La otra mejilla: consideraciones sin nexo
Parece existir un principio seg¨²n el cual las dictaduras s¨®lo pueden demostrar su fuerza asesinando y las democracias la suya dej¨¢ndose asesinar. Puede tenerse la impresi¨®n, incluso, a juzgar por las declaraciones habituales de los pol¨ªticos tras cada atentado, de que la democracia espa?ola es m¨¢s fuerte cuanto m¨¢s asesinatos de personas dem¨®cratas se cometen en ella.La frase habitual, aparte de "la condena un¨¢nime", que jam¨¢s ha sido un¨¢nime, como es sabido, suele ser ¨¦sta: "Este asesinato ha de demostrarles a los violentos que los dem¨®cratas estamos cada vez m¨¢s unidos, que la democracia es cada d¨ªa m¨¢s fuerte y que no cederemos ante su chantaje".
Para los que estamos habituados a trabajar con las palabras, nos asombra y sorprende siempre la utilizaci¨®n que se hace de algunas de ellas. Por ejemplo, el uso de la palabra "violentos". Suelen ser los nacionalistas los que m¨¢s la utilizan aplic¨¢ndosela a los asesinos, y tiene uno la sensaci¨®n de que en el fondo les est¨¢n llamando "traviesos", como esos padres consentidores que al fin y a la postre no pueden dejar de mostrar una gran simpat¨ªa hacia su hijo cuando ¨¦ste acaba de romperles el jarr¨®n a los se?ores donde est¨¢n de visita; se ve incluso, por la sonrisa con que le reprenden, que les ha hecho hasta gracia. Por eso uno sabe que las cosas no cambian hasta que no cambian algunas de las palabras con las que se nombran, y s¨®lo cuando veamos que han sustituido la palabra "violentos" por la de "siniestros" o "maflosos" o "macarras de la pol¨ªtica" empezaremos a creemos "la condena un¨¢nime", y que el asunto, en verdad, va en serio, aunque hay que reconocer tambi¨¦n que algo hemos avanzado: hacia 1975 les llam¨¢bamos "los muchachos de ETA".
Otra de las frases de rigor, o¨ªdas desde 1982, es que "estamos al final de un proceso", y que esto es cosa indubitable, pero lo cierto es que las muertes siguen produci¨¦ndose con inexorable y angustiosa puntualidad, como la gota de una clepsidra macabra, y que en ese negociado los muchachos de ETA han dejado en pa?ales a la dictadura de Franco. Por otro lado, para todos los que han muerto y para sus familiares y amigos, el final de este proceso ha supuesto para ellos el comienzo de otro, que no habr¨¢ ya de tener fin.
Por eso a veces percibe uno con desaliento que la fuerza de la democracia, pese a todas las declaraciones m¨¢s o menos solemnes, es insuficiente y que la unidad de los partidos dem¨®cratas es debil¨ªsima, pues que no es bastante para evitar tales muertes.
Cuando asesinaron a Miguel ?ngel Blanco, todos quedamos espantados por lo siniestro y lo calculado de ese crimen, y muchos no comprendieron c¨®mo a los asesinos no se les abland¨® el coraz¨®n ante las multitudinarias manifestaciones que exig¨ªan, ped¨ªan y suplicaban clemencia y piedad para un hombre que no s¨®lo era inocente, sino que estaba empezando a vivir, sin comprender quiz¨¢ que los terroristas no es que fuesen inflexibles, sino sordos, y que los sordos no oyen m¨¢s porque se les grite m¨¢s fuerte.
