La Seminci comienza marcada por el recuerdo de Pilar Miro
Una visi¨®n epid¨¦rmica de 'Las ratas', de Delibes, abre la muestra
No es posible llenar el vac¨ªo creado en el cine espa?ol por Pilar Mir¨® en su muerte, pero el gesto de ofrendar a su memoria esta edici¨®n de la Seminci de Valladolid tiene valor de signo del gran calado de ese hueco abierto por la definitiva ausencia de la cincasta, y aqu¨ª son¨® ayer a desquite y a alivio contra lo que tiene de nuestra su adversidad. Contribuye a dar fuerza a este gesto la vasta, desconocida hasta este a?o, presencia de cine espa?ol, que incluso copa las sesiones de clausura y (anoche) de inauguraci¨®n, donde se proyect¨® Las ratas, pel¨ªcula dirigida por Antonio Gim¨¦nez-Rico que no logra visualizar interiormente, sino s¨®lo de forma epid¨¦rmica, las negruras del relato de Miguel Delibes.
Hubo otros dos gestos del rescate de Pilar Mir¨® de su ¨²ltimo destierro. Uno fue la proyecci¨®n anoche de un cortometraje realizado durante su filmaci¨®n de El p¨¢jaro de la felicidad. As¨ª, las huellas de su presencia y la captura de sus modos de trabajo trajeron a esta mujer aqu¨ª, a uno de los encuentros con el cine que ella apoy¨® con pasi¨®n desde sus ideas y sus comportamientos pol¨ªticos. El otro gesto que cierra el c¨ªrculo de negaci¨®n de que la muerte de Pilar Mir¨® sea definitiva es la creaci¨®n con su nombre de un premio que cada a?o distinga al mejor nuevo director de cuantos acuden a esta confrontaci¨®n de pel¨ªculas.Hace m¨¢s de una d¨¦cada que Antonio Gim¨¦nez-Rico estren¨® aqu¨ª El disputado voto del se?or Cayo, pel¨ªcula extra¨ªda de la novela de Miguel Delibes, que es una de las m¨¢s convincentes de cuantas ha dirigido y en la que logr¨® poner en el disparadero a uno de los m¨¢s vibrantes d¨²os de int¨¦rpretes -el que all¨ª bordaron Francisco Rabal y Juan Luis Galiardo- que registran los anales del cine espa?ol.
Ahora, con Las ratas, otro formidable relato de Delibes, que presenta m¨¢s resistencia a su filmaci¨®n que aqu¨¦l, Gim¨¦nez-Rico le echa valor y prueba fortuna, pero con peor suerte. Esta abrupta y hermos¨ªsima cr¨®nica rural castellana, llena de negruras y de vigencia, pues vigente sigue -quiz¨¢s ahora m¨¢s que nunca, en pleno sarampi¨®n de modernidades- esta derivaci¨®n de la Espa?a negra, que Delibes escribi¨®, m¨¢s a hachazos que a plumazos, en palabras de Gim¨¦nez-Rico, con forma de "alegor¨ªa sobre la condici¨®n humana".
Pero esta Espa?a m¨ªsera y alima?era que esculpi¨® Delibes es reelaborada por Gim¨¦nez-Rico, tambi¨¦n en palabras suyas, con [el] "aire documental y el valor testimonial" que quer¨ªa dar a la pel¨ªcula, y que efectivamente le da o, m¨¢s exactamente, finge darle, porque convierte a la dur¨ªsima ficci¨®n de Delibes en lo contrario, en fingimiento. Y del simple cotejo entre ambas ideas del director saltan las chispas de un desajuste entre lo que quiere lograr y lo que efectivamente logra; pues nada hay capaz de hacer identificarse una "alegor¨ªa" y un "testimonio", si entre una y otro no existe un proceso intermedio de poetizaci¨®n (en este caso poetizaci¨®n tr¨¢gica) que las empaste y funda rec¨ªprocamente.
Ni la excelente fotograf¨ªa, ni el convincente encuadre de paisajes, ni las buenas composiciones del ni?o eje del relato, Alvaro Monje; y Jos¨¦ Caride, Esperanza Alonso, Juan Jes¨²s Valverde, Joaqu¨ªn Hinojosa y la veintena de oficiantes de esta tenebrosa incursi¨®n en el abismo de la miseria espa?ola, puede redimir al hecho de que la c¨¢mara, es decir: la mirada del director, se queda fuera de ese abismo y s¨®lo roza su superficie, sin recrearla desde dentro, sin pringarse en ella mediante la creaci¨®n en la pantalla de un punto de vista que permita al espectador vivir como propia la desventura de esas gentes arrojadas a un vertedero inm¨®vil de esta tierra.
Se ve la tragedia como se ve una estancia sombr¨ªa a trav¨¦s del agujero de la cerradura de su puerta: a resguardo, sin respirar su aire viciado, lo que convierte a la pantalla en receptora de una ilustraci¨®n del negro y literario ritual y no en lo que deb¨ªa inexcusablemente ser: el foco y el marco lit¨²rgico de ese ritual, de esa negrura, que todav¨ªa sigue ah¨ª, cercana, nuestra, agazapada bajo la piel de los asfaltos, con que desde los despachos de los modernizadores de pueblos quieren recubrir, no hace falta decir que esperp¨¦nticamente, nuestros viejos nidos de ratas.
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