El mito de Espa?a invertebrada
El reciente ascenso del Bloque Nacional de Xos¨¦ Manuel Beiras al segundo puesto de la representaci¨®n popular en el Parlamento gallego, sobrepasando de largo y con creces a los socialistas, ha despertado de nuevo un fantasma que viene asustando desde hace tiempo a la opini¨®n espa?ola: el del temor a la desvertebraci¨®n estatal a causa del resurgimiento de los nacionalismos perif¨¦ricos. Se trata de una vieja cuesti¨®n que ha hecho correr r¨ªos de tinta, pero que conviene volver a discutir con insistencia, a fin de que su an¨¢lisis nos permita considerarla con sentido com¨²n y alguna lucidez. Y para contribuir a ello quiero apuntar ciertos argumentos que permiten sostener la hip¨®tesis opuesta: ?por qu¨¦ no imaginar que los autonomismos perif¨¦ricos resultan funcionales para la vertebraci¨®n territorial? Pero antes de entrar en faena conviene disipar dos malentendidos previos: primero, el de la naturaleza del fen¨®meno, y despu¨¦s, el de su legitimidad.Es frecuente enfocar el problema como separatismo pol¨ªtico, confundiendo el todo con una de sus partes m¨¢s extremas. Pero en realidad abarca mucho m¨¢s. Usando la met¨¢fora de la historia natural, cabe clasificar la especie "nacionalismo pol¨ªtico" como perteneciente al mismo g¨¦nero que otras relacionadas, entre las que destacan el "caciquismo localista" y el "regionalismo perif¨¦rico". Todos estos casos no son sino variantes de un fen¨®meno com¨²n: la existencia de un tejido descentralizado de intereses territoriales (patrimoniales, comarcales o urbanos) que pugnan por medrar y desarrollarse contrayendo relaciones bilaterales privilegiadas con la Administraci¨®n p¨²blica y la capital del Estado. En este sentido, un partido nacionalista no es sino un cacique org¨¢nico, que intermedia con Madrid la negociaci¨®n de los intereses locales perif¨¦ricos. Por eso hay cierto aire de familia y una extra?a afinidad entre el galleguismo caciquil del PP de Fraga y el nacionalismo izquierdista del Bloque de Beiras. Pero tambi¨¦n Pujol y Arzalluz, cuando s¨®lo quieren tratar de t¨² a t¨² con Madrid, obedecen al mismo patr¨®n bilateral, actuando de intermediarios entre los intereses locales (catalanes o vascos) y el poder central del Estado.
?Es esto leg¨ªtimo? Muchos observadores consideran el autonomismo perif¨¦rico como un mal menor inevitable, soportado con resignaci¨®n, pero que har¨ªa bien en desaparecer cuanto antes, en beneficio sea de cualquier centralismo jacobino, si el observador es autoritario, o de alg¨²n cosmopolitismo pluralista, si es un ilustrado. Lo cual equivale a considerar los intereses locales o territoriales poco menos que ileg¨ªtimos, por lo que debieran quedar subordinados al inter¨¦s general, multilateralmente coordinado por el poder arbitral del Estado. Pues bien, creo que se trata de un error: la reivindicaci¨®n bilateral del propio inter¨¦s es siempre leg¨ªtima (con tal de que se ajuste a derecho con publicidad y transparencia), sea que la formulen los ciudadanos privados ante el poder p¨²blico, los intereses locales ante la Administraci¨®n central o los Estados miembros ante un organismo multinacional.
Por lo dem¨¢s, la legitimidad pol¨ªtica, que es algo distinto de la legitimidad a secas, s¨®lo depende del favor de los electores. Y hoy el nacionalismo perif¨¦rico parece m¨¢s leg¨ªtimo que la socialdemocracia, por ejemplo, como han demostrado las recientes elecciones gallegas. De ah¨ª la perspicaz visi¨®n pol¨ªtica que demuestra un l¨ªder como Pasqual Maragall, que intenta inventar un neonacionalismo integrador (el olivo catal¨¢n) capaz de revitalizar o regenerar la decadencia socialdem¨®crata. ?sta es, tambi¨¦n, la l¨ªnea adoptada por Tony Blair en el Reino Unido, al apostar por el autonomismo escoc¨¦s. Y es que con el advenimiento de la globalizada y posmaterialista modernidad tard¨ªa, cuando las poblaciones urbanas est¨¢n sobrecualificadas y subempleadas, hay que acercar las administraciones p¨²blicas al tejido comunitario m¨¢s localizado, pues lo ¨²nico que permite sintonizarlas con sus bases sociales es compartir la misma cultura c¨ªvica: y eso lo hacen mucho mejor los autonomismos perif¨¦ricos que las ideolog¨ªas centralistas.
