y secretario general del PCE, mimado durante la campa?a por los medios de comunicaci¨®n p¨²blicos y privados al servicio del Gobierno, contin¨²a imperturbable el viaje a ninguna parte en derredor de su hipertrofiado ego. En cambio, la respuesta dada por Joaqu¨ªn Almunia -"un mal resultado, sin paliativos ni atenuantes"- pone fin a la enfadosa inclinaci¨®n de los socialistas a cubrirse de piropos cuando las cosas les marchan bien y a exportar las responsabilidades si vienen mal dadas.El PSOE emprendi¨® en 1987 un deplorable camino al capturar la presidencia de la Xunta, sin pasar antes por las urnas, gracias al vergonzoso pacto suscrito con un grupo escindido de Alianza Popular y liderado por Xos¨¦ Luis Barreiro: la victoria de Fraga en las siguientes elecciones auton¨®micas mostrar¨ªa que la alianza imp¨ªa con los tr¨¢nsfugas (imitada luego por Jaime Blanco en Cantabria y por Jos¨¦ Marco en Arag¨®n) hace perder no s¨®lo el honor sino tambi¨¦n la guerra. Pero los conflictos internos de los socialistas gallegos, la debilidad de su oposici¨®n al PP y la palidez pol¨ªticamente enfermiza de sus sucesivos candidatos (Gonz¨¢lez Laxe, S¨¢nchez Presedo y Caballero), en ? contraste con el brillante liderazgo de Fraga y Beiras, no agotan el repertorio de explicaciones posibles: la resaca de los esc¨¢ndalos de ¨¢mbito nacional durante la ¨²ltima etapa de gobierno socialista y los confusos cruces de mensajes lanzados por el antiguo y el nuevo secretario general del PSOE tambi¨¦n deber¨¢n ser, puestos bajo el microscopio.
El avance electoral del Bloque Nacionalista Galego (BNG) ha hecho sonar todas las alarmas en los dos grandes partidos de ¨¢mbito estatal: si los resultados del pasado domingo se repitiesen en las pr¨®ximas legislativas, los nacionalistas gallegos lograr¨ªan seis diputados y dispondr¨ªan de grupo parlamentario propio. Inquietos ante la perspectiva de que el BNG pudiera jugar en el Congreso el mismo papel que el PNV, CiU y Coalici¨®n Canaria, dos significados presidentes regionales (el popular Lucas y el socialista Rodr¨ªguez Ibarra) han lanzado la irreflexiva propuesta de modificar la ley electoral para frenar esa posibilidad. En cualquier caso, el BNG tendr¨ªa que fortalecer su mensaje de nacionalismo interclasista, recorrer un largo camino hacia el centro y ocupar la presidencia de la Xunta antes de que su equiparaci¨®n con los nacionalismos catal¨¢n, vasco y canario llegara a ser cierta y pudiese influir eficazmente sobre la gobernaci¨®n del Estado en las Cortes Generales.
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