Epifan¨ªa de la emancipaci¨®n
Durante las vacaciones navide?as en mi ciudad natal he tenido ocasi¨®n de contemplar, adheridas a las se?ales de tr¨¢fico del centro, unas pegatinas de protesta contra el mito de los Reyes Magos. Las firmaba un colectivo autodenominado CRICA, estaban ret¨®ricamente dirigidas a los padres de familia (a quienes se invitaba a no seguir enga?ando m¨¢s a sus hijos), pero parec¨ªan en realiad destinadas al ataque ecologista contra los comerciantes navide?os y el consumismo publicitario. La an¨¦cdota carece de importancia, y si me llam¨® la atenci¨®n, en unas fechas tan conmemorativas, fue porque su ataque contra los Reyes Magos despert¨® ecos biogr¨¢ficos en mi memoria.Hace exactamente diez a?os publiqu¨¦ uno de mis primeros art¨ªculos en EL PAIS, titulado Los drogadictos de ju- guetes (Epifan¨ªa de la puerilidad), donde tambi¨¦n formulaba un ataque contra la tradici¨®n navide?a de enga?ar a los ni?os con el mito de los Reyes Magos. De ah¨ª que me sintiese enternecido, al contemplar en las pegatinas la misma ingenuidad iconoclasta en la que yo mismo ca¨ª hace tiempo. Pero no hay nostalgia por mi parte, pues creo haber aprendido algo en estos diez a?os. Y como es sabio rectificar, hoy puedo reconocer sin reparos que entonces me equivoqu¨¦, al, juzgar s¨®lo negativamente una instituci¨®n tan ambivalente como la de los Reyes Magos. Es cierto que, considerado a simple vista, el mito de los Reyes Magos pertenece a esa clase de tradiciones oscurantistas y supersticiosas de las que la Ilustraci¨®n dieciochesca se propuso emancipar al g¨¦nero humano. Adem¨¢s, nada bueno cabe esperar en principio de todo lo que se base en el enga?o, pues s¨®lo la verdad nos har¨¢ libres, seg¨²n rezanlos evangelios. Por eso, en mi art¨ªculo del 88, yo clasificaba al mito de los Reyes Magos dentro del g¨¦nero de las mentiras piadosas que se dirigen a los ni?os y a los viejos para reducirlos a la condici¨®n de menores tutelados por los adultos y despose¨ªdos de su derecho a la mayor¨ªa de edad.
Pero esta dimensi¨®n de enga?o premeditado no es mas que una cara de la moneda, precisamente destinada a primero tapar y despu¨¦s destapar la otra cara oculta, mucho m¨¢s astuta y sofisticada: los Reyes no existen porque, en realidad, son los padres. Ergo, en puridad, los padres tampoco existen dado que no tienen escr¨²pulos en enga?ar a sus hijos con mentiras piadosas como las de los Reyes. As¨ª que, al descubrirse la falacia de los Reyes, se descubre tambi¨¦n la falacia de los padres, lo que obliga al ni?o a reconocer de un solo golpe que en realidad est¨¢ solo, privado tanto de padres como de Reyes. ?ste es el amargo mensaje esc¨¦ptico, en el fondo emancipador y pedag¨®gico, que se aprende al dejar de creer ingenuamente en el envenenado mito de los Reyes, aut¨¦ntica bomba de relojer¨ªa., predestinada por anticipado a destruir con efecto retardado toda la puerilidad de los menores.
Los padres no suelen reconocerlo as¨ª, pues para justificar el enga?o de sus hijos apelan al car¨¢cter seductor y prodigioso de toda ficci¨®n est¨¦tica. Igual que los novelistas maravillan a sus lectores haci¨¦ndoles creer en la magia delos asuntos narrados, con lo cual demuestran su maestr¨ªa creadora, ?por qu¨¦ los padres no podr¨ªan hacer creer a sus hijos en la magia de los Reyes, con lo que demostrar¨ªan su propia maestr¨ªa como autores de sus vidas? Esta excusa de la ficci¨®n m¨¢gica revela la mala conciencia paterna, pues en el fondo los padres se averg¨¹enzan de disfrutar como ni?os enga?ando a sus hijos. No obstante s¨ª parece haber algo de verdad en el paralelo entre la ficci¨®n novelesca y la de los Reyes Magos. Pero la analog¨ªa no reside en la habilidad creadora de los padres (pues no hay m¨¦rito alguno de enga?ar a cr¨¦dulos ni?os inexpertos), sino en la necesaria moraleja que debe tener todo relato considerado como v¨ªa de conocimiento, Y de -igual modo, la historia de los Reyes que se cuenta a los ni?os tambi¨¦n debe tener un final feliz. S¨®lo que en el caso del cuento de los Reyes se trata de un fat¨ªdico final infeliz: aciago, desolador y tr¨¢gico.