No obstante, esta evidencia se agudiza mucho m¨¢s en el caso espa?ol que en el resto de Europa. ?Por qu¨¦? Sin duda, por el fracaso relativo de nuestra centralizaci¨®n hist¨®rica: mientras Par¨ªs o Londres lograron nacionalizar con ¨¦xito los intereses locales o territoriales (en un proceso que se inici¨® convirtiendo a los arist¨®cratas en cortesanos, a los terratenientes en burgueses y a los campesinos en ciudadanos), Madrid no lo consigui¨® en medida suficiente. En esto influyeron muchos factores (la p¨¦rdida de la hegemon¨ªa europea, la dependencia del comercio de Indias, las guerras carlistas, el retraso de la industrializacion tard¨ªa, el neutralismo en las guerras mundiales, la quiebra de la democracia republicana, la represi¨®n franquista de la cultura c¨ªvica, etc¨¦tera), que combinados provocaron una conciencia nacional de identidad espa?ola muy d¨¦bil. De ah¨ª nuestro r¨¦cord en objeci¨®n de conciencia al servicio militar y nuestra vergonzante adhesi¨®n a la bandera o el himno que simbolizan la patria com¨²n. Y dado este vac¨ªo de identidad nacional, su d¨¦ficit de patriotismo se ve suplido por diversos etnocentrismos de patria chica, que expresan su ambiguo resentimiento por la orfandad de una imposible madre patria.
?Por qu¨¦ fracas¨® Madrid como capital nacionalizadora? Creo que la clave m¨¢s sugestiva la proporciona un observador independiente, el historiador norteamericano David Ringrose: su excelente libro sobre el milagro espa?ol (traducido como Espa?a, 1700-1900: el mito del fracaso, Alianza, 1996) aporta lo que para m¨ª constituye la mejor explicaci¨®n. Aplicando a nuestro caso la conocida tesis de Arno Mayer sobre la persistencia del Antiguo R¨¦gimen, Ringrose demuestra que el tejido patrimonial de intereses perif¨¦ricos logr¨® persistir intacto a lo largo de todos los cambios de r¨¦gimen, colonizando para ello la Administraci¨®n madrile?a mediante el tr¨¢fico de influencias. En consecuencia, Madrid se redujo a ser el centro de una red de intereses territoriales dispersos. Las estrategias familiares de las ¨¦lites locales hac¨ªan el resto, actuando igual que los inmigrantes empobrecidos; enviaban a sus miembros m¨¢s j¨®venes a la capital a tratar de medrar y enriquecerse, con lo que establec¨ªan sucursales o cabezas de puente en Madrid, sin perder por ello su control sobre su base provincial. As¨ª, cada red de parentesco se asentaba tanto en la capital del Estado como en la periferia de origen, con ramas dedicadas al juego madrile?o de influencias y otras arraigadas en el tejido local de intereses.
Eso ha hecho que Madrid sea una capital colonizada por la periferia y sin apenas madrile?os, pero muy bien sintonizada por relaciones privilegiadas de favoritismo que la conectan bilateralmente con las ¨¦lites territoriales (a excepci¨®n quiz¨¢ de las catalanas, cuya relativa incomunicaci¨®n cultural se debe a su escasa inmigraci¨®n a Madrid). As¨ª que la descentralizaci¨®n auton¨®mica obedece precisamente a la inercia hist¨®rica, pues la capital ha venido dependiendo de sus diversas periferias en mayor medida que a la inversa. Aunque la Espa?a oficial fuese jur¨ªdicamente centralista, la Espa?a real ha sido siempre centr¨ªfuga. De ah¨ª que ahora sus bases locales y provinciales reclamen cada una lo suyo, poniendo del derecho lo que oficialmente est¨¢ del rev¨¦s. Y por eso reivindican su derecho adquirido a no depender de Madrid, sino al rev¨¦s, obligando a la capital a depender de la periferia.
Pero la hip¨®tesis de continuidad hist¨®rica que propone Ringrose va m¨¢s all¨¢. Lo que para una ¨®ptica centralista parece una disfuncionalidad (de ah¨ª el mito hist¨®rico del fracaso), bajo otro punto de vista m¨¢s cercano a Hirschman puede resultar una racionalidad oculta. Pues Ringrose deduce que el dinamismo del milagro espa?ol se debe sobre todo a esa pujanza del tejido perif¨¦rico de intereses provinciales, que no se dejaron ahogar ni absorber por las sucesivas oleadas de centralismo. De ah¨ª la funcionalidad positiva que cabe atribuir al autonomismo territorial como motor de iniciativa, diversidad y desarrollo. Y de ser cierta esta hip¨®tesis, la vertebraci¨®n de Espa?a exigir¨ªa precisamente potenciar la variedad de su articulaci¨®n perif¨¦rica, en vez de reducirla a un monocorde sucursalismo de la capital.
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