Eurocentrismo
La civilizaci¨®n europea es la ¨²nica que ha salido fuera de s¨ª para conocer, conquistar, explotar, y otras cosas peores, el mundo circundante; Europa ha creado un sistema mundial de pesos y medidas intelectual, pol¨ªtico, y moral; es el maitre ¨¤ penser de gran parte de la humanidad.El Viejo Continente se ha proyectado al exterior, b¨¢sicamente, de dos maneras: tratando de reproducirse a s¨ª mismo, como ha hecho en Am¨¦rica, norte y sur, y en los establecimientos posbrit¨¢nicos de Ocean¨ªa; y a trav¨¦s del colonialismo, en el resto del planeta. Como consecuencia de ello, aun los que se consideran sistemas alternativos al occidental, notablemente, el islam y un difuso y emergente neoconfucianismo en Asia, deben utilizar en su di¨¢logo con Occidente sus propios t¨¦rminos de referencia, y se ven obligados incluso a definirse a s¨ª mismos de acuerdo con una escala conceptual que les es ajena.
En ese movimiento, Europa ha dibujado la geometr¨ªa del mundo desde su propia realidad, ha contado lo otro como si s¨®lo fuera la diferencia consigo misma. Y toda la literatura, desde las novelas imperiales de la Gran Breta?a decimon¨®nica a la historia, con la saga del orientalismo que tan brillantemente ha desconstruido Edward W. Sald, pasando por la pol¨ªtica, con el modelo constitucional-parlamentario, est¨¢n concebidas desde la atalaya de esa diferencia.
A eso podemos llamarlo eurocentrismo, una visi¨®n interiorizada, casi biol¨®gica, que permea nuestra forma de hablar, de juzgar, de relacionarnos con los mundos exteriores. El lenguaje es el primer veh¨ªculo de una contaminaci¨®n. Europa, continente fuertemente descristianizado, considera que toda fusi¨®n de religi¨®n y pol¨ªtica es intr¨ªnsecamente mala, y por ello, cuando ha de adjetivar una marea musulmana que mitologiza el pasado de Mahoma y los cuatro califas fundadores, recurre, dentro de lo anglosaj¨®n, al t¨¦rmino fundamentalismo, protestantismo de pr¨¦dica apocal¨ªptica, o al de integrismo, si se trata de la l¨ªnea cat¨®lica del fanatismo; todo ello en la gama que va de Elmer Gantry al obispo Lefebvre.
Europa, gravemente culpable de la pasi¨®n activa del nazismo en la perpetraci¨®n del holocausto durante la II Guerra, y del dejar hacer que entra?aba la discriminaci¨®n en que ha tenido secularmente al pueblo jud¨ªo, quiso reparar esa deuda pagando con una letra librada contra el pr¨®jimo -otomano, ¨¢rabe, palestino-, al tiempo que, de propina, extend¨ªa un manto de comprensi¨®n universal a todo lo que hiciera el pueblo hebreo.
En ocasiones, ni siquiera es preciso buscar un nuevo t¨¦rmino para designar el error ajeno unido al terror propio, sino que la misma palabra adquiere toda la carga que alude a lo oscuro, lo sucio, lo inconveniente: es el caso de inmigrante, en una tierra que fue tan de emigrantes como Europa, y que se ha fundido con la imagen de un rostro atezado y diferente, unos h¨¢bitos que perturban nuestra paz, y unos ritos que mejor habr¨ªan hecho en dejar atr¨¢s sus titulares, porque apestan a ci¨¦naga de delincuentes, reflejan aceros alevosos y ponen fisonom¨ªa al pavor de verse un d¨ªa con una faz distinta en el espejo.
Despu¨¦s de predicar la democracia, producto dif¨ªcilmente repetible de la evoluci¨®n del mundo occidental, que parte del feudalismo para llegar, seg¨²n parece de forma inexorable, al neoliberalismo, lo que m¨¢s irrita es que aqu¨¦lla sirva a prop¨®sitos para los que no hab¨ªa sido inventada. A saber, para que cuando los integrismos ganen las elecciones, por ejemplo, en Argelia, lo hagan con la indudable intenci¨®n de acabar con esa misma democracia. Grandes expertos en la teor¨ªa del mal menor, los Gobiernos europeos act¨²an como si creyeran que la junta institucionalizada de Argel hace las veces de aquel pelot¨®n de soldados que, Spengler mediante, ten¨ªa que salvar siempre in extremis a la civilizaci¨®n occidental.
