Lo bueno de la tele mala
La queja es un¨¢nime entre la clase social e intelectual a la que pertenezco: los reality-shows son groseros, los debates acaban siendo un gallinero, el di¨¢logo se transforma en trash talk entre fast thinkers, las noticias del coraz¨®n se comen a la informaci¨®n, y en los programas de testimonio campea la pornograf¨ªa sentimental m¨¢s descarnada.Todo esto, adem¨¢s, resulta adictivo. Embota, arrocina y distorsiona la propia visi¨®n o experiencia hasta transformarla en una exang¨¹e conciencia medi¨¢tica dominada por la tiran¨ªa de los ¨ªndices de audiencia -esa nueva cruzada antidemocr¨¢tica al servicio de los intereses comerciales-.Las razones para pensar as¨ª est¨¢n a la vista, y el soci¨®logo P. Bordieu ha dedicado un libro entero a argumentarlo (Sobre la televisi¨®n, Anagrama, 1997). Pero hay tambi¨¦n razones para sospechar que tal vez esta nueva forma de estilizar la realidad quiz¨¢ no sea mucho m¨¢s distorsionante que las anteriores; que la representaci¨®n televisiva del mundo no resulta tanto peor que la narraci¨®n religiosa, ideol¨®gica, pol¨ªtica, etc¨¦tera, que hasta aqu¨ª se andaba gastando.
Veamos. La representaci¨®n pol¨ªtica traduc¨ªa la realidad a trav¨¦s del filtro peri¨®dico de las elecciones y el embudo burocr¨¢tico de los partidos. La representaci¨®n ideol¨®gica se caracteriz¨® a su vez por interpretar los m¨¢s variados fen¨®menos a partir de una idea o un m¨¦todo (a menudo, a partir de una simple palabra: existencia, revoluci¨®n, deconstrucci¨®n, etc¨¦tera) que se supon¨ªa que deb¨ªa todo explicarlo. La representaci¨®n religiosa, por ¨²ltimo, hab¨ªa acabado traduciendo todos nuestros estados de ¨¢nimo, acciones o intenciones en un miserable surtido de pecados mortales y veniales.
?Acaso no es bastante m¨¢s vario y matizado que todo eso el sistema interpretativo de espacios televisivos como Ana o Lo que necesitas es amor, por no hablar de programas auton¨®micos realmente dignos como L'hora de Mari Pau Huguet o L'ou o la gallina? Cierto que el atentado directo a las gl¨¢ndulas lacrimales de Qui¨¦n sabe d¨®nde o de Sorpresa, sorpresa se acerca peligrosamente al vac¨ªo ret¨®rico de los discursos parlamentarios, de las descalificaciones filos¨®ficas o de las pastorales al uso. Cierto que en el camino entre el Mississippi y el planeta Marte se nos cae a menudo la cara de verg¨¹enza. Pero esa chabacaner¨ªa televisual, esa forma de reducirlo todo a chismes sociales o a s¨ªstoles y di¨¢stoles cordiales, tiene por lo menos una buena raz¨®n y una ventaja evidente sobre la demagogia, la soberbia o la hipocres¨ªa m¨¢s espec¨ªficas de los sistemas anteriores.
La buena raz¨®n es la misma que tantas veces se ha dado para explicar ese otro vuelco hacia los aspectos privados de la existencia que se produjo en la ¨¦poca de los estoicos y epic¨²reos. "Con la crisis de la ciudad-Estado", escribe Ferguson, "la gente se sent¨ªa ahora bajo el imperioe poderes mundiales que ellos no pod¨ªan controlar ni modificar. El zar reinaba, y los nuevos fil¨®sofos helen¨ªsticos eran esencialmente ide¨®logos de la evasi¨®n" (que yo llamar¨ªa m¨¢s bien de la invasi¨®n: evasi¨®n hacia adentro). Pues bien, no es dificil ver que son causas parecidas -s¨®lo que agudizadas- las que explican este vuelco intimista de nuestra tele a las razones, alternancias y dem¨¢s cuitas del coraz¨®n: crisis de identidad pol¨ªtica, intangibilidad de las nuevas relaciones de dependencia, aislamiento en un hogar tecnol¨®gicamente asistido, impotencia ante las instancias de poder globales de los que nuestra existencia particular depende, etc¨¦tera. Se dir¨¢ que Un d¨ªa en la vida de... o Amor a primera vista no tienen la profundidad de la filosofia estoica o epic¨²rea. Qu¨¦ duda cabe. Pero lo cierto es que -responden a parecidas carencias y satisfacen an¨¢logas necesidades. Y, en todo caso, el baj¨®n cultural que estos programas representan no es tampoco mayor que el de la filosof¨ªa de Epicteto o Aristipo si la comparamos a la de Plat¨®n o Arist¨®teles.
