Eruropa: el s¨ªndrome de Atenas
Pensar el futuro de Europa no es una empresa que se pueda desligar del proceso de construcci¨®n de la Uni¨®n Europea. Sin embargo, esa obviedad arroja habitualmente un velo sobre otras dimensiones que son incluso m¨¢s decisivas para el futuro europeo que el programa trazado en Maastricht y revisado en Amsterdam, porque la relaci¨®n entre el futuro de Europa y la Uni¨®n Europea no es de identidad. Sobre todo, en la medida que la UE parece dominada por lo que podr¨ªamos llamar -sin ninguna pretensi¨®n de originalidad el s¨ªndrome de Atenas.En efecto, lo m¨¢s preocupante del proceso en el que est¨¢ empe?ada la UE es que, en el caso de que exista un aut¨¦ntico proyecto pol¨ªtico, esa Europa pol¨ªtica parecer¨ªa obsesionada con este s¨ªndrome. Se tratar¨ªa, s¨ª, de recuperar un modelo democr¨¢tico como el ateniense, guiado por ideales de civilizaci¨®n, justicia, racionalidad, bienestar y progreso, pero que exige asimismo dos pilares absolutamente inaceptables: la existencia de b¨¢rbaros e ilotas, es decir, la institucionalizaci¨®n de dos mecanismos de exclusi¨®n de la ciudadan¨ªa, a¨²n m¨¢s, de negaci¨®n de la condici¨®n m¨ªnima de persona en cuanto sujeto del derecho a tener derechos. As¨ª sucede con los que no son ciudadanos por no ser nacionales (ni ciudadanos de la Uni¨®n), los extranjeros, e incluso peor con aquellos que son infraciudadanos, los nuevos esclavos, los inmigrantes extracomunitarios que reviven la instituci¨®n de la esclavitud en su original funcionalidad econ¨®mica y com¨²n estatuto jur¨ªdico de infrasujetos.
Esa Europa pol¨ªtica, que ser¨ªa tambi¨¦n una sociedad profundamente dualizada, por lo que Balibar ha denominado ''Fronteras interiores" -que no son las de los pasaportes, sino las de la segmentaci¨®n y, a¨²n m¨¢s, la desvertebraci¨®n social, consecuencia sobre todo de la creciente vulnerabilidad y precariedad del empleo, tiende a minimizar semejante riesgo en aras de un narcisismo que difunde la imagen triunfante de la democracia europea, espl¨¦ndida en su aislamiento frente al acoso de los b¨¢rbaros, parte de los cuales engrosan el contingente de mano de obra que asegura de nuevo su prosperidad. Probablemente har¨ªa m¨¢s justicia a ese proyecto la imagen decadente del viejo continente, cuya hora ha pasado e, incapaz de competir en el mercado global, se atrinchera para salvar lo que se pueda.
En todo caso, ¨¦sa no es la Europa por la que merece la pena apostar. No es, como ha advertido Morin la Europa que, de Grecia y Roma al humanismo renacentista y la Ilustraci¨®n, del liberalismo al socialismo, ha dado al mundo buena parte de los universales de los que hoy vivimos: derechos humanos, racionalidad cr¨ªtica, Estado de derecho, democracia, laicismo... No. ?Qui¨¦n puede dudar de que ese proyecto parece m¨¢s cerca de otras ra¨ªces, otros universales de los que Europa no puede estar tan orgullosa, como la esclavitud, el colonialismo, el racismo, la explotaci¨®n de los trabajadores, la exclusi¨®n?
Frente a esa Europa fortaleza, empe?ada en no aprender de los errores de la construcci¨®n del Estado nacional, ?cu¨¢l puede ser el modelo? No es f¨¢cil decirlo, pero hay cada vez m¨¢s coincidencia en que los pilotos de esta navegaci¨®n han descuidado el rumbo original, han olvidado las prioridades. Los recientes ensayos de Petrella, Ramonet o Estefan¨ªa son m¨¢s que elocuentes a ese respecto. El primer d¨¦ficit del proceso que vive la UE (aunque algo parece haberse movido en la cumbre de Luxemburgo) es entender como exclusiva prioridad la construcci¨®n del espacio econ¨®mico, a¨²n m¨¢s, su identificaci¨®n con el euro, y el olvido de lo. que podr¨ªamos llamar la Europa social, comenzando al menos con una pol¨ªtica de empleo, como ha exigido Aubry -"hay que poner la misma pasi¨®n en el empleo que en el euro", afirmaba hace unos d¨ªas en una entrevista en EL PA?S-, para seguir con los ?derechos?, sociales. La convergencia econ¨®mica es condici¨®n sine qua non, pero a todas luces insuficiente, y su identificaci¨®n como objetivo casi ¨²nico parece entra?ar riesgos notables, sobre todo desde el punto de vista de lo que constituye el sentido propio del proyecto, reinventar un espacio pol¨ªtico com¨²n. Y, adem¨¢s, en esta escala- de prioridades se produce otro d¨¦ficit de importancia, el olvido de la necesidad de recuperar las condiciones prepol¨ªticas de ese espacio.
