'Euskal jai'
En los diarios de Ernst J¨¹nger se describe con sobrecogedora neutralidad el entusiasmo que llev¨® a miles de europeos a la Primera Guerra Mundial. El motivo de fascinaci¨®n era la posibilidad que la guerra ofrec¨ªa de liberarse de la mon¨®tona cotidianidad. La guerra es algo horrible, pero m¨¢s horrible resulta el hecho de que pueda ser secretamente deseada como una huida del aburrimiento. Existe un curioso parecido entre la guerra y la fiesta: ambas son modos de escapar del mon¨®tono retorno de lo mismo; tanto en una como en otra se establece una moratoria de lo cotidiano, un estado de excepci¨®n. Las guerras resultan a veces inevitables, pero no conducen a la absoluta inhumanidad cuando son entendidas como un intervalo, como una excepci¨®n horrible a la que ha de ponerse punto final en cuanto sea posible. Tambi¨¦n la fiesta debe ser breve, pues su encanto consiste en su excepcionalidad que destaca sobre un fondo habitual de rutina. Convertir a la guerra en una situaci¨®n total o hacer de la vida una fiesta continua es una tentaci¨®n que asalta en ocasiones suscitando la ilusi¨®n de obtener un mundo distinto y absolutamente mejor en el que lo cotidiano estuviera abolido. Si todo es guerra o todo es fiesta, si no hay pol¨ªtica o d¨ªa corriente, entonces propiamente tampoco hay esas interrupciones de la cotidianidad y la vida se convierte en una excepcionalidad absoluta.La situaci¨®n social y pol¨ªtica de Euskadi no invita de entrada a considerarla como una realidad festiva sino tr¨¢gica. No parece una fiesta el balance siniestro que arroja la violencia instalada como algo habitual entre nosotros. Pero me atrevo a sugerir una afinidad, a menudo inadvertida, entre la violencia y la fiesta, una coincidencia en su rechazo a la normalidad cotidiana. La violencia contagia a todas las cosas del secreto anhelo por el sobresalto, establece una longitud de onda que s¨®lo registra lo sensacional y se rige por ritmos trepidantes, hasta el punto de despreciar cuanto no hace su aparici¨®n con ademanes solemnes de ruptura e inauguraci¨®n. De hecho, buena parte de las fiestas son conmemoraciones b¨¦licas, y la violencia -especialmente la callejera, que a menudo coincide con las fiestas de la localidad- adopta el estilo de una siniestra diversi¨®n cuya explicaci¨®n en t¨¦rminos psicol¨®gicos resulta ya mucho m¨¢s plausible que la b¨²squeda de un origen pol¨ªtico.
Una canci¨®n de Oskorri refleja muy bien ese estado de ¨¢nimo que ya no sabe muy bien d¨®nde comienza y acaba la normalidad: Gaur dala bihar dala festa berriz; / despistatu nabil gaur gauerdiz ("No s¨¦ si es fiesta de nuevo hoy o ma?ana; / estoy desorientado en plena noche"). El ritmo de los acontecimientos p¨²blicos se parece efectivamente a una sucesi¨®n de excepcionalidades, de rupturas con la normalidad democr¨¢tica, con frecuencia tan aburrida. La "pol¨ªtica" vasca es tambi¨¦n una realidad festiva, en el sentido de que minusvalora la continuidad, la serenidad y la paciencia; ha cedido al imperio del sobresalto y se realiza a golpe de fines de semana.
Cualquier observador habr¨¢ comprobado que en el Pa¨ªs Vasco el discurso pol¨ªtico es especialmente enf¨¢tico, ¨¦pico y sensacional. Todo est¨¢ te?ido de una atm¨®sfera de irrealidad. No hay m¨¢s que gestos ostentosos de responsabilidad y declaraciones sobre cuestiones de principio. Se utiliza un lenguaje b¨¦lico, de h¨¦roes y traidores, que oculta el fondo, de la vida real, ese que est¨¢ conformado por deberes peque?os y modestas miserias. Quien est¨¢ preocupado por salvar un pa¨ªs tender¨¢ a olvidar lo que simplemente requiere ser bien gobernado.
