Territorio
La Gran V¨ªa al sur, al norte, enlazadas entre s¨ª por la calle de Carranza, las glorietas de Bilbao y San Bernardo, al este la calle Ancha, bajo la advocaci¨®n del mismo santo, y al oeste, Fuencarral. Tales eran las fronteras evidentes e invisibles del barrio en el que nac¨ª y en el que transcurri¨® mi infancia. Nadie nos dijo jam¨¢s a los chavales que pate¨¢bamos sus maltratadas calles, sus inh¨®spitas cuestas y sus hospitalarias plazas, d¨®nde se hallaban los confines de un territorio que aprendimos a conocer como la palma de la mano en cuanto nos soltamos de la materna que guiaba nuestros primeros y t¨ªmidos pasos por el intrincado d¨¦dalo de un barrio que alguna vez se hab¨ªa llamado de las Maravillas. Denominaci¨®n ajustada y ver¨ªdica para nosotros, que lo mir¨¢bamos con ojos nuevos y maravillados.Llegamos a conocerlo mucho mejor que la palma de la mano, cuya bifurcada y enganosa planicie nadie conoce demasiado bien, llegamos a conocer cada esquina y cada patio, cada una de las carteleras cambiantes de los cines de la Gran V¨ªa, con cuyas vi?etas compon¨ªamos el improbable gui¨®n de las pel¨ªculas que no podr¨ªamos ver hasta tener cumplidos los 16 a?os, y tambi¨¦n conoc¨ªamos el domicilio exacto, piso, puerta y balc¨®n de nuestras no menos improbables novias, siempre algo mayores que nosotros, que circul¨¢bamos por unos a?os en los que las fronteras de la edad trazan infranqueables abismos que luego el mismo tiempo se encarga de rellenar.
Sab¨ªamos, no s¨¦ c¨®mo lo sab¨ªamos, pero lo sab¨ªamos, o al menos lo intu¨ªamos, que mientras no abandon¨¢ramos el per¨ªmetro de nuestra aldea virtual estar¨ªamos bajo la protecci¨®n de un ente ben¨¦fico, un t¨®tem con mil ojos que se materializaba en cualquier ocasi¨®n de peligro en forma de vecino an¨®nimo que conoc¨ªa la puerta exacta donde hab¨ªa que depositar al borracho local extraviado en la inconsciencia, o a qu¨¦ timbre llamar para avisar a unos padres preocupados y decirles, sin alarmarles, que a su reto?o le estaban dando unos puntos en la casa de socorro.
'Los cines, los billares, los parques, el colegio, la novia, incluso la casa de socorro, todo estaba a dos pasos, siempre al alcance de la mano, casi nunca al alcance del bolsillo. Los colegiales no eran transportados entonces en pringosos autobuses a los campos de concentraci¨®n escolar del extrarradio a trav¨¦s del espeso tr¨¢fico de una ciudad hostil. Un vocer¨ªo alegre y desga?itado anunciaba a media tarde el fin de las clases, los liberados tomaban las calles para sus juegos o dirim¨ªan los agravios acumulados durante, la jornada escolar a carterazos o esgrimiendo sus melladas reglas. M¨¢s recatadas y silenciosas, las alumnas de los colegios de monjas habilitados en viejos conventos, paseaban de dos en dos, avergonzadas de sus odios¨®s uniformes, de sus faldas demasiado largas, sus zapatones de reglamento y sus medias de punto por debajo de las rodillas.
A¨²n quedan en el centro de Madrid unos pocos y situados reductos donde perviven rastros de la promiscua y solidaria vida de barrio. Su atm¨®sfera se siente al atravesar el umbral de un bar sin nombre, al acercarse al abarrotado mostrador de un ultramarinos de toda la vida o pedir la vez en una carnicer¨ªa. El intruso percibe de pronto que ha entrado en un c¨ªrculo de iniciados, y que su intrusi¨®n ha interrumpido un ritual largamente representado. La incomodidad no dura mucho y deja paso al dej¨¢ vu, en el cerebro del intruso se abre paso la sensaci¨®n de que ya ha estado all¨ª antes, hace mucho tiempo, incluso le parecen familiares los rostros de las clientas de la carnicer¨ªa, que le miran con el rabillo del ojo y los apodos con los que los parroquianos del bar se identifican en la sobada lista de la porra, la quiniela o la Bono Loto que juega la pe?a y que luce pegada con tiras de cinta aislante detr¨¢s de la barra.
Reductos en v¨ªas de extinci¨®n enquistados en edificios longevos y renqueantes a los que la piqueta tiene echado el ojo, que d¨ªa a d¨ªa se van cubriendo con piadosos velos y andamios de obra. Portales y balcones encartelados con anuncios de ventas y alquileres, cascarones vac¨ªos en el desolado coraz¨®n de la ciudad. Burbujas cl¨®nicas que reproducen escenas de un tiempo que est¨¢ a punto de disolverse en el aire con un leve estallido, casi imperceptible para el o¨ªdo ensordecido, pero devastador y doloroso.
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