El barrio de los sue?os rotos
Diez minutos de lluvias torrenciales acaban con las casas y enseres de cientos de vecinos de la capital pacense

Los dos ancianos se subieron a la terraza en cuanto se les inund¨® la casa. Era m¨¢s de la una de la madrugada. Algunos vecinos hab¨ªan llamado a las puertas ("salid, que os vais a ahogar, salid que viene el agua"). Y la gente sal¨ªa en calzoncillos, en pijama, con una manta encima..., sin tiempo para pensar. S¨®lo salvar la vida. Todo el mundo en el barrio del Cerro de los Reyes le debe hoy la vida a alguien. "A m¨ª me la salv¨® mi suegra", confiesa Mar¨ªa Eugenia Majado, qu¨ªmica de 26 a?os. "Y a m¨ª mi vecina, que tambi¨¦n salv¨® a unos cuantos", se?ala el alba?il Casimiro Gordillo.Casimiro se levant¨® al instante, su mujer Antonia, tambi¨¦n, y su hija de 17 a?os, pero nada m¨¢s salir a la calle oy¨® las voces de aquellos ancianos vecinos suyos de los que ahora no recuerda el nombre. "Me ped¨ªan socorro, yo no los ve¨ªa, pero s¨ª vi al hijo de ellos que estaba a mi lado y le gritaba: 'Tranquilo pap¨¢, que ya vienen con ayuda, que van a traer barcas'. El hijo tendr¨¢ unos 40 a?os y el nieto, que se llama Jos¨¦, unos 21. Y estaban los tres al fondo y nosotros sin poder hacer nada, con mucha agua por medio. Estaban los abuelos y el nieto". Casimiro y el hijo de los ancianos se refugiaron en la iglesia del barrio, como casi todos. La noche iba a ser larga. Hasta las cinco, las seis de la ma?ana no podr¨ªan volver a sus casas a salvar la familia y el dinero.
Pero la tromba s¨®lo dur¨® unos 10 minutos. As¨ª que mientras los ancianos y el nieto esperan ayuda un joven militar ex voluntario en Bosnia inflaba una barca, se la amarraba a la cintura y la echaba al r¨ªo Rivilla para salvar a un matrimonio. Lo salv¨®, pero la barca se iba... Y tuvo que tirarse al agua y la barca lo segu¨ªa arrastrando corriente abajo. Hasta que otros vecinos lo cogieron por los brazos, le cortaron la cuerda y lo salvaron.
Los abuelos que aguardaban en el tejado murieron; el nieto logr¨® sobrevivir. Y en los vecinos de Cerro de los Reyes qued¨® la impresi¨®n de que les dejaron solos y que la ayuda s¨®lo lleg¨® cuando era demasiado tarde.
Para la mayor¨ªa, siempre hab¨ªa alguien que salvaba, alguien que lleg¨® en el momento justo para que otros pudieran contarlo.
La familia de los cinco fallecidos no tuvo suerte. Todo el mundo en la calle de Girasol conoce sus nombres, sabe que el cabeza de familia estaba en paro y que antes trabajaba de barrendero en el Ayuntamiento, que su hija La Yoli ten¨ªa 17 a?os, y La Mar¨ªa, 12, y la madre 37, y la madre de ella 71. Y que no se enteraron de que llamaron a su puerta. Pero apenas nadie en el barrio de La Herrer¨ªa recuerda sus apellidos.
El barrio es un tri¨¢ngulo entre los arroyos Rivilla y Calam¨®n, casi siempre secos. Las familias levantaron hace 20 a?os las casas con sus manos y a las calles se les dieron nombres sencillos como Chopo, Margarita o Girasol. "Se dec¨ªa que en cada casa hab¨ªa un constructor", comenta Casimiro, "porque las constru¨ªamos nosotros solos, nuestros hijos eran peque?os y ahora que son grandes y que podr¨ªan disfrutar de todo nos quedamos sin nada. Sin nada".
