Luces rojas
Puede que Espa?a vaya bien, pero mientras tanto se encienden luces rojas por doquier y los timbres de alarma comienzan a sonar.Parte del problema es arrastrado y estamos pagando no s¨¦ si los costes de la transici¨®n o los de la dictadura. Los a?os ochenta, m¨¢s all¨¢ de los important¨ªsimos logros conseguidos en muchos campos, no consiguieron restablecer un principio de autoridad o de imperio de la ley. Los casos Gal y Filesa no menos que el juicio a la c¨²pula de Banesto o el de la Mesa de HB, y m¨¢s all¨¢ de sus muchas diferencias, se parecen en algo: en todos ellos se trata de excesos realizados por personas que actuaban de acuerdo con una ¨ªntima convicci¨®n de impunidad, como si la ley pudiera ser respetada sin cumplirla. Se comprende, porque ¨¦sa era la regla: estaba prohibido prohibir y -como se?ala Pascal Bruckner en La tentaci¨®n de la inocencia- a lo ¨²nico que se renunciaba era a renunciar. Puedo contar una experiencia personal. All¨¢ por 1987, y como secretario general del Consejo de Universidades, tuve que pedir protecci¨®n policial ante la amenaza estudiantil -inminente y luego cumplida- de ocupar la sede del Consejo. Tras varias horas de espera habl¨¦ con la delegaci¨®n del Gobierno y se me inform¨® que "la fuerza" ya estaba all¨ª. "?Pero d¨®nde?", pregunt¨¦ ingenuo. La contestaci¨®n fue demoledora: "Est¨¢ escondida para no provocar". Pues bien, al parecer durante los ochenta, la ley estaba escondida para no provocar y que nadie pudiera pensar que est¨¢bamos en un r¨¦gimen represivo.
Y as¨ª hoy nos enfrentamos a la dif¨ªcil tarea de restablecer el imperio de la ley frente a conductas que fueron moneda de uso corriente e incluso contaban con amplio respaldo popular, a la tarea de "recomponer" y no "descomponer" la justicia y la ¨¦tica colectiva. Es evidente que cuando se producen esas transiciones morales en que lo usual deja de serlo, la justicia alcanza un valor emblem¨¢tico, ejemplificador y pedag¨®gico. Tiene que decir "Basta" y eso significa: "S¨ª hasta hora, pero ya no m¨¢s". Y como el mensaje no es suficiente, alguien tiene que pagar para hacer cre¨ªble el rechazo actual de lo antes tolerado, chivos expiatorios de los pecados colectivos sometidos a todo tipo de ritos de humillaci¨®n que son al tiempo ritos de afirmaci¨®n de una nueva conciencia colectiva.
Si esto fuera todo, bastar¨ªa esperar a que la tormenta amaine y a que no paguen justos por pecadores. Pero la crispaci¨®n generada por esa inmensa judicializaci¨®n de la pol¨ªtica arrastra y ahoga el esp¨ªritu de consenso que es sustento y ra¨ªz esencial de la democracia. Esa era la parte buena del canovismo, el respeto a la alternancia. Pues bien, en pleno anticanovismo estamos haciendo del juego pol¨ªtico una estrategia de destrucci¨®n del enemigo. Y as¨ª el PP juega a destruir judicialmente al PSOE, mientras ¨¦ste juega con un igualmente irresponsable lenguaje guerracivilista recordando, no la necesidad de recordar, sino la de pasar cuentas. Y mientras unos y otros se pasan facturas hist¨®ricas con la idea de ganar el futuro sin construirlo otros, todav¨ªa m¨¢s pre?ados de pasado, aprovechan la oportunidad. La declaraci¨®n del PNV, en el habitual tono tronitoso del ayatol¨¢ Arzalluz, lo sit¨²a m¨¢s all¨¢ del arco constitucional, justo a medio camino entre la defensa de los terroristas y el Estado de derecho, abogado de estos "buenos chicos" que animan al gatillo. Y salvando distancia, con seny m¨¢s que rauxa, algo similar hace CiU cuando pide soberan¨ªa compartida y una revisi¨®n de la Constituci¨®n, otro alto en el camino hacia la independencia que no se atreve a pedir. Con esos mimbres, con partidos cuyos proyectos pol¨ªticos bordean la Constituci¨®n, est¨¢ hoy asociado el partido del Gobierno y ans¨ªa asociarse en el futuro la oposici¨®n. Con ellos se pactan presupuestos, leyes o lo que sea. Todo menos lo esencial: la paz en Euskadi y el cierre del Estado de las Autonom¨ªas.
De modo que asistimos al resquebrajamiento del consenso constitucional y parlamentario al tiempo que arreglamos las ca?er¨ªas de la econom¨ªa, reparamos las m¨¢quinas de la Seguridad Social o restauramos la libertad de empresa. Temas laudables si no fuera porque mientras tanto el mismo viejo odio y la misma vieja incomprensi¨®n de siempre se adue?an de nuestro lenguaje.
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