La rebeli¨®n de los ricos
Con la excusa de Maastricht, estamos asistiendo al inicio de lo que podr¨ªamos llamar la rebeli¨®n de los ricos. De esas capas sociales que perciben que su contribuci¨®n individual a la sociedad a trav¨¦s de los impuestos es superior a lo que ellos reciben en forma de bienes y servicios p¨²blicos. Sus portavoces defienden importantes rebajas fiscales y un mayor protagonismo de lo privado en educaci¨®n, sanidad o pensiones, bien rompiendo el principio de aseguramiento ¨²nico en lo sanitario, defendiendo el bono escolar o transferencias de las cotizaciones sociales p¨²blicas a gestores privados. Se persigue con ello un vaciamiento y un deterioro progresivo de los dispositivos colectivos de protecci¨®n y promoci¨®n a partir de una financiaci¨®n insuficiente de los mismos, buscando una retirada del Estado m¨¢s o menos ordenada y un predominio de lo privado a trav¨¦s del mercado. Es una opci¨®n que cuenta con apoyos sociales y cobertura t¨¦cnico-ideol¨®gica y que presenta como inevitables pol¨ªticas que agudizan las desigualdades sociales existentes en Europa.No me atrever¨ªa a repetir, como dijo hace a?os un ministro entonces en activo, que la macroeconom¨ªa no es de izquierdas ni de derechas. Pero s¨ª creo que no es verdad, como algunos dicen estos d¨ªas, que el proyecto de uni¨®n econ¨®mica y monetaria eleve a rango de ley dichas tesis neoliberales. No encuentro ninguna raz¨®n por la que los objetivos de un d¨¦ficit p¨²blico reducido, una inflaci¨®n moderada y controlada, bajos tipos de inter¨¦s y un tipo de cambio estable, que son los criterios de convergencia, deban ser patrimonio del neoliberalismo, dando a entender, por contra, que la socialdemocracia deber¨ªa preconizar todo lo contrario. Creo que, planteado en esos t¨¦rminos, es un seudoproblema que, adem¨¢s, nos aleja de la verdadera discusi¨®n: conseguir todos esos objetivos y otros igualmente necesarios se puede hacer de muchas maneras, como tambi¨¦n se pueden distribuir socialmente de formas distintas los costes y beneficios de lograrlo. Y ah¨ª est¨¢ el debate pol¨ªtico, el de las opciones colectivas, sobre el que Maastricht no s e pronuncia ni tiene por qu¨¦ hacerlo.
Se ha afirmado, y con raz¨®n, que ir en contra de la l¨®gica econ¨®mica acaba por conducimos al desastre. Pero la l¨®gica econ¨®mica no impone, de forma categ¨®rica e irrefutable, un ¨²nico camino por el que transcurrir. Afortunadamente. Ni los economistas somos tan listos ni la existencia de distintas alternativas sociales, es decir, pol¨ªticas, tiene por qu¨¦ estar re?ida con la sensatez econ¨®mica.
Sin duda alguna, la creaci¨®n de una moneda ¨²nica y del marco de estabilidad econ¨®mica necesar¨ªo para su funcionamiento -baja inflaci¨®n y un reducido d¨¦ficit p¨²blico- conllevar¨¢ cambios importantes que algunos intentar¨¢n aprovechar para llevar el ascua a su sardina. Sea ¨¦sta ideol¨®gica o de intereses. Sin embargo, conviene afirmar con rotundidad que el resultado final no viene impuesto por la uni¨®n monetaria o por supuestas verdades econ¨®micas en tomo a la eficiencia y la productividad.
