Para las mujeres, un paso a la derecha significa dos pasos atr¨¢s
El siglo XX ha sido testigo de una de las mayores revoluciones de los tiempos modernos. Una extra?a revoluci¨®n en la que no se ha derramado una gota de sangre (al menos, de sangre ajena), de la que no ha perdurado el recuerdo de personajes singulares y heroicos cuya memoria honrar, que tampoco ha merecido grandes monumentos; una revoluci¨®n que todav¨ªa no merece unas pocas l¨ªneas en los textos de la historia que se ense?a en nuestras escuelas. Sin embargo, la revoluci¨®n que han protagonizado las mujeres en este siglo ha sido la que m¨¢s cosas ha hecho cambiar en la vida cotidiana de la gente y, sobre todo, la que ha producido cambios m¨¢s irreversibles. Por tanto, es quiz¨¢ la revoluci¨®n que m¨¢s en profundidad ha cambiado la sociedad.Ya no estamos en la ¨¦poca de la divisi¨®n radical de papeles seg¨²n la cual la mujer se ocupa de la familia mientras el hombre va al trabajo. Las nuevas generaciones han crecido en la idea de que eso formaba ya parte del pasado.
Claro est¨¢ que son ¨¦stas afirmaciones que hacemos desde nuestra situaci¨®n privilegiada de mujeres del Primer Mundo. Ser¨ªa terrible ignorar que el 90% de las mujeres viven hoy todav¨ªa en el analfabetismo, la pobreza y el dolor; que contin¨²an siendo las m¨¢s pobres de entre los pobres; que muchas de ellas todav¨ªa son vendidas como esclavas, son obligadas a servir a esposos que no aman y a tener hijos que no desean; que otras siguen siendo v¨ªctimas privilegiadas de las m¨¢s crueles torturas.
Y, aun en este mundo, las diferencias son bien patentes. Hace algunos d¨ªas, cientos de miles de mujeres negras se manifestaban' en una impresionante marcha por las calles de Filadelfia para sentirse juntas y hacerse fuertes en la defensa de sus derechos. Porque ser mujer, ser negra y ser, adem¨¢s, pobre tiene dif¨ªcil encaje en esta sociedad de apariencia igualitaria que hemos construido.
Pero, a pesar de todo esto, no deja de ser cierta la afirmaci¨®n del principio: la consideraci¨®n de las mujeres ha cambiado de forma radical, al menos en el pensamiento pol¨ªtico moderno.
La reivindicaci¨®n de la igualdad ha sido el motor de la lucha de las mujeres a lo largo de este siglo. El movimiento feminista se ha movido entre la vindicaci¨®n del derecho a la diferencia, a la diversidad, a los valores de las mujeres y la demanda de derechos iguales para todas y todos. Pocos son los pa¨ªses, dentro del ¨¢mbito geopol¨ªtico al que aludimos, cuyas legislaciones no reconozcan iguales derechos para hombres y mujeres.
Durante alg¨²n tiempo, las mujeres estuvimos confiadas en este cambio. Pensamos que lo fundamental era conseguir la transformaci¨®n de las leyes y, a partir de ah¨ª, conquistar todos los espacios que durante tanto tiempo nos hab¨ªan estado injustamente vedados. Y durante estas ¨²ltimas d¨¦cadas hemos hecho un esfuerzo terrible para llevar a la pr¨¢ctica esa tarea, en la convicci¨®n de que est¨¢bamos dando pasos hist¨®ricos e irreversibles. Y, efectivamente, las mujeres hemos cambiado el aspecto denuestro tiempo. Al alterar el papel que est¨¢bamos desempe?ando en la sociedad, hemos determinado unas relaciones sociales diferentes y hasta los modelos familiares se han transformado hacia una mayor diversidad.
Cre¨ªmos tambi¨¦n que la revoluci¨®n de las mujeres estaba cambiando aspectos m¨¢s profundos, que estaba cuestionando cosas m¨¢s all¨¢ de la consecuci¨®n de algunas reivindicaciones igualitarias, la correcci¨®n de desigualdades o la superaci¨®n de discriminaciones. Empez¨¢bamos a pensar que la irrupci¨®n de las mujeres con un nuevo protagonismo en la sociedad estaba poniendo en cuesti¨®n muchos de los valores que hasta ahora se consideraban fundamentales y que comenzaban a definirse otros nuevos de la mano de la reflexi¨®n que desde sus vivencias aportaban las propias mujeres.