Eurocentrismo es caricatura del vecino y entronizaci¨®n de la diferencia, adjetivos caj¨®n de sastre, demonizaci¨®n de lo que no queremos comprender.
Y no se trata aqu¨ª de decir aquello tan cl¨¢sico de que todo es relativo, aunque seguramente lo es; ni tampoco de negar que la democracia occidental es el sistema m¨¢s adecuado para expresar la justicia, el respeto, el mejor desarrollo del ser humano, puesto que, seguramente, es as¨ª; sino que los pueblos han de tener derecho a hallar su camino sin imposici¨®n ni dictadura del bien, por muy bien que se lo dicten. La idea de un solo mundo globalizador puede convertir, por ello, a intenciones tan benem¨¦ritas como el derecho de injerencia humanitaria en el largo brazo de la geopol¨ªtica de Occidente.
No en vano eurocentrismo ha significado, sobre todo en este siglo, con permiso de la ef¨ªmera irrupci¨®n del enemigo marxista, la reconstrucci¨®n a nuestra imagen y desemejanza del mundo isl¨¢mico, porque, especialmente, ahora, tras la muerte de aquella ilusi¨®n que ha contado Furet, es el ¨²nico sistema totalizador que queda, la ¨²nica contraofensiva ante el fin de la historia, que tiene, por m¨¢s inri, la desfachatez de vivir a nuestras puertas.
Eurocentrismo es empe?arse en la republicana Francia en que el chador es un signo de adscripci¨®n religiosa, raz¨®n por la cual hay que prohibirlo, cuando, con plena naturalidad, no deber¨ªa verse m¨¢s que como una prenda de vestir, al margen de c¨®mo lo entiendan sus portadoras. Pensar por los dem¨¢s, sin querer pensar como ellos, es el signo de esa construcci¨®n deliberada del otro.
Y todo lo anterior resulta particularmente relevante cuando nos hallamos a vueltas con la construcci¨®n que m¨¢s nos interesa: la de Europa. ?Ha de hacerse como una fortaleza, con Espa?a, adem¨¢s, como cancerbera? Los amurallados son los que, justamente, eurocentran m¨¢s su pensamiento, los que viven de no ser aquello que ven en el otro.
Si Europa tiene alguna posibilidad de convertirse en una entidad pol¨ªticamente coordinada, capaz de asumir objetivos comunes, bien sea por la v¨ªa de la confederaci¨®n de patrias, de meltingpot de regiones, o de la amalgama de soberan¨ªas incorruptibles, va a resultar cosa muy distinta por la v¨ªa del eurocentrismo o por lo que podr¨ªamos llamar del europe¨ªsmo. Este ¨²ltimo puede ser la mano tendida en el respeto, aunque no por fuerza convertido en coincidencia de opiniones, y siempre la mano que limita la intervenci¨®n en casa ajena a predicar con el ejemplo; por el contrario, el primero es el pu?o cerrado en la almena del castillo. El europe¨ªsmo tendr¨ªa una pol¨ªtica para el sur, y el eurocentrismo, un ej¨¦rcito.
El eurocentrismo se halla en la ra¨ªz misma, no ya de la empresa colonial, etapa de la historia que es in¨²til y tedioso lamentar todav¨ªa, sino en la pervivencia de la supuesta ciencia antropol¨®gica que destila. Todo comienza por un mapamundi, ya de varios siglos viejo, en el que en sus meridianos centrales aparece Europa, con una escueta l¨ªnea vertical en el medio llena de descubridores, colonos, y conquistadores: Inglaterra, Francia y Portugal-Espa?a. Pero hoy ya deber¨ªamos saber que cada uno dispone de su propio mapamundi.
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