Todo esto lo comentaba Casimiro ayer por la tarde despu¨¦s de que le hubiesen prestado ropa, de que le hubieran dado de comer y de observar durante dos horas que nada quedaba de sus dos casas, pegadas en la misma calle. Pero a la una de aquella madrugada nadie en La Herrer¨ªa se preocupaba por eso. S¨®lo se ve¨ªan linternas, unos 30 coches flotando en medio de gritos y perros llorando. "Ten¨ªamos un perrito que se llamaba Dinki", recuerda Mar¨ªa Eugenia. "A mi ni?o de seis a?os no le he dicho todav¨ªa lo del perro, ni le he dejado ver esto".
Las farolas de siete metros hab¨ªan quedado dobladas como ca?as de pescar mirando hacia el arroyo Calam¨®n; en donde antes se hab¨ªa levantado una casa, con su cocina, su aseo, los armarios y los lugares donde cada miembro de la familia esconder¨ªa sus secretos, ahora s¨®lo hab¨ªa dos bicicletas de las que s¨®lo se ve¨ªa un sill¨ªn y cinco ni?os alrededor intentando desenterrarlas. Las telas aparec¨ªan empotradas en los armarios, los coches dejaban la huella de sus techos en los techos de las cocheras, los gallos deambulaban sin due?os por las aceras, las mu?ecas rotas, los cuadernos y las intimidades del barrio yac¨ªan en mitad de la calle hundidas en el lodo. "En mi casa por lo menos zapatos s¨ª que quedan", comentaba una joven al pasar por una casa totalmente destrozada.
"Es que son muchos a?os", explicaba Francisco Suero, "son muchos a?os de sue?os y esperanzas. La gente va montando una casa con muchos detalles y con mucho cari?o. Y de, pronto, nada". "Yo llevaba 23 a?os casada y sin cambiar de dormitorio", se quejaba Antonia, la esposa de Casimiro, "y este mes que compr¨¦ otro dormitorio mira c¨®mo se ha quedado". Despu¨¦s de todos estos comentarios y de enumerar las fatalidades de cada uno, la frase m¨¢s recurrente: "Al menos estamos vivos".
"Mi abuela, que tiene setenta y tantos a?os, siempre dec¨ªa que s¨®lo le quedaban tres amigas. Y esas tres amigas, de casi 80 a?os, han muerto", relataba Francisco Suero. Las ancianas eran el otro gran tema de conversaci¨®n. Los j¨®venes se preguntaban en las aceras por la salud de sus abuelas. Y acto seguido se iniciaba el relato de las grandes haza?as: de c¨®mo unos las subieron a pulso hasta cierta ventana y de all¨ª hasta cierta terraza, y de all¨ª hasta otra terraza m¨¢s alta donde muchas abuelas pasar¨ªan la noche dando tiritonas hasta que los bomberos las rescataron.
"Yo cre¨ª que mi madre se me iba", comentaba Francisca Castillo, de 57 a?os, "ella tiene 85 y mi t¨ªo 93. Pero en cuanto me llam¨® una vecina joven a la puerta para avisarme de lo que pasaba los cog¨ª a los dos y los saqu¨¦".
Otros vecinos de Francisca en la calle de Alonso C¨¢rdenas no contaron con una hija para salvarse. Fue el caso de la se?ora Rosa, viuda y sola, y el zapatero, conocido como el se?or Jos¨¦, anciano y solo. Rosa sali¨® a la calle cuando todos los vecinos de la zona de La Peralada salieron. Pero se volvi¨®. Nadie sabe porqu¨¦ se volvi¨®.
Cuando ca¨ªa ayer la noche en lo que antes hab¨ªa sido una casa con su ba?o, su cocina y sus escondites para los secretos de la familia s¨®lo quedaban dos bicicletas enterradas. Los cinco ni?os no lograron rescatarlas.
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