Las Espa?as: una idea plural del Estado
Todos los espa?oles que ahora tenemos m¨¢s de cincuenta a?os hemos sido educados en una vieja idea de Espa?a que ahora est¨¢ en franca revisi¨®n. Es una idea que fue impulsada por el franquismo, pero que en realidad ten¨ªa antecedentes muy anteriores. ?sta es la idea que debe ser revisada y quiz¨¢ el no haberlo hecho en su momento es lo que ha originado la mayor¨ªa de las tensiones y conflictos que estamos presenciando.Esta vieja idea de Espa?a a la que me refiero tuvo su origen en el principio de centralizaci¨®n que fue impulsado por la Casa de Borb¨®n desde que, a principios del siglo XVIII, ¨¦sta empez¨® a reinar en Espa?a; se trata de una idea basada en la unidad y homologaci¨®n entre las distintas regiones espa?olas que, bajo el impulso napole¨®nico y con la divisi¨®n administrativa en provincias, adquiri¨® una dimensi¨®n jacobina que, en realidad, era ajena a nuestra tradici¨®n secular m¨¢s profunda.
Este impulso a la unidad y a la centralizaci¨®n de Car¨¢cter pol¨ªtico cre¨® el caldo de cultivo que dar¨ªa lugar a una interpretaci¨®n castellanista de la historia de Espa?a, a cuya forja contribuy¨® decisivamente la generaci¨®n del 98: hombres todos ellos que, provenientes de la periferia espa?ola, se instalan en Madrid y desde ¨¦l descubren Castilla. Las excursiones al campo castellano, la descripci¨®n de sus paisajes y monumentos, la visita a sus viejas ciudades, van creando las condiciones que pondr¨¢n las bases de esa interpretaci¨®n castellanista que encontrar¨¢ en Ram¨®n Men¨¦ndez Pidal su legitimaci¨®n historiogr¨¢fica de car¨¢cter cient¨ªfico. Desde que iniciara sus investigaciones sobre los siete infantes de Lara o el Poema del Cid hasta la exaltaci¨®n de su figura hist¨®rica que hacen del Cid Campeador un forjador arquet¨ªpico de la naci¨®n espa?ola, toda la obra menendezpidaliana ha estado regida por la idea de Castilla como paradigma de lo espa?ol.
Un ilustre historiador ha se?alado c¨®mo en Men¨¦ndez Pidal se da la uni¨®n entre su admiraci¨®n castellanista y una magn¨ªfica erudici¨®n como fil¨®logo e historiador, articulando una visi¨®n de la historia de Espa?a basada sobre la constante primac¨ªa de Castilla, de su lengua y de su esp¨ªritu; "su libro La Espa?a del Cid, en el que convergen muchos a?os de trabajo sobre el mismo tema, muestra con una plasticidad impresionante una Espa?a medieval presidida por la iniciativa y por el esp¨ªritu castellano" (Jover Zamora). En su largo trabajo, logra Men¨¦ndez Pidal restaurar la figura del Cid como s¨ªmbolo de Castilla, primero, y como expresi¨®n de la unidad nacional, despu¨¦s. Aunque reconoce que la idea de la unidad nacional hisp¨¢nica no es castellana en sus or¨ªgenes, sino leonesa, la verdad es que ser¨¢ Castilla quien recoja esas aspiraciones de unidad nacional. Al identificar el esp¨ªritu castellano con el nacional, libera a la figura del Cid de localismo particularista y le da un nuevo alcance arquet¨ªpico de h¨¦roe espa?ol por excelencia, bien visible en las frases con que Men¨¦ndez Pidal le descubre en 1950 cuando dice que "el Cid es el h¨¦roe ep¨®nimo de cu¨¢n grande es Espa?a; ¨¦l le da nombre al pueblo espa?ol y a las tierras espa?olas todas que, unidas en la obra cidiana, se volver¨¢n a unir bajo los Reyes Cat¨®licos para lanzarse a la empresa del Imperio hisp¨¢nico-indiano". El Cid se convierte as¨ª en la investigaci¨®n menendezpidaliana en el s¨ªmbolo irrefutable de lo que luego ser¨¢ la unidad nacional, puesto que ¨¦l tuvo la intuici¨®n de presentirla genialmente cuatro siglos antes de su constituci¨®n. La Castilla de que el h¨¦roe es expresi¨®n se convertir¨¢ as¨ª en arquetipo de la unidad nacional.
