Los vecinos luchan por rehacer el barrio Cerro de Reyes en medio de un caos de barro y escombros
La cat¨¢strofe fue "imprevisible", afirm¨® ayer el director general de Protecci¨®n Civil, Juan San Nicol¨¢s. A su vez, el director del centro meteorol¨®gico territorial, Adolfo Marroqu¨ªn, adujo que lo sucedido fue "at¨ªpico" y que no tiene por qu¨¦ repetirse. Pero lo cierto es que 21 personas, 18 en Badajoz y 3 en Valverde de Legan¨¦s, perdieron la vida en la madrugada del jueves a causa de la tromba de agua. Otras cuatro, entre ellas una ni?a de siete a?os, a¨²n no han podido ser encontradas a pesar de la intensa b¨²squeda. La comisi¨®n encargada de evaluar los da?os comenz¨® ayer mismo sus trabajos. Mientras tanto, los vecinos del barrio Cerro de Reyes se afanan en rehacerlo en medio de un caos de barro y escombros.
Manzanas derruidas, inmuebles desplomados, grupos de viviendas clausurados por la polic¨ªa... En el barrio pacense Cerro de Reyes no existe una sola calle de las adyacentes a los r¨ªos Calam¨®n y Rivilla que tenga reconocibles sus casas. El agua y la muerte han dado paso a la miseria arquitect¨®nica y al lodo. Ahora sus vecinos tratan de recuperarlo.Bajando por Fern¨¢ndez Enciso, a la izquierda, deber¨ªa estar el portal n¨²mero 1. Es un decir. En esta primera casa, que hace esquina, falta la pared lateral y apenas se adivina lo que pudo ser la cocina. El barro se acumula casi 30 cent¨ªmetros sobre la calzada. La actividad es fren¨¦tica. Cientos de personas, de un lado a otro. Son los propietarios, sus familiares, sus amigos, los voluntarios, la gente de C¨¢ritas y la Cruz Roja, los polic¨ªas, los obreros...
La escenograf¨ªa traslada a cualquier peque?a ciudad castigada por un conflicto b¨¦lico. Veh¨ªculos militares, escuadrones de soldados, camiones cisternas sobre el barrizal hecho alfombra de barro.
La fachada de la d¨¦cima vivienda de la traves¨ªa Calam¨®n no tiene m¨¢s de un metro y medio. Una cancela de hierro con candado impide el paso. Un perro olfatea. A su lado, otra puerta es puro ¨®xido. En el puente cercano se acumulan grupos de curiosos con c¨¢maras fotogr¨¢ficas y de v¨ªdeo.
Un muchacho de unos 15 a?os pide ayuda. Est¨¢ asustado. Dice que los militares les aconsejan que se vayan de all¨ª. Huele a gas. Una mujer llora ante sus enseres destrozados, perdidos, arruinados. "Venga, d¨¦jalo ya", le dice, poco convencida, otra. El ritmo es espeluznante. Todos hacen algo. Algunos, por ejemplo, ofrecen bocadillos. Unos chavales se apoyan sobre los restos de un coche. Es como si 100 toneladas de hierro se les hubieran ca¨ªdo encima. Varios hombres, con grandes cepillos, achican agua de otro edificio. Desde el piso superior lanzan restos de muebles a la calle. Se apilan formando una barricada.
Un poco m¨¢s abajo est¨¢ el Calam¨®n asesino, un escarnio de r¨ªo, ayer apenas con tres cent¨ªmetros de agua. Incluso sus bordes aparec¨ªan secos. Sin embargo, lleg¨® a superar en tres metros un puente que hay m¨¢s arriba.
Las im¨¢genes sobrecogen. "Lo suyo es que metieran una pala y lo tiraran todo", dice, expl¨ªcito, un obrero. Cierto. En la confluencia con la calle Obispo Mateo Delgado un cord¨®n impide el acceso a seis viviendas, todas de planta baja. Sin puertas ni tejados, amenazan ruina. Los restos de un cartel rezan: "¨²nete. Asociaci¨®n de Vecinos". Un viejo grita desesperado. Despu¨¦s llora. Le consuelan. La acera est¨¢ hundida.
En la otra orilla del r¨ªo, un soldado muestra cuatro ?garajes?: "El agua se llev¨® las paredes, los techos, hasta un coche...". Los trabajos se hacen en grupos numerosos. Funciona la cadena humana. En un bar suena la sinton¨ªa del telediario. "Siguen sin aparecer cuatro personas", dice el locutor.
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