Gajes del oficio
En esta vida cruel, pocos trances tan amargos como el de ser atrapado en una aduana con mercanc¨ªa prohibida. Entre tanto, a miles de kil¨®metros, han quedado los hijos, la compa?era, los amigos, la casa de uno; un mundo entero al que no se podr¨¢ regresar en varios a?os. Empieza entonces una nueva vida, que no es vida ni es nada, sino un modo lento de envejecer entre barrotes o, dicho de otro modo, de morir a destiempo. No obstante, hay personas que asumen el riesgo.No ser¨¢ para ellas un trabajo agradable, seguro, ni lo har¨¢n por experimentar emociones fuertes, pero sea cual sea su angustia, ¨¦sta ha de ser enorme, al extremo de ofuscarles el pensamiento e inducirles a participar (moralinas aparte) en un negocio tan desfavorable.
En el mejor de los casos, y aun sali¨¦ndoles bien la operaci¨®n, podr¨¢n vivir unos meses de las rentas, un a?o a lo sumo, pero lo m¨¢s probable es que antes o despu¨¦s el mundo vuelva a apretarles las tuercas y a nublarles la vista con el reclamo de otro dinero f¨¢cil . Ellos asumir¨¢n el riesgo. (Algunos, en cambio, est¨¢n mejor preparados: se llevan la mejor tajada, trabajan a cubierto y cuando pasan una aduana no caen en manos de los guardias. L¨®gico: la mercanc¨ªa ya est¨¢ reciclada y los perros no saben olfatear talonarios).
Unas 500 personas han sido detenidas a lo largo de 1997 en Barajas por esta causa, y de ellas, 110 llevaban la coca¨ªna dentro de su cuerpo. Son los llamados boleros, piezas menores de la maquinaria, personas que distribuyen la mercanc¨ªa en peque?os paralelep¨ªpedos, que los envuelven en l¨¢tex, que se los tragan y que los transportan durante 12 o 13 horas en un vuelo transoce¨¢nico; arriesg¨¢ndose a morir por una perforaci¨®n intestinal.
Habitualmente, estos correos no son profesionales, sino gente de a pie, peces de otras aguas, personas que no est¨¢n entrenadas para superar la tensi¨®n y que sufren a pecho descubierto.
"No hace falta mucho ojo para descubrirles". "Tiemblan, van erguidos, sudan...", dice el administrador de la aduana de Barajas. Y la polic¨ªa del aeropuerto entra en m¨¢s detalles: "Se les nota en la cara. Tienen la boca extremadamente seca de no comer ni beber durante m¨¢s de 12 horas y llevan los ojos enrojecidos". Y el alma hecha pur¨¦, sin duda.
Todo todo este desastre, a causa de unas plantas que crecen en el planeta Tierra y que tienen propiedades inquietantes. Plantas que son manipuladas, tratadas qu¨ªmicamente y convertidas en un polvo blanco con gran demanda entre la gente.
Estas plantas alteran la percepci¨®n, provocan aleteos, descentran y originan cambios clim¨¢ticos en el interior del esp¨ªritu; y aunque hay muchos ciudadanos que las encuentran agradables, las autoridades no ven con buenos ojos dicho modo de despistarse.
No est¨¢ permitido, pues, elaborar el producto, aunque se elabore, ni su venta, aunque se venda, y contravenir las normas significa la c¨¢rcel.
En consecuencia, estas sustancias multiplican por mil su valor original y, como era de esperar, alguien se lleva los beneficios. En la cima se hallan los tipos de la chequera, y abajo, en el s¨®tano, los peones, la infanter¨ªa, los boleros de Barajas, que son alquilados para arriesgar el pellejo.
A partir de ah¨ª, se trabaja a mano, como al oeste del Pecos: los consumidores se ven obligados a entrar en un ambiente lleno de trampas y han de maniobrar con unas normas de conducta que no coinciden con las de la vida civil.
En este medio no existe libro de reclamaciones, y el resultado es un verdadero desbarajuste mercantil. Uno puede acabar meti¨¦ndose en el cerebro fin¨ªsimas capas de cal anhidra, estricnina o polvos anticucaracha; uno puede ser amenazado por un julai en la penumbra de un callej¨®n, abofeteado, robado, pinchado.
Uno puede ser arrestado y pasar un mal rato en comisar¨ªa; y uno, en una t¨¦trica broma del destino, puede tener la mala suerte de recibir cualquier d¨ªa un material m¨¢s puro del habitual y morir sin darse cuenta. Gajes del oficio, dir¨¢ alguno; pero no estoy de acuerdo: indefensi¨®n, lo llamo yo.
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