Iconograf¨ªa rock

Para Loquillo, ¨¦sta debi¨® de ser una inolvidable noche; sin haberse despeinado durante m¨¢s de una d¨¦cada, el catal¨¢n present¨® un nuevo trabajo repleto de viejas y usadas canciones, llenando la sala de un p¨²blico que conoc¨ªa, desde la primera a la ¨²ltima estrofa, la primera y la ¨²ltima- palabra. No hubo vuelta de hoja, ning¨²n intento vacuo por actualizar el rock castizo que se nutre de los fantasmas de las eternas generaciones de rockers y que llena, casi en soledad, esta parcela de m¨²sica. Su ritmo veloz, continuo, bien dirigido, volvi¨® a enloquecer a su p¨²blico.Si Loquillo y sus Trogloditas viven en soledad el clasicismo de su m¨²sica, ¨¦sta fue la noche para recuperar a sus antiguos compa?eros de fe. El repaso fue largo y exhaustivo, tres horas de concierto en el que se esperaba a m¨²sicos que tambi¨¦n en los ochenta dejaron sus mejores canciones: Aurelio Morata, que fue el cantante de Aurelio y los Vagabundos; Gabriel Sope?a, el eterno compa?ero compositor de Loquillo; Carlos Segarra y Dani Nello, cabezas visibles de Los Rebeldes; Jaime Urrutia, de Gabinete Caligari; Ramonc¨ªn, haciendo m¨²sica, y Johnny Cifuentes, de Burning, con el que Loquillo rindi¨® homenaje al fallecido Pepe Risi: "El Keith Richards espa?ol".

Loquillo, de riguroso negro y blanco, primero con cazadora de cuero y cremalleras, luego con traje sin corbata, despleg¨® toda una presencia que sabe llenar el escenario y hacer que tres horas de concierto no tuvieran ni un solo baj¨®n de intensidad y ni tan siquiera un espectador indiferente.