Luxemburgo o el despertar de la Europa pol¨ªtica
El subt¨ªtulo de este art¨ªculo bien podr¨ªa ser Aznar no quiso enterarse. Porque, efectivamente, por encima de la obstruccionista, retardataria y reticente actitud del Gobierno espa?ol ante la cumbre de Luxemburgo sobre el empleo destaca la falta de visi¨®n o conciencia en el presidente de lo que all¨ª se estaba escenificando: un giro estrat¨¦gico -no espectacular, pero s¨ª relevante- hacia lo pol¨ªtico en una Uni¨®n en la que, hasta ese momento, hab¨ªa prevalecido el objetivo economicista de un mercado abierto sobre cualquier otra consideraci¨®n.Era un momento hist¨®rico para estar con Europa. Por vez primera, una cumbre monogr¨¢fica se dedica al empleo, al que se le imprime un sesgo de parcial desnacionalizaci¨®n, algo considerado her¨¦tico por los eur¨®cratas hasta hace muy poco, y manifestado en el frustrante Consejo de Florencia. Cada a?o habr¨¢ un Consejo Europeo dedicado al empleo. La UE vigilar¨¢ y valorar¨¢ los preceptivos planes plurinacionales de empleo de los Gobiernos. Su sanci¨®n ser¨¢ pol¨ªtica, o sea, algo m¨¢s que meramente simb¨®lica. Una nueva forma de aproximarse al paro ha nacido, y en el futuro, con la presencia del di¨¢logo social (una aportaci¨®n positiva de nuestro Gobierno, desgraciadamente la ¨²nica).
Las conclusiones del Consejo Europeo extraordinario sobre el empleo, muy medidas, son toda una filosof¨ªa de lucha contra el paro, que tiene tres pilares b¨¢sicos: un entorno macroecon¨®mico sano, una apuesta por la inversi¨®n en investigaci¨®n y redes de transporte (con ayuda financiera del BEI) y pol¨ªticas activas de empleo. Estas ¨²ltimas han sido la estrella de la cumbre, y van desde las garant¨ªas de empleo o formaci¨®n para los parados hasta medidas para la igualdad entre hombre y mujer (¨¦sta es la m¨¢s golpeada por el paro y la precariedad, porque desarrolla trabajos m¨¢s vulnerables), pasando por la creaci¨®n de yacimientos de empleo o la reducci¨®n del tiempo de trabajo.
No se fuerza la m¨¢quina. No hay compromisos concretos o los hay t¨ªmidos, salvo en lo m¨¢s acuciante e inmediato, que es dar trabajo o capacidad formativa para estar en condiciones de encontrarlo. Aqu¨ª s¨ª hay compromiso, y aqu¨ª se descolg¨® Espa?a. Es la primera ocasi¨®n en que se fija un plazo (cinco a?os) para que los Estados empiecen a garantizar a sus parados una ayuda decidida contra el desempleo. Los j¨®venes en paro (seis meses) y los adultos parados de larga duraci¨®n (un a?o) tendr¨¢n una oferta de trabajo o seguir¨¢n un curso de formaci¨®n que favorecer¨¢ su empleabilidad (perm¨ªtaseme este barbarismo anglicista).
La pol¨ªtica europea aterriza por fin en lo social. Suavemente, como siempre, pero con un salto cualitativo, que no es sino aplicar el esp¨ªritu de la convergencia tambi¨¦n al empleo, y ofrecer garant¨ªas reales y cuantificadas en un tema capital: trabajo o formaci¨®n para j¨®venes y parados de larga duraci¨®n. Sin embargo, esto es precisamente lo que Espa?a ha rechazado, situ¨¢ndose mal y, por tanto, sin fuerza o autoridad para exigir apoyo comunitario en el pavoroso problema de paro que sufren nuestros j¨®venes (la mitad sin trabajo) y nuestra sociedad, a la que no se le da la esperanza o Ilusi¨®n que de todo Gobierno se exige.
El aferramiento de Aznar al argumento del "principio de realidad" -as¨ª ha justificado su descuelgue de los acuerdos concretos m¨¢s importantes de la cumbre- esconde una preocupante falta de perspectiva hist¨®rica. No querer comprometer al Gobierno en un esfuerzo, en cinco a?os, para garantizar al menos un curso de formaci¨®n a j¨®venes, y parados de larga duraci¨®n -objetivo asequible si hay voluntad pol¨ªtica- dice poco de la capacidad y legitimidad de un Gobierno para pedir el voto y el apoyo para gobernar en un pa¨ªs como Espa?a, que tiene en ese objetivo su principal preocupaci¨®n y anhelo.
