Ovaciones y bostezos
La segunda corrida de Bogot¨¢ fue como el clima del Tr¨®pico por estas ¨¦pocas: calor al comienzo, fr¨ªo cuando empiezan las sombras. Ovaciones hasta la apoteosis unas veces. Bostezos y silencio, otras. El contraste estuvo entre los toros, ap¨¢ticos, generalmente medidos de fuerza, y el gesto de una tema que puso desde la honradez hasta el arte.Jos¨¦ Tom¨¢s confirmaba la alternativa. Espada nuevo en esta plaza pero precedido por una imagen concreta: la de su toreo reposado. Salt¨® el primero a la arena y, s¨ª. Sus embestidas murieron una y otra vez en un capote sosegado. Luego vino la muleta. Tambi¨¦n lenta, tambi¨¦n cadenciosa, pero sin ligar. Un natural profundo, pausa, silencio; cuatro peque?os pasos en el mismo sitio. Espera, otro natural. Otra pausa. M¨¢s pasos. Natural, ovaci¨®n. La estocada hizo estallar los tendidos. El segundo fue opaco y aun cuando lucieron algunos naturales, se alargaron las pausas y se acab¨® el temple. Y comenzaron los bostezos. El silencio alcanz¨® la temperatura de la tarde yerta.
Torrealta / Rinc¨®n, Ponce, Tom¨¢s
Toros de Torrealta, sosos, parados. C¨¦sar Rinc¨®n: estocada (dos orejas); pinchazo y estocada (ovaci¨®n y saludos). Enrique Ponce: estocada (oreja); estocada (dos orejas). Jos¨¦ Tom¨¢s: estocada (oreja); pinchazo y estocada (silencio).Plaza de Santamar¨ªa, 25 de enero. Lleno.
Ninguno se arrim¨® tanto como C¨¦sar Rinc¨®n. Y ninguno logr¨® la dimensi¨®n de sus muletazos que comenzaban m¨¢s all¨¢ del largo de su brazo y terminaban en igual forma, pero pas¨¢ndose la res a mil¨ªmetros de la faja, en una faena que tuvo el m¨¦rito de la ligaz¨®n, del enganchar uno a uno los muletazos limpios. Su segundo fue m¨¢s apagado y m¨¢s brusco y el espada termin¨® pr¨¢cticamente metido entre la cuna de sus pitones.
Cuando inici¨® Ponce, comenzaba el fr¨ªo. Su primero era parado, soso. Un toro de pocos pases en otras manos, hasta cuando se lo llev¨® a los medios y empez¨® a ofrecerle la muleta con tanto conocimiento que la faena fue a m¨¢s, y a¨²n cuando el toro no deseaba responder, tuvo que hacerlo. No una sino muchas veces, hasta que el calor se tradujo en apoteosis. Una oreja tras la cual dio dos vueltas al grito de "Dos, dos". En el segundo se repiti¨® la historia ante un toro pensativo, menos dispuesto a transmitir, refugiado en las tablas, hasta donde lleg¨® el espada y arranc¨® una sucesi¨®n de tandas que ahora se premiaban con el grito de "Torero, torero", aludiendo no s¨®lo a la entrega sino al arte. Y la estocada. El ruedo termin¨® hecho un tapiz de claveles y sombreros. A pesar del fr¨ªo.
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