Dos horas de asueto
Como todo el mundo sabe, el Ratoncito P¨¦rez es una criatura nocturna que deja regalos a los ni?os cuando se les cae un diente. Tambi¨¦n opera con adultos, siempre qu¨¦ ¨¦stos le pidan algo de tipo espiritual, y eso fue lo que hizo el se?or Z..., alias Paco el Viejo, la ¨²ltima Nochebuena: una peladilla hab¨ªa acabado a las dos de la madrugada con su incisivo superior izquierdo (¨²ltimo ejemplar de su dentadura), y ¨¦l, por probar, lo dej¨® bajo la almohada y se ech¨® a dormir pensando en sus a?os mozos. Y funcion¨® la maniobra: a la ma?ana siguiente hab¨ªa all¨ª un sobre lacrado, y en su interior, un librito de instrucciones y un salvoconducto por el que se le conced¨ªan dos horas m¨¢gicas a partir de su recepci¨®n.Dos horas, dec¨ªa la nota, de manera que se lav¨® atropelladamente y sali¨® de casa a medio vestir. Eran las 9.10 y una calma espesa flotaba en Alberto Aguilera. Algo impreciso que le puso en guardia y le oblig¨® a afinar los sentidos mientras caminaba hacia la glorieta de Bilbao. Era, en parte, una sensaci¨®n placentera, pero su origen desconocido le manten¨ªa intranquilo. "Cosas del ratoncillo", dedujo, y en ese preciso momento cay¨® en la cuenta: se trataba de los coches. No hab¨ªa coches, ni siquiera aparcados, aunque la gente segu¨ªa utilizando los sem¨¢foros para cambiar de acera. Caray, se sorprendi¨® El Viejo: hab¨ªa necesitado 15 minutos para resolver el enigma, cuando la soluci¨®n saltaba a la vista. En fin, que deb¨ªa prestar m¨¢s atenci¨®n a su trabajo si no quer¨ªa desaprovechar la aventura.
Y as¨ª, gracias a su empe?o, no tard¨® en descubrir otra anomal¨ªa: de todas las sucursales bancarias surg¨ªa una luz amarilla que ten¨ªa la virtud de trastornar a los peatones. Atrapados en su influjo, unos ladraban, otros se sub¨ªan a los ¨¢rboles y los m¨¢s j¨®venes hac¨ªan cosquillas a los guardias. Un espect¨¢culo delicioso, sin duda, pero Madrid est¨¢ lleno de bancos y tanto barullo termin¨® por provocarle dolor de cabeza: El Viejo abri¨® entonces su manual de instrucciones y busc¨® el cap¨ªtulo dedicado a luces curiosas. All¨ª estaba: para desconectarlas hab¨ªa que chasquear los dedos tres veces seguidas, esperar un instante y luego dar dos palmadas. Ingenier¨ªa punta, se dijo al comprobar la rotundidad del conjuro; y despu¨¦s torci¨® a la izquierda y entr¨® en el parque del Valle de Suchil, cuyo nombre, por cierto, hab¨ªa sido sustituido por el de "rotonda del Comit¨¦ de Asuntos Espaciales". Bien por el Ratoncito, P¨¦rez. Eran las 10.25, y todas las personas, todas, le miraban fijamente. En s¨ª, esto no ten¨ªa nada de extra?o, ya que Paco el Viejo sol¨ªa deslumbrar a la gente con sus polainas de mosquetero, pero esta vez era distinto: los transe¨²ntes que pasaban a su lado le dec¨ªan cosas, sin detenerse, y luego segu¨ªan su camino. "Era un mochuelo de dos kilos", le susurr¨® una ni?a pecosa, y a ¨¦l le gust¨® tanto la frase que se gir¨® y la mir¨® con simpat¨ªa. Y entonces, al volver de nuevo la cabeza, se dio de bruces contra una farola y se parti¨® el vest¨ªbulo de la nariz con un crujido espantoso. Horas m¨¢gicas y todo lo que se quiera, pens¨® Paco el Viejo, pero aquello dol¨ªa como en la vida civil. Despu¨¦s se sent¨® en el suelo, se apoy¨® en la farola y sac¨® un pa?uelo del bolsillo para detener la hemorragia. Entretanto, ajena a su rev¨¦s, la gente continuaba d¨¢ndole recados: "Por fin sali¨® el Bolet¨ªn Agr¨ªcola", "el asteroide Tutatis viaja a 110.000 kil¨®metros por hora", I¨¢stima, chico: se nos quem¨® el hayedo"; mensajes, en fin, a los que no pod¨ªa prestar la debida atenci¨®n, as¨ª que abri¨® de nuevo el libro de instrucciones y neutraliz¨® el hechizo sacando dos veces la lengua. Le fallaba la vista, le temblaba la barbilla, se mareaba, empezaba a llover, y decidi¨® coger un taxi y pasarse por el ambulatorio del barrio. Sin embargo, olvidaba algo importante: no hab¨ªa coches, as¨ª que se levant¨® y ech¨® a andar con verdadero desconsuelo. A la altura de Galileo se torci¨® un tobillo, en Andr¨¦s Mellado fue abordado por un Pap¨¢ Noel que insist¨ªa en llamarle Juanito, en Gaztambide le ara?¨® una gata y en Princesa estaba llorando. Y entonces, a punto ya de cumplirse el plazo, un Nissan Patrol (el ¨²nico coche que quedaba en el mundo) apareci¨® por la izquierda y le aplast¨® sobre el asfalto. Polainas al viento, crujir de huesos, estallido de ¨®rganos. Muerte instant¨¢nea. Bien por el Ratoncito P¨¦rez.
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