Europa, enferma
Si lanzamos una ojeada al paisaje europeo, inmediatamente salta ante nosotros un espect¨¢culo negativo: paro, control como sea y vali¨¦ndose de los m¨¦todos m¨¢s ins¨®litos de la descendencia, eutanasia, droga, violencia, suicidios, anomal¨ªas inconcebibles de la sexualidad, delincuencia juvenil.Finalmente, ?en qu¨¦ desemboca todo este inquietante elenco de negatividades? Sencillamente, en el tedio. Por eso adquieren car¨¢cter de epidemia las depresiones. Todo es conflicto. Se dir¨¢ que como en cualquier otra ¨¦poca. Pero no caemos en la cuenta que la nuestra es una edad, como dir¨ªa Lawrence, "esencialmente tr¨¢gica", y por eso mismo "rechazamos tomarla tr¨¢gicamente", "we refuse to take it tragically". Y en esto radica el pecado. No somos capaces de percatarnos de nuestros males. Frente a ellos adoptamos la c¨®moda postura de ignorarlos, de borrarlos de nuestra atenci¨®n. En una palabra, para el habitante de este "peque?o cabo de Asia", lo decisivo, lo importante, es pasar la esponja.
De esa forma se produce algo que en medicina se llam¨® -¨¦sa fue en tiempos mi propuesta- la patolog¨ªa de las situaciones. ?Qu¨¦ quer¨ªa yo decir con estos bautismales vocablos? Que el morbo, que la enfermedad, est¨¢ tanto en quien la padece como en el medio que la desencadena. No hay situaciones patol¨®gicas enquistadas. Uno y otro -el paciente y el ambiente que lo origina- son una y la misma instancia.
No se trata de echarle la culpa a nadie. Se trata, m¨¢s bien, de entender lo que acontece. Ya s¨¦, s¨ª, ya s¨¦ que las ra¨ªces hist¨®ricas de esta an¨®mala y bilateral perfusi¨®n de efectos posee indudables y muy evidentes precedentes. Mas lo que nos caracteriza, lo que caracteriza a la Europa actual es su desv¨ªo de los verdaderos, de los aut¨¦nticos problemas. Cada decadencia tiene su din¨¢mica y sus lentos factores desencaden antes. Mas lo curioso es que, a pesar de todo aquel elenco de sombras, no parece que nos encontremos ante una real decadencia. Las posibilidades europeas son incre¨ªbles, sobre todo por el lado del conocimiento, del saber, de la episteme. Y el porvenir no se nos muestra oscuro, sin rumbo fijo, obturado. Al rev¨¦s, los futuribles son extraordinarios. Lo que sucede es que no poseen fuerza convincente, no tienen capacidad de comunicaci¨®n y, por tanto, de persuasi¨®n.
De ah¨ª la soledad del europeo. Existe una especie de enquistamiento difuso a favor del cual cada individuo y cada colectividad se nos aparecen vueltos de espaldas a la tr¨¢gica realidad. Por eso hoy la frase de Lawrence, escrita en 1928, nos alecciona y nos convence. Pero no se trata de lamentarse. Se trata de hacerle frente a una in¨¦dita coyuntura cuyo estilo, hoy por hoy, es esencialmente nuevo. Nada, pues, de lecciones que proceden de otros tiempos. Nada, asimismo, de nostalgias del mod¨¦lico pret¨¦rito.
Desde la turbia zona que acabo de dibujar, desde ese p¨¢ramo, desde ese desierto inhabitable, tengo por seguro que habr¨¢n de dispararse m¨²ltiples fuegos dial¨¦cticos. (En algunas gentes ya se recitan f¨²nebres r¨¦quiems). Con todo, ahora, en nuestra actualidad m¨¢s actual, la faena del pensamiento exige, pide y reclama rigor, claridad, eficacia. Eficacia curadora. O lo que es lo mismo: operatividad. Naturalmente que yo no puedo detallar esos tratamientos, esa necesaria terap¨¦utica, pero s¨ª esbozar sus l¨ªneas de fuerza. Intento decir con esto que la pura meditaci¨®n, por bien intencionada que sea, no podr¨¢ resolver nuestro feroz e inclemente drama. A la postre, no hay ning¨²n drama humano que sea puro, esto es, sencillo.
Lo propio de la criatura humana es la complejidad, la contradicci¨®n y lo ambiguo. No olvidemos Que el hombre es siervo de su cuerpo y de su esp¨ªritu. Por eso es estructura biol¨®gica convertida en paradoja. En definitiva, transformada, metamorfoseada en lo contrario de lo que parece. En consecuencia, para entender y dominar tal c¨²mulo de problemas, cumple entrarle por distintos frentes. No una ofensiva ¨²nica, sino un ataque desde diversas trincheras. Y no se olvide que la ciencia tiene su palabra que decir, pero a condici¨®n de que reconozca sus l¨ªmites, seg¨²n dej¨® escrito Kant. O, dicho de otra manera, es preciso no desde?ar ningun m¨¦todo, ning¨²n procedimiento neutralizador por peque?o que nos parezca, por m¨ªnimo que sea.
Intento se?alar con lo dicho que esa curaci¨®n del universal morbo en el que todos participamos, esa anhelada soluci¨®n no tiene por qu¨¦ ser estrictamente t¨¦cnica. Es, debe ser, en cambio, una palabra compleja como lo es el terreno en el que nace y se alimenta el conflicto com¨²n. Que nos sirva de gu¨ªa operativa la precavida advertencia de Leibniz: "Je ne m¨¦prise presque rien". No despreciar casi nada ser¨¢ el santo y se?a, la br¨²jula que nos se?ale el rumbo ofensivo, nuestra descubierta atacante.
A la palabra salvadora y proteiforme cabe denominarla palabra human¨ªstica, ep¨ªteto al que yo me resisto porque el humanismo es una realidad equ¨ªvoca. No echemos en saco roto que el exceso de humanismo puede conducir a la irracionalidad. Y de hecho as¨ª ocurre hoy mismo en el seno de muy diversas culturas. Existe un humanismo que rezuma arbitrariedad. Mas lo arbitrario es lo opuesto a lo l¨®gico, su negaci¨®n radical. Las especulaciones gratuitas, caprichosas y sin fundamento son las responsables de casi todo el caos en el que nos encontramos. La contradicci¨®n no impide, no debe impedir, la eficacia. Tenemos que ejercer nuestro derecho a deambular f¨¢cilmente por laber¨ªnticos vericuetos. Es menester inyectar una fuerte dosis de rigor y claridad mental para operar en frentes tan confusos. Sin eso, nada puede llevarse a cabo. Porque, de otra forma, realizaremos la gran trampa: tapar los hechos y, en su lugar, ofrecer palabras. La gran falsedad europea.
Esa falsedad que un humanismo mal entendido desvi¨® arteramente de sus b¨¢sicas metas, pues el humanismo puede ejercer un despreciable oficio de innoble tercer¨ªa. Y las palabras, las adulteradas palabras, servir a muy turbios fines. Nos ahogamos, se ahoga Europa, en el turbi¨®n de la mentira, la par¨¢lisis operativa, el barullo y la inautenticidad.
Europa est¨¢ enferma. Europa adolece de m¨²ltiples insuficiencias. Sin embargo, no est¨¢ desahuciada. Al menos, por ahora.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.