Esto por lo que e refiere a las bien fundadas razones que explican el nuevo florilegio televisivo. Pero he dicho que su forma medi¨¢tica de traducir la realidad o representar los acontecimientos tiene tambi¨¦n notorias ventajas frente a las estilizaciones religiosas, pol¨ªticas o culturales que la hab¨ªan precedido, algunos de cuyos estragos la televisi¨®n ha venido a reparar. A reparar, por ejemplo, el abismo entre cultura objetiva (o can¨®nica) y cultura subjetiva (o sentida), que los anteriores sistemas simb¨®licos no hab¨ªan sino ahondado. As¨ª, mientras aquellos sistemas gobernaron, una cosa era lo que se sab¨ªa que era valioso, bello, progresista, moderno y digno-de-que-a-uno-le-gustara, y otra, a menudo, lo que la mayor¨ªa, de hecho, comprend¨ªa, deseaba o gustaba sin atreverse, desde luego, a confesarlo. Era el reino de los sobreentendidos te¨®ricos, est¨¦ticos o religiosos alejados de la sensibilidad com¨²n: vac¨ªos, como dir¨ªa Kant. Era a¨²n el reino de los c¨¢nones sin experiencia que presid¨ªan tanta cr¨ªtica de arte, tanta metodolog¨ªa acad¨¦mica, tanta contestaci¨®n pol¨ªtica y tanta homil¨ªa religiosa ante las que el individuo se sent¨ªa a menudo ajeno y extraviado. Los c¨¢nones campaban as¨ª por sus respetos, mientras las ¨ªntimas experiencias y cultas de mucha gente pasaban a ser vividas por ellos mismos como secretas excentricidades, pecados privados o incompetencias vergonzantes.
Vean ustedes un programa como Ana para comprobar c¨®mo lo primero que hacen los programas de alcoba que lindan con la telebasura es precisamente eso: sacar del basurero estas experiencias privadas tanto de voz como de legitimidad para recogerlas en un orden de discurso que le permite a la gente reconocerse, recuperar su legitimidad y salir de su escondite: salir del armario, como dec¨ªan los homosexuales americanos. La madre abandonada, el adicto al juego o a la ropa interior de encaje, el menop¨¢usico temprano o el peque?o masturbador que nunca vio el cuadro de Dal¨ª se sienten aqu¨ª identificados y arropados por otros individuos con los que (como en las Historias del buen Dios, de Rilke) vienen a formar conjuntos y subconjuntos que dotan de normalidad a lo que hab¨ªan vivido como innombrables peculiaridades, como secretos estigmas.
Cierto que los anteriores c¨¢nones en d¨¦ficit de experiencia se ven ahora sustituidos por una promiscua, exhibicionista y a menudo pat¨¦tica proliferaci¨®n de experiencias sin canon (tan ciegas, para seguir con el lenguaje de Kant, como vac¨ªos eran los anteriores). Pero es posible que entre tanta basura se est¨¦n dando las primeras tientas de un nuevo paso en el discurso humanista. Imaginemos que fuera as¨ª. Los griegos nos hab¨ªan ense?ado a reconocer una naturaleza humana tan gen¨¦rica como paradigm¨¢tica. Las confesiones de Agust¨ªn o Rousseau habr¨ªan a?adido a ella una naturaleza ¨ªntima, particular e idiosincr¨¢sica. La televisi¨®n nos permitir¨ªa hoy comunicar, identificarnos y solidarizarnos virtualmente con esa singular intimidad de otros hombres que viv¨ªan escondidos en el armario -a veces escondidos de s¨ª mismos, en su propio almario- hasta que han podido salir al basurero p¨²blico de la televisi¨®n. ?Loado sea el Se?or!
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