?Por qu¨¦ hay que hacer sufrir tanto a los hijos, dej¨¢ndoles creer primero en los Reyes para poder desenga?arles despu¨¦s? Una primera pista la proporciona el, concepto de desencantamiento del mundo, propuesto por Max Weber para explicar la secularizaci¨®n. Seg¨²n esto, aprender a madurar racionalmenle implica desencantarse con escepticismo de todos los previos encantamientos pueriles. Y los Reyes Magos condensar¨ªan toda la cr¨¦dula magia que puebla la infancia, de la que habr¨ªa que despertarse con dolor para poder asumir alg¨²n d¨ªa la desencantada madurez adulta. Luego el de los Reyes es un mito emancipador, en el fondo. Pero ?por qu¨¦ ha de tener esta forma sustitutoria de la familia si, como se dice, Ios Reyes son los padres"?
En realidad, los Reyes Magos son quiz¨¢s el ejemplo m¨¢s caracter¨ªstico de lo que la escuela de Winnicott ha denominado objeto transicional. En su primera infancia, los lactantes se identifican con su madre nutricia, de la que no saben distinguirse. Por tanto, para constituirse en sujetos independientes, separados de sus objetos de deseo, deben romper con su madre. Y para facilitar esa ruptura eligen un objeto de culto que sustituya a su madre como puente de transici¨®n hacia su independencia futura. Es, por ejemplo, el osito de peluche, que recuerda a la madre pero ya no es la madre, por lo que sirve en realidad como medio de transici¨®n para poder romper con ella.
Posteriormente, durante la adolescencia, vuelve a plantearse la misma necesidad de ruptura, pero entonces ya no con la madre, sino ahora con la familia, de la que los adolescentes deben aprender moralmente a independizarse. Pero como semejante ruptura es d¨ªficil y dolorosa, se facilita mucho si se adopta alg¨²n mecanismo o ritual de transici¨®n. Es lo que sucede con la pandilla de amigos o los ¨ªdolos juveniles, que act¨²an como objetos transicionales entre la dependencia familiar y la independencia adulta. Como tales, son objetos sustitutorios que ocupan el lugar (el centro de dependencia) que antes ocupaba la familia. Pero si el adolescente aprende a depender moment¨¢neamente de ellos, en lugar de hacerlo de su familia, consigue as¨ª romper con su anterior dependencia familiar, que era lo que se pretend¨ªa.
De este modo, el transferir a un objeto externo (osito de peluche, pandilla adolescente, ¨ªdolo juvenil) la dependencia familiar originaria es lo que mejor permite romper con esa dependencia y llegar as¨ª a conquistar la futura independencia adulta. Ahora bien, lo problem¨¢tico de estos objetos transicionales es que generan efectos perversos si su dependencia transitoria y provisional se hace permanente y duradera. Es lo que sucede con las drogas: objetos de culto y ritos de transici¨®n que se desnaturalizan convirti¨¦ndose en nuevos sustitutos regresivos de las familias, de los que se depende sin posible ruptura. Por eso, para evitarlo, los objetos transicionales deben ser perecederos y poseer fecha de caducidad, a fin de que su dependencia se anule a s¨ª misma.
Pues bien, en este sentido los Reyes Magos son el m¨¢s perfecto objeto transicional, por ser el ¨²nico que expl¨ªcitamente se reconoce como tal, revelando su naturaleza sustitutoria de los padres a los que suplanta y representa. Y es que su funci¨®n es suplir y superar la dependencia familiar pero sin que por eso lleguen a convertirse en un centro regresivo de permanente dependencia propia. En efecto, por su propia naturaleza, los Reyes Magos son una suerte de droga perecedera cuya dependencia est¨¢ predestinada a desmentirse y anularse a s¨ª misma. De ah¨ª que ense?en sin efectos perversos a emanciparse moralmente de la familia. Aunque s¨®lo sea por eso, benditos sean.
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