Con una ingenuidad exquisita, pensamos que el modelo masculino estaba dejando de ser el espejo en el que mirarse; que empezaba a apreciarse el nuevo tipo de persona que intentan dibujar las mujeres: un ser no humano que no mida su capacidad de triunfar en la vida por su talento para dominar a otros seres, o para competir con ellos, un ser humano que no haga dos mundos distintos de su vida p¨²blica y privada, que sea capaz de ser creativo y productivo al tiempo que desarrolla su capacidad de afecto hacia las otras personas, que entienda que los sentimientos son una parte irrenunciable de la propia personalidad, que practique una forma de vida en la que la relaci¨®n entre el tiempo de trabajo y el tiempo de vida sea satisfactoria para todos y todas. Cre¨ªamos, con una imperdonable candidez, que todo esto estaba pasando y que ya s¨®lo era cuesti¨®n de tiempo.
Sin embargo, a estas alturas, es preciso convenir que el reconocimiento de la igualdad formal como parte del ideario liberal ha sido una de las grandes mistificaciones de la modernidad, y que los Gobiernosde la derecha est¨¢n haciendo tan imposible la realidad de igualdad entre los sexos como la de igualdad entre las clases. Vemos, consternadas y perplejas, c¨®mo no s¨®lo la idea de igualdad se ha esculpido en bronce para no contaminarla de realidad, sino tambi¨¦n c¨®mo la reivindicaci¨®n de la diferencia se ha integrado en el rancio discurso conservador y va concluyendo en la rehabilitaci¨®n de la imagen de la mujer-madre-compa?era-amante del var¨®n, eso s¨ª, en una versi¨®n mucho m¨¢s modernizada.
A trav¨¦s de un sutil entramado de peque?os cambios institucionales (pol¨ªticas dirigidas a la mujer se transforman en pol¨ªticas dirigidas a la familia; disminuyen dr¨¢sticamente los presupuestos destinados a la educaci¨®n de personas adultas -de la que ven¨ªan siendo usuarias mayoritariamente las mujeres-; los institutos de la mujer dejan de ser beligerantes en temas como el acceso al empleo...), de la promoci¨®n de una imagen-tipo totalmente convencional y conservadora de las mujeres que ocupan puestos de responsabilidad, de una verdadera inundaci¨®n de programas-adormidera que nos sumergen en un mundo de cotilleo en el que las mujeres son s¨®lo noticia por su relaci¨®n con hombres poderosos, en el que el modelo de mujer es la mujer modelo, esto es, la nada... A trav¨¦s de actuaciones, declaraciones y actitudes de esta singular derecha que nos gobierna percibimos que la causa de las mujeres est¨¢ retrocediendo en poco tiempo lo que nos cost¨® infinitos a?os avanzar.
Cuando creimos que est¨¢bamos peleando por ganar espacios para hacer realidad el cambio cultural que comenz¨® a producirse en los ochenta de la mano del feminismo, tenemos que volver a luchar por lo evidente.Cre¨ªamos que est¨¢bamos en la batalla por revalorizar lo que han sido tradicionalmente valores femeninos y convertirlos en valores humanos compartidos: el inter¨¦s por las personas, el respeto al medio en el que vivimos y en el que lo har¨¢n las generaciones futuras, el rechazo a la violencia, la exigencia de espacio para las relaciones humanas, para los sentimientos... Y, de pronto, nos percatamos de que tenemos que combatir contra la idea de la mujer-objeto, explicar la necesidad de desarrollar acciones positivas dirigidas a las mujeres, justificar nuestro derecho al trabajo y a disponer libremente de nuestro cuerpo.
Un paso a la derecha, dos pasos atr¨¢s. Quiz¨¢ nos hemos quedado cortas al titular. Si nos descuidamos, dos siglos atr¨¢s.
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