Quienes pensamos que tal altemativa ser¨ªa un importante elemento de fractura social al romper el principio de solidaridad y redistribuci¨®n ¨ªnstitucional de la renta y la riqueza, tambi¨¦n podemos y debemos hacer nuestra propuesta compatible con la prudencia econ¨®mica y con Maastricht. El mercado, cuyo objetivo es el beneficio privado, ofrece aquellos bienes y servicios que se pueden comprar por quienes tienen dinero para ello. Consecuentemente, excluye al resto o los condena a la segunda divisi¨®n de la beneficencia. Pero la defensa de un Estado de bienestar sostenible, digno y cohesionador para todas aquellas facetas en que el mercado puro no es una soluci¨®n aceptable, tampoco est¨¢ re?ida con la eficiencia, la productividad o los equilibrios macroecon¨®micos previstos para la entrada en vigor de una moneda ¨²nica, aunque para ello tengamos que efectuar. reformas profundas sobre lo existente, sin que la presencia de fallos en el mercado deba hacemos olvidar los fallos del Estado, que tambi¨¦n se dan y son conocidos. Entre desmantelar los instrumentos de cohesi¨®n social actuales y no tocar nada, debe situarse una propuesta progresista en lo social y coherente con la l¨®gica econ¨®mica de los tiempos que 'vivimos y con las preferencias cambiantes de los ciudadanos. Hay, pues, otra opci¨®n que desde el sector p¨²blico pretende estimular la productividad de la, econom¨ªa tanto de forma directa como regulando los mercados- y actualizar los mecanismos de protecci¨®n social puestos en pie en las ¨²ltimas d¨¦cadas para llevar adelante la llamada convergencia real. Un proyecto que recurre al Estado como medio para forzar una aut¨¦ntica igualdad de oportunidades, ampliando las capacidades reales de elecci¨®n de los individuos. Los ricos, los menos ricos, incluso los pobres.
Hacer eso compatible con la existencia de una moneda ¨²nica es posible, y debe ser el reto, y la ilusi¨®n, de quienes pensamos que el gran salto adelante producido en Espa?a desde la transici¨®n democr¨¢tica merece una continuaci¨®n y no una marcha atr¨¢s. Porque si miramos al pasado para entender el futuro no explicando las cosas en t¨¦rminos de milagro, sino de esfuerzo colectivo y continuado que nos ha permitido llegar a donde estamos, veremos que en los ¨²ltimos 20 a?os hemos acometido el proceso de liberalizaci¨®n y apertura exterior m¨¢s importante de nuestra historia, haciendo compatible este formidable avanc¨¦ del mercado y la competencia con la puesta en pie de un Estado moderno y descentralizado con un potente sector p¨²blico que a la vez ha ido privatizando importantes enclaves econ¨®micos. El resultado ha sido una sustancial elevaci¨®n de la productividad, la riqueza, el nivel de vida, una sociedad m¨¢s solidaria y cohes¨ªonada, que ha incorporado el cambio permanente como estrategia adaptativa. Hemos superado de forma globalmente satisfactoria la transici¨®n hacia un modelo institucional democr¨¢tico, tres graves crisis, el ingreso en las Comunidades Europeas y lo que vino despu¨¦s.
Los retos ya vencidos deben darnos confianza en nuestra capacidad para superar tambi¨¦n, con ¨¦xito, lo venidero, siendo conscientes de que el futuro no est¨¢ escrito y que incluso aceptando el proyecto de uni¨®n monetaria disponemos de diferentes alternativas sobre c¨®mo hacer las cosas. En un sistema democr¨¢tico, est¨¢ en manos de los ciudadanos el elegir una opci¨®n u otra. Y eso va a depender tanto de la composici¨®n sociol¨®gica del pa¨ªs como de su visi¨®n, ideol¨®gica o intuitiva, sobre qu¨¦ reglas deben primar en la organizaci¨®n de una sociedad justa. Gracias al principio de un hombre -y mujer- un voto, la rebeli¨®n de los ricos ni es la ¨²nica pol¨ªtica posible ni es inevitable que triunfe. Pero cualquier alternativa a la misma que se presente como vocaci¨®n mayoritaria no puede volver la espalda a la din¨¢mica de cambio impl¨ªcita en la evoluci¨®n de la sociedad ni a las nuevas realidades que condicionan, aunque no determinan, el margen posible de actuaci¨®n.
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