En efecto, el problema es que la posibilidad de un espacio pol¨ªtico no depende s¨®lo -con ser muy importante- de la viabilidad de un proyecto estructurado conforme a exigencias de legitimidad que remiten a los requisitos que hacen posible hablar de soberan¨ªa de los ciudadanos: una Constituci¨®n, separaci¨®n de poderes y control efectivo del Ejecutivo, participaci¨®n de los ciudadanos, garant¨ªas judiciales efectivas y superaci¨®n -superar es conservar tambi¨¦n- de los elementos del Estado-naci¨®n. La primera condici¨®n es recuperar o, m¨¢s bien, encontrar el v¨ªnculo prepol¨ªtico que permita crear una comunidad sobre la que construir ese espacio. Ya s¨¦ que esto puede entenderse en t¨¦rminos estrictos como un alegato comunitarista. No es ¨¦sa la ¨²nica v¨ªa: junto a la comunidad prepol¨ªtica basada en identidades primarias seg¨²n el modelo del Estado-naci¨®n, hay otras alternativas, en parte se?aladas por quienes, como Habertmas o Mccarthy, insisten en la identidad posnacional: la comunidad republicana, la comunidad cosmopolita, que se ajustar¨ªan a esa identidad m¨²ltiple, a ese "individualismo polif¨®nico" descrito, entre otros, por Hirschmann y ya anticipado por Durkheim.
La dificultad mayor de esa propuesta en el caso europeo es, al mismo tiempo, como querr¨ªa H?lderlin, su mejor argumento. Me refiero a la diversidad que caracteriza a la tradici¨®n europea, a esa diferencia descrita por Mill, por Tocqueville y por Italo Calvino como su mayor riqueza, y que habr¨ªa que recuperar si se quiere reinventar esa democracia multicultural que debiera ser Europa, evitando al mismo tiempo el "narcisismo de las peque?as diferencias" que tan justamente denunciara Freud como patolog¨ªa en El malestar de la cultura. Y esto es particularmente cierto por lo que se refiere al dilen¨ªa que plantea el reconocimiento del pluralismo cultural, elevado a grados insospechado! por la emergencia de grupos minoritarios eliminados, marginados o sojuzgados en el proceso de establecimiento del Estado nacional y en las sucesivas remodelaciones del mapa europeo con ocasi¨®n de las dos guerras mundiales, que impusieron fronteras inadecuadas, no por artificiales, sino porque su ¨²nica raz¨®n es, fue, la fuerza. Todas las fronteras son artificiales; no hay realidades geopol¨ªticas naturales, pues no es posible aceptar la idea rom¨¢ntica de los pueblos como "plantas de la historia", que ha sido la coartada no s¨®lo de los nacionalismos emergentes, sino tambi¨¦n de los, Estados centralistas que se enfrentaron a ellos.
En todo caso, me parece necesaria cierta prudencia ante la euforia de tantos soi-disants europe¨ªstas, cosmopolitas o universalistas que hablan de la superaci¨®n de los ego¨ªsmos localistas por una supuesta cultura europea com¨²n, cuyas ra¨ªces ser¨ªan el legado grecorromano, el humanismo y la Ilustraci¨®n, junto al mensaje judeocristiano (y, por cierto, que este ingrediente religioso, que pugna con el laicismo, y en cuya reivindicaci¨®n est¨¢ tan empe?ado el papado de Juan Pablo II, puede, ser uno de los obst¨¢culos m¨¢s importantes en. el proyecto de Europa como democracia multicultural).
Creo que detr¨¢s del cosmopolitismo hay en muchas ocasiones, no ya un vac¨ªo, sino una proyecci¨®n como universal de lo que no es m¨¢s que la tradici¨®n de uno -o cuatro- grupos etnoculturales apoyados en su hegemon¨ªa econ¨®mica y pol¨ªtica, y que s¨®lo admiten la diferencia si se encierra en el gueto del folclor, de la gastronom¨ªa o del dialecto. Si no queremos que, como ha se?alado Muguerza, bajo el cosmopolitismo se esconda su par¨®nimo, el cosmopaletismo, la ¨²nica respuesta aceptable es un universalismo prudencial, que empieza por relativizar su propia forma de vida y cuya ¨²nica ratio es la extensi¨®n de los derechos humanos -que son una ruptura con todas las tradiciones culturales- y el reconocimiento como sujeto p¨²blico, como sujeto de derechos y sujeto pol¨ªti co de todo ser humano, pero tal y como existe realmente, en su situaci¨®n, sin ficciones robinsonianas como las que propone el liberalismo.
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