Durante aquellos d¨ªas de julio muchas personas del Pa¨ªs Vasco pensaron: "Al fin esto se va a acabar", ilusionadas por la maravillosa respuesta popular, porque aquello fue como una revoluci¨®n pac¨ªfica. La inmensa mayor¨ªa del pueblo estaba en la calle y la mayor parte de los militantes de HB se metieron debajo de las piedras, asustados, acoquinados de veras, convencidos muchos de ellos incluso de que esa vez "se hab¨ªan pasado". ?D¨®nde estaba la Mesa Nacional esos d¨ªas? Muchos pens¨¢bamos: esas manifestaciones en el Pa¨ªs Vasco los van a sacar de sus guaridas, los arrojaremos de esta tierra, ser¨¢ una verdadera revoluci¨®n pero sin que corra la sangre, el pueblo entero, sin armas en la mano, se acercar¨¢ a las sedes de HB, ir¨¢n casa por casa, los sacar¨¢n a la calle, como cuando el pueblo de Lisboa, en la revoluci¨®n de los claveles, busc¨® uno por uno a todos los torturadores de la PIDE, como cuando el pueblo franc¨¦s sac¨® de sus casas a los "colabos" de los nazis, y los echar¨¢n de los pueblos, los arrojar¨¢n al mar, los pondr¨¢n en unas barcas y esperar¨¢n a que se los lleve la marea. Al fin la luz de la raz¨®n les expulsar¨¢ de aqu¨ª, pens¨¢bamos. Los ertzainas se quitaron incluso esos pasamonta?as que tambi¨¦n usan los terroristas, porque de ese modo ellos mismos se hacen la ilusi¨®n de que son la "otra" polic¨ªa vasca. Entonces los nacionalistas del PNV y de EA, haciendo gala de la unidad con IU, empezaron a decir que eso ser¨ªa un linchamiento moral entre vascos y que no lo iban a consentir, y dieron a entender (sin dar a entender, para eso est¨¢n las palabras) que eran preferibles una o dos muertes de vez en cuando a que hubiera una desuni¨®n entre vascos, y los ertzainas volvieron a ponerse los pasamonta?as, lo que en el lenguaje de los macarras viene a significar, m¨¢s o menos, una triste y vergonzosa claudicaci¨®n.
De modo que el des¨¢nimo volvi¨® a cundir a los pocos d¨ªas, y los c¨®mplices, en cuanto vieron que nadie hab¨ªa tenido "el coraje" de lincharlos o de expulsarlos de esa tierra, empezaron de nuevo a salir de los escondrijos, m¨¢s engallados que nunca, y a pavonearse por los mismos bares, por la calle, a todas horas, a amenazar, y los terroristas volvieron a extorsionar, a destrozar las ciudades impunemente, a asesinar y a repetir su frase, tambi¨¦n habitual: "Esto es un problema pol¨ªtico y se le ha de dar una soluci¨®n pol¨ªtica", y hasta tal punto llevaron a cabo ese programa, durante el proceso contra la Mesa Nacional de HB, que se les vio a todos ellos, habituados a conculcar todos y cada uno de los grandes principios del Derecho Natural, empezando por el de la vida, buscar pat¨¦ticamente min¨²sculos art¨ªculos legales para burlar la acci¨®n de una justicia en la que dec¨ªan no creer, con tal de no ir a la c¨¢rcel, cuando en realidad lo que tendr¨ªan que haberse preguntado, si hubiesen sido hombres de honor, habr¨ªa sido esto: "?Qu¨¦ son siete a?os de c¨¢rcel por una buena causa?".
Tras el ¨²ltimo asesinato del concejal de Zarautz, en todas partes dieron la noticia de una forma jubilosa: el obispo Seti¨¦n condenaba el asesinato en un comunicado que ley¨® con ese tonillo de los sacristanes astutos y taimados, en el que insist¨ªa en "el marcado cariz pol¨ªtico" de esa muerte, lo que demuestra que ese hombre todav¨ªa no ha comprendido, a estas alturas, o que ha comprendido demasiado bien, que un asesinato de esa naturaleza no tiene ning¨²n matiz pol¨ªtico, porque la ¨²nica pol¨ªtica y los ¨²nicos matices pol¨ªticos que se admiten en una democracia son la pol¨ªtica y los matices democr¨¢ticos, y todo lo que se salga de eso sale sobrando o entra sencillamente en el C¨®digo Penal.
Es posible incluso que el obispo tuviese la raz¨®n cuando ped¨ªa imaginaci¨®n para buscar alguna salida a este "conflicto", palabra que como se ve tampoco es manca. Y quiz¨¢, s¨ª, haga falta imaginaci¨®n:, bastar¨ªa usar las palabras adecuadas, de lo contrario har¨¢n de nosotros unos esquizofr¨¦nicos.
Es curioso tambi¨¦n. En todo esto hay algo enteramente nuevo, algo que no sale en los libros sobre la historia de los movimientos revolucionarios. Somos muchos, la inmensa mayor¨ªa, y sin embargo tenemos la sensaci¨®n de estar solos. Tenemos incluso la sensaci¨®n de que los pol¨ªticos, que deber¨ªan ir por delante, van por detr¨¢s. S¨®lo van por delante en las manifestaciones llevando unas pancartas que los terroristas tampoco leen, porque adem¨¢s de sordos son ciegos, y as¨ª, sordos y ciegos, ya han fijado una cita con cada uno de nosotros para dentro de unos d¨ªas, al doblar una esquina o al salir de casa por la ma?ana o al volver a ella de noche como una sombra m¨¢s, pues de alguna manera para ellos ya hemos muerto.
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