Progresistas y emprendedores
A veces nuestro lenguaje, con su capacidad de atesorar palabras, las guarda, pero va olvidando o adelgazando su significado, cuando no haciendo de ello un estereotipo. En castellano com¨²n, la palabra empresario ha pasado a indicar s¨®lo el due?o de una empresa. Aceptamos que puede tratarse de una empresa de cierto empaque, de una organizaci¨®n que re¨²ne a muchos trabajadores o empleados, pero, en el fondo, vemos al empresario movi¨¦ndose en una trocha angosta, imbuido del ethos del capitalismo con las im¨¢genes que ello comporta: ganar dinero, vivir del trabajo ajeno,. etc¨¦tera. El emprendedor (cuando o¨ªmos c¨®mo pronuncian esta palabra los norteamericanos, deja de preocupamos el significado quedamos nosotros a empresario) es una especie de productor de cine; alguien que, sin mucho capital, busca la oportunidad de realizar una obra. Para lograrlo convoca a otras personas: inversores, directores, artistas, t¨¦cnicos... Supervisa el gui¨®n y mantiene la mirada puesta en el p¨²blico, al que quiere interesar y gustar, al tiempo que gozar ¨¦l mismo con lo que hace. Algo parecido representar¨ªa quien dise?a moda.El emprendedor del que hablo es un innovador cultural -como lo puede ser el artista o el l¨ªder pol¨ªtico- capaz de poner en movimiento nuevas pautas culturales y crear mutaciones, porque en sus actitudes est¨¢ presente la preocupaci¨®n por el modo de vida de la comunidad.
No olvidemos que el ¨¦xito del emprendedor produce cambios, de diferentes escalas, en los h¨¢bitos de su entorno. Un caso paradigm¨¢tico de este siglo fue, sin duda, Henry Ford. Cre¨® masivamente coches baratos y duraderos, a unos precios que pudieran pagar sus propios trabajadores, a los que mejor¨® sus retribuciones. Con ello alter¨® nuestras vidas en esferas totalmente alejadas de su idea original. Las ciudades pasaron a ser centros de trabajo y comercio, mientras una buena parte de la poblaci¨®n se desplaz¨® a residir en las afueras buscando m¨¢s calidad de aire. Los grandes desplazamientos se hicieron normales y todos -cual m¨¢s, cual menos- nos enteramos de c¨®mo funcionaban esas grandes m¨¢quinas a nuestra disposici¨®n cotidiana.
El caso de Ford nos permite fijar otra faceta del emprendedor, como creador de comunidades en las que participan empleados, proveedores, clientes, financieros, etc¨¦tera. M¨¢s all¨¢ del producto, ¨¦ste genera una nueva relaci¨®n social caracterizada por un estilo determinado, que luego se propaga, saltando la frontera de la comunidad inicial. Influyen no s¨®lo en sus seguidores, sino tambi¨¦n en sus adversarios, y terminan impactando en nuestra cultura.
En los ¨²ltimos a?os un ruido de creciente oleaje nos alcanza, empuj¨¢ndonos al siglo XXI: el uso mundial de Internet. S¨²bitamente tomamos conciencia de que algo importante est¨¢ pasando aqu¨ª y all¨¢, y nadie lo conduce ni controla. En este marco, Netscape ha dado un ejemplo de innovaci¨®n empresarial con efectos vertiginosos. Los principales cambios nacieron de peque?os avances dentro de una comunidad de cient¨ªficos del CERN en Ginebra y de la Universidad de Illinois, en Estados Unidos.
El verdadero emprendedor est¨¢ m¨¢s cerca de lo que se supone del pol¨ªtico de izquierdas que busca cambiar la realidad para mejorar la situaci¨®n de los seres humanos, o de los creadores culturales que llaman la atenci¨®n sobre las desigualdades o la opresi¨®n. Como ninguno de ellos trabaja en contra sino a favor del cambio hist¨®rico, se convierten en sus agentes aceleradores. Es dif¨ªcil no admirar sus esfuerzos cuando advertimos su capacidad para crear nuevas pautas culturales, nuevos modos de ver o hacer las cosas.
Las oportunidades de empujar el cambio en el mundo crecen. Con la globalizaci¨®n y la eliminaci¨®n de todo tipo de barreras para el desarrollo de los mercados, con la disminuci¨®n de costes de la comunicaci¨®n electr¨®nica, la posibilidad de iniciar empresas peque?as de alcance global se acerca a nuestras manos. Internet es el precursor del cambio, pero no es el cambio en s¨ª. Una manera de ver tanto las oportunidades como la naturaleza del cambio que se avecina la podemos encontrar en Netscape, la peque?a empresa establecida en el Silicon Valley, con poco m¨¢s que el sentido com¨²n y la creatividad de sus fundadores. Se les ocurri¨® que podr¨ªamos ver distintos emplazamientos en la World Wide Web m¨¢s o menos como si revis¨¢ramos los libros de una biblioteca. Ahora, los primitivos usuarios de Netscape no s¨®lo est¨¢n abriendo Internet, como si fuera un nuevo continente, a cualquiera que tenga acceso a un ordenador; sino que Netscape, como agente comunicador, ha pasado a cambiar la naturaleza del capital y de las ventas. Empezaron regalando su producto a los usuarios, en contra de la costumbre. Cobraban a los que quisieran usar Netscape como vitrina para su marketing. Es como si nos regalaran un televisor y luego los anunciantes pagaran para conseguir nuestra atenci¨®n. Sobre esta base, Netscape fue capaz de iniciar su venta de acciones colocando el list¨®n de su valor en 2.500 millones de d¨®lares. Cada d¨ªa encontramos valor en aquello que nos re¨²ne de modo innovador. La consecuencia l¨®gica es que la noci¨®n de capital tiene que cambiar, igual que la noci¨®n de valor. (Empieza a comprobarse, como dec¨ªa A. Machado, que "todo necio confunde valor y precio").
