C¨®mo somos
Prosperidad estaba bien situada con relaci¨®n al aeropuerto de Barajas, por lo que en los primeros sesenta se empez¨® a poblar de azafatas, pilotos, mec¨¢nicos de vuelo y empleados aeron¨¢uticos en general. El padre de Vicente Holgado, un compa?ero del colegio Claret, era piloto de Iberia y ten¨ªa una casa estupenda en L¨®pez de Hoyos, donde vimos las primeras im¨¢genes de televisi¨®n en blanco y negro. Vicente nos surt¨ªa de aquellos chicles aplastados que su padre tra¨ªa de Am¨¦rica y en los que se concentraba el prestigio de lo extraplano del que a?os despu¨¦s se benefici¨® con ¨¦xito la industria relojera suiza. En su casa descubrimos la primera caja de kleenex, que nos pareci¨® un lujo insoportable. La cultura del usar y tirar resultaba incomprensible en personas que se encari?aban enseguida con lo que manejaban. De hecho, aquella caja de pa?uelos de papel permaneci¨® a?os en el sal¨®n para ser adorada, pero nadie, que nosotros supi¨¦ramos, lleg¨® a usarla para fines que no fueran religiosos. Rez¨¢bamos por ser colonizados.La casa de Holgado ten¨ªa a¨²n otro est¨ªmulo: las batas transparentes de su madre, que se paseaba por el cuarto de estar ataviada con unos tejidos extranjeros tras los cuales, en fugaces y enloquecedoras visiones, aparec¨ªa la dimensi¨®n de la piel, entonces tan profunda. Lo ¨²nico realista y en consecuencia chocante de aquella mansi¨®n era un baldos¨ªn colgado en la pared del pasillo donde pon¨ªa: "Aqu¨ª vive un radiotelegrafista". Pese a nuestra ignorancia, sab¨ªamos que un radiotelegrafista era inferior a un piloto en cualquier escalaf¨®n al que se acudiera a consultar. A ning¨²n general, pens¨¢bamos, le habr¨ªa gustado presumir de sargento. Pero nadie se atrevi¨® a colocar a Holgado frente a aquella contradicci¨®n que ¨¦l parec¨ªa sobrellevar con enorme entereza (a¨²n no conoc¨ªamos el t¨¦rmino desfachatez).
-Mi padre es piloto -dec¨ªa a la menor oportunidad, como si jam¨¢s hubiera visto aquel ladrillo delator.
El otro detalle realista era tambi¨¦n un azulejo cercano al anterior, aunque algo m¨¢s cutre, en el que se pod¨ªa leer:"Dios bendiga cada rinc¨®n de esta casa". Si me gustaba aquel hogar era precisamente por la imposibilidad de que Dios se encontrara a gusto en ¨¦l, o eso pensaba yo cuando ve¨ªa salir del dormitorio a la madre de Vicente envuelta en aquellos tejidos vaporosos mucho m¨¢s excitantes que el nailon, adonde nuestra imaginaci¨®n escalaba ya con dificultades. Habr¨ªa dado la vida por tocar los encajes de aquellas prendas, que seguramente se deshac¨ªan, como la niebla, entre los dedos. Pero en todo placer hay siempre unpunto oscuro, y el que me atormentaba a m¨ª era el del baldos¨ªn con la leyenda del radiotelegrafista. Si el padre deVicente no era piloto de verdad, todo lo dem¨¢s, incluidos los Estados Unidos de Am¨¦rica y los pa?uelos de papel,corr¨ªa el peligro de ser tambi¨¦n una fantas¨ªa imposible. Un d¨ªa no pude controlarme y le se?al¨¦ el azulejo
-?Pero tu padre es piloto o qu¨¦? -pregunt¨¦ aterrado.
-Ah, eso -se limit¨® a decir Vicente observando la prueba del delito como si no hubiera reparado hasta entonces en ella.
Aquel d¨ªa no quise presionarle m¨¢s y despu¨¦s ya no tuve oportunidad de hacerlo porque se fue distanciando de m¨ª y pronto dej¨¦ de ir a su casa. Durante muchos a?os todav¨ªa continuamos cruz¨¢ndonos por las calles del barrio y luego supimos el uno del otro por terceras personas. Vicente, en fin, intent¨® estudiar para piloto, pero pareceque fue rechazado y se march¨® a Am¨¦rica, donde entonces se obten¨ªa ese carnet con la facilidad del de conducir.Cuando regres¨® a Espa?a logr¨® tras infinitos esfuerzos ser admitido en Aviaco. Yo entonces trabajaba en el gabinete de prensa de Iberia, y un d¨ªa apareci¨® por all¨ª de uniforme,y me trat¨® con enorme desprecio, lo que se ajustaba a su idea de ser piloto. Me hizo gracia, pero sobre todo me hizo pensar que venimos al mundo para corregir estas peque?as desviaciones entre nuestra novela familiar y nuestro curr¨ªculo. Vicente hab¨ªa dedicado su vida a enmendar aquella imperfecci¨®n de su padre. Seguro, pens¨¦, que ahora tendr¨ªa en su casa un azulejo en el que pon¨ªa: "Aqu¨ª vive un piloto". O mejor a¨²n: "Aqu¨ª vive un astronauta". Para jorobarle la existencia a su hijo, que tendr¨ªa que superarle. C¨®mo somos.
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