Hay en Euskadi un secreto poco advertido que nos hace a todos girar en torno a los ejes que el terrorismo traza. A la sombra del terrorismo y del antiterrorismo se han construido carreras pol¨ªticas -a veces de manera inevitable, a veces con un oportunismo voraz, que se evaporar¨ªan si desapareciese este problema. ?Qui¨¦n se imagina a Landa o a Iturgaiz opinando acerca de los problemas de tr¨¢fico o el mapa escolar? Nos hemos desinteresado por la mal llamada peque?a pol¨ªtica y toda la atenci¨®n se concentra en las cuestiones institucionales o de interior, en donde pensamos que se juega la salvaci¨®n de la patria o la democracia.
Uno de los ¨¦xitos m¨¢s insidiosos del terrorismo es que despolitiza la sociedad. Pone en un primer plano las cuestiones de la vida y la muerte, de tal modo que nos obliga a sacrificar nuestras diferencias, a suspender la discrepancia. Por eso considero que Mayor Oreja est¨¢ colaborando innecesariamente a consolidar esta excepcionalidad cuando habla de un gran proyecto com¨²n o exige la unanimidad de los dem¨®cratas, que no tienen por qu¨¦ estar de acuerdo -o sea, en sinton¨ªa con su ministerio- en la mayor parte de las cosas que competen a la pol¨ªtica, incluso a la de Interior. La exigencia de unanimidad tambi¨¦n se rige por el criterio de la excepcionalidad, y por eso deber¨ªa restringirse a ese consenso b¨¢sico de lo que cualquier persona de bien considera intolerable. Tratar de extenderla a m¨¢s ¨¢mbitos que los necesarios constituye una torpeza pol¨ªtica que no contribuye a crear los necesarios espacios de normalidad, o sea, de discusi¨®n razonada acerca de diferencias leg¨ªtimas.
La violencia y la fiesta tienen otra cosa en com¨²n: en medio de la guerra y de la diversi¨®n se suspenden muchas convenciones habituales, como el respeto a la vida o el sentido del rid¨ªculo. En otras circunstancias no har¨ªamos lo que en el terror b¨¦lico o la org¨ªa festiva est¨¢ permitido, porque han quedado en suspenso -gracias al adoctrinamiento o al vino, por ejemplo- los mecanismos que inhiben habitualmente la agresividad o el entusiasmo. Una manera de combatir esta excepcionalidad consiste en desconfiar del principio seg¨²n el cual un problema no puede arreglarse si no se arregla previamente el problema mayor en el que se inscribe, que le sirve de marco. El "contencioso" es una coartada magn¨ªfica para la irresponsabilidad, un "marco" que impide a unos condenar un asesinato y exonera a otros de ocuparse de unas obligaciones aparentemente menores.
Desgraciadamente, todav¨ªa habr¨¢ acontecimientos que nos recuerden esta herida sangrante, y buena parte de los esfuerzos colectivos tendr¨¢n que dirigirse en esa direcci¨®n. Pero cabe hacerlo sin la solemnidad ¨¦pica y la vibraci¨®n militar que preside la l¨®gica del terrorismo. Aislar a los violentos puede traducirse en recuperar la atenci¨®n hacia lo prosaico, volcarse en la peque?a pol¨ªtica y no dejarse dirigir por la m¨²sica marcial impuesta por otros. Hay un peque?o sabotaje a la violencia que est¨¢ en manos de todos, pues cualquiera puede resistirse a vivir en un permanente estado de excepci¨®n y negarse, en la medida en que sea posible, a interrumpir las propias obligaciones. El verdadero h¨¦roe en Euskadi es quien cumple con su deber, aunque el "contencioso" no est¨¦ todav¨ªa resuelto. Es aquel que no abandona el espacio modesto de las responsabilidades locales. Ahora va a resultar que, frente a la presi¨®n de violencia dionisiaca, lo m¨¢s subversivo es la defensa de la vida cotidiana, de las lentitudes, las convenciones y la peque?a escala que caracterizan a una democracia sana, es decir, la que funciona con tal normalidad que no cabe esperar de ella demasiadas emociones.
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