Por lo expuesto se deduce que los socialdem¨®cratas deber¨ªan conocer mejor a los capitalistas de riesgo (venture capitalist). Como los banqueros cl¨¢sicos, ellos tienen la obligaci¨®n de conservar el capital, lo que los inclina a una actitud pol¨ªtica conservadora. Pero al mismo tiempo el capitalista de riesgo ha aprendido que para preservar el capital debe generar capital; es decir, debe arriesgarse.
Es extra?o que la gente de izquierda nunca haya tomado en consideraci¨®n a esos emprendedores que en cada barrio de la ciudad ayudan a su manera a la comunidad en la que viven, como hacen los artistas y otras figuras culturales. Es curioso que, si los progresistas han cultivado las relaciones con el mundo de la cultura, nunca se hayan acercado a los emprendedores, salvo en contad¨ªsimas excepciones, como en Italia del norte. La izquierda, ocupada en regular y controlar ad limitem el mercado (el ¨¢mbito en que se mueven los emprendedores), con indiferencia y, a veces, con hostilidad, arroja a los empresarios en brazos de la derecha. Esta falta de reconocimiento tiene sus consecuencias.
Cada d¨ªa mayor n¨²mero de j¨®venes de ambos sexos, con talento y herederos de una cultura de izquierda, se integran en la empresa privada en lugar de ir al servicio p¨²blico. Cuando lleguen a identificarse pol¨ªticamente lo har¨¢n en aquellos partidos capaces de comprender la funci¨®n empresarial y defender sus enormes posibilidades. Hoy se inclinar¨¢n por la derecha. Se integrar¨¢n al ethos conservador y a los partidos que tutelan el orden, aunque al joven emprendedor ese orden -r¨ªgido, inmovilista y ego¨ªsta- no le vaya porque su tendencia natural est¨¦ con la necesidad de cambiar las cosas. Esto les hace vivir contradictoriamente, pero se mantienen donde est¨¢n. Mientras la izquierda no distinga a los emprendedores de los simples rentistas del capital, seguiremos careciendo de su confianza.
Como la producci¨®n de nuevas formas de capital exige hoy grandes riesgos, el capitalista que est¨¢ dispuesto a asumirlos se ve obligado a buscar agentes emprendedores y, tarde o temprano, pasa ¨¦l mismo a comportarse como un empresario para generar capital. Ser¨ªa conveniente que los socialdem¨®cratas reconocieran, apreciaran y cultivaran a estos agentes del cambio, porque de la transformaci¨®n del capital que ellos est¨¢n produciendo podr¨ªa derivarse una redistribuci¨®n de acceso al capital. Los expertos empiezan a ver aqu¨ª una nueva especie de capital: el capital intelectual. Es apenas la punta del iceberg. El capital ya no es una roca sobre la que se fundamenta la inmovilidad, sino una materia con la que se gestan los cambios sociales. Si el capitalista de riesgo se ha lanzado a producir cambios, que a su vez generan mutaciones sociales, ser¨ªa aconsejable que la socialdemocracia fuera coprotagonista de ese cambio m¨¢s que "controladora y reguladora" del mismo.
En resumen, la izquierda se esfuerza, en su enfoque pol¨ªtico, en el mantenimiento a la defensiva de un Estado del bienestar que proteja a los m¨¢s d¨¦biles contra la depredaci¨®n. Este resguardo es tan importante en nuestras sociedades que no podemos abandonarlo ni abandonar la defensa de la justicia social. Pero la historia nos abre otra posibilidad en la hora presente: entregar a millones de ciudadanos un poder que les permita desarrollarse en la medida de sus posibilidades. Concederles una autonom¨ªa que hasta ahora s¨®lo estaba al alcance de los muy ricos o con mucho talento. No es el tipo de autonom¨ªa para asegurarlas necesidades b¨¢sicas. Consiste en dar libertad para hacerse a s¨ª mismos, para explorar la propia capacidad de hacerse cargo de una necesidad social y establecer una empresa. Est¨¢ aumentando el n¨²mero de personas que disfrutan con esa autonom¨ªa empresarial. La tarea que enfrentamos es c¨®mo evitar que esa gente piense que aquello que est¨¢ haciendo es s¨®lo reconocido por la ideolog¨ªa conservadora del mercado libre y del libre comercio. Llevamos tanto tiempo malinterpretando a los empresarios, vi¨¦ndolos s¨®lo como gente que persigue la ganancia personal, que en la actual coyuntura ser¨ªa muy posible que, tanto ellos como nosotros, percibi¨¦ramos de modo err¨®neo este momento hist¨®rico. Ser¨ªa una doble p¨¦rdida. Para nosotros significar¨ªa dejar pasar la oportunidad de identificar a los emprendedores como actores de un cambio de cultura y apartarlos de nuestra tarea de establecer una sociedad m¨¢s justa. Para ellos significar¨ªa perder el apoyo de quienes est¨¢n en situaci¨®n de reconocer, sostener y alimentar su grandeza cuando la alcanzan, como podemos hacerlo cada uno de nosotros.
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