En el fondo, lo que hay es una notable resistencia de la derecha a asimilar los cambios profundos en las tendencias sociales, o sea, la fuerte presi¨®n popular sobre los Gobiernos para que vuelvan la cara hacia el desempleo estructural, el factor clave de esa plaga del fin de siglo que es la exclusi¨®n, esto es, el aislamiento de la sociedad en que se vive, fen¨®meno que desestabiliza m¨¢s que cualquier otra cosa la convivencia y mina las propias bases culturales de las democracias occidentales.
La derecha espa?ola arrastra a¨²n graves dificultades para, poder dirigir los mayores desaf¨ªos de nuestro pa¨ªs hacia su interior -la cuesti¨®n nacional o del concepto de Espa?a- y hacia el exterior -la integraci¨®n en Europa-. El incipiente edificio de la Europa pol¨ªtica pasa por entender que la implicaci¨®n de la Uni¨®n en la soluci¨®n del problema del paro se ha convertido en la prueba de la legitimidad de la Uni¨®n, y eso es lo que los Gobiernos han elevado a categor¨ªa pol¨ªtica en Luxemburgo. Todos... salvo el espa?ol.
Luxemburgo no es el fin, sino el principio, de un sensible giro progresista, en el sentido m¨¢s genuino del t¨¦rmino, a pesar de que sus insuficiencias son notorias (o preocupantes, como en la fiscalidad de la empresa), y a pesar de que a¨²n queda mucho para que la pasi¨®n por el euro deje paso a la pasi¨®n por el empleo, como Pretende la Comisi¨®n Europea, que una vez m¨¢s se queda a la izquierda del Consejo Europeo.
Ese punto de inflexi¨®n hacia la primac¨ªa de la pol¨ªtica que representa Luxemburgo no es casual ni milagroso. Es producto de la presi¨®n sindical expresada gr¨¢ficamente el mismo d¨ªa de la cumbre en una multitudinaria manifestaci¨®n; y es consecuencia de la orientaci¨®n ideol¨®gica de la mayor¨ªa de los Gobiernos, en especial del franc¨¦s. Aznar quiso impedir la plasmaci¨®n de esa l¨ªnea haciendo de Thatcher. Pero la historia s¨®lo se repite en forma de comedia, y el resultado fue el abandono de Alemania -m¨¢s inteligente en el c¨¢lculo de la relaci¨®n de fuerzas- y una clamorosa soledad para nuestro Gobierno, que recibi¨® as¨ª un golpe muy duro del Consejo.
La soledad no se puede mantener, y ser¨ªa profundamente lesiva para la posici¨®n de Espa?a en Europa. Por eso, la izquierda -en esto sola, porque los nacionalistas ya se han apresurado a apoyar al Gobierno- tiene el deber de exigirle que acepte los compromisos de Luxemburgo y luche contra el paro, no con palabras, sino con pol¨ªticas activas, que se complementen con la otra gran fuente de cohesi¨®n y empleo: la inversi¨®n en capital p¨²blico, infraestructuras e investigaci¨®n cient¨ªfica, la inversi¨®n en conocimiento, en ciencia. Para financiar la opci¨®n por el empleo es verdad que otra pol¨ªtica fiscal es necesaria, que pasa por no hacer regalos fiscales a las rentas del capital, por acabar con tantas subvenciones fiscales y por utilizar las famosas privatizaciones para el inter¨¦s de todos, no de unos cuantos.
Aparece en el horizonte una tarea de calado para la oposici¨®n progresista que cree en Europa y en su papel frente al paro. Porque el urgente objetivo de la izquierda no es otro que un gran debate nacional -a la vez ciudadano, social y parlamentario- sobre el empleo, y proyectarlo en el pr¨®ximo plan plurinacional que se presentar¨¢ en la cumbre de Cardiff de junio del a?o pr¨®ximo. La capacidad de la oposici¨®n para "obligar al Gobierno a obligarse" ser¨¢ tambi¨¦n una prueba de fuego para la propia izquierda.
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