En la idea que as¨ª desarroll¨® a lo largo de su investigaci¨®n de muchos a?os, Men¨¦ndez Pidal no hace sino ser fiel a los condicionantes del esp¨ªritu noventayochista, que ya hab¨ªa quedado configurado por el genial grupo literario a principios de siglo. En 1915 el lugar com¨²n ha adquirido carta de naturaleza; en ese a?o, Julio Senador, famoso notario vallisoletano, escribe su libro Castilla en escombros, donde los t¨®picos est¨¢n bien asentados. En el pr¨®logo nos dice: "Al hablar de Castilla enti¨¦ndase que nos referimos a toda la regi¨®n central, incluyendo Le¨®n, Extremadura, gran parte de Arag¨®n y otra mucho mayor de Andaluc¨ªa". El mito est¨¢ ya tan s¨®lidamente establecido que cree que toda la regeneraci¨®n espa?ola ha de empezar por Castilla; por eso dice de ¨¦sta que "es el regulador de la vida nacional; y no hay manera de que Espa?a renazca fuerte y grande mientras Castilla siga viviendo en la abyecci¨®n. Sobre este solar debi¨® construirse la nueva patria como se construy¨® la vieja". Tras todo lo dicho no puede extra?amos que en 1921, Ortega y Gasset diga que "Castilla hizo a Espa?a y que Castilla la deshizo", a lo que agrega rotundo: "s¨®lo cabezas castellanas tienen ¨®rganos adecuados para percibir el gran problema de la Espa?a integral".
A la altura de nuestro tiempo es evidente que esa visi¨®n castellanista de nuestra historia constituye una simplificaci¨®n que, mientras se mantuvo en el puro plano de la historiograf¨ªa, no cre¨® problemas insolubles. La cuesti¨®n se agrav¨® con la utilizaci¨®n pol¨ªtica que de esa interpretaci¨®n hizo el franquismo, llev¨¢ndola a la extravagancia anacr¨®nica de "por el Imperio hacia Dios". La consecuente negaci¨®n de la pluralidad espa?ola no pod¨ªa m¨¢s que provocar una reacci¨®n crispada de repulsa, la cual a su vez indujo a un airado rechazo. A los que se negaban a aceptar una visi¨®n tan unilateral de la historia espa?ola, se les acus¨® de favorecer la fragmentaci¨®n y el separatismo, aplic¨¢ndoles el ep¨ªteto de "anti-espa?oles", a cuya denominaci¨®n se acogen satisfechos. Desde luego, si ser espa?ol es ser castellano de pura cepa o dar por buena la interpretaci¨®n castellanista de la historia, sin admitir otras alternativas, la reacci¨®n por parte de estos otros espa?oles no puede ser m¨¢s l¨®gica: "Entonces -dice el catal¨¢n o el vasco de turno- yo no soy espa?ol". As¨ª nace una pobre y estrecha idea de Espa?a, negadora de su esencia m¨¢s profunda: el de una rica variedad de lenguas y culturas, que ha sido a su vez creadora y forjadora de pueblos y naciones distintas y distantes, aunque unidos todos por una historia y una lengua comunes. Una historia, desde luego, s¨®lo explicable por el di¨¢logo, la comunicaci¨®n y la interdependencia de unas partes con otras. Y una lengua, por supuesto tambi¨¦n, que es denominador com¨²n o Koin¨¦ de una inmensa variedad y pluralidad de regiones y pueblos. Es la vieja idea de las Espa?as que debe sustituir a una m¨¢s vieja a¨²n idea de una Espa?a un¨ªvoca y monocorde, esterilizada bajo el peso de una unidad que asfixia sus m¨¢s nobles impulsos creadores. Es esta idea de las Espa?as -propia de un "Estado de las autonom¨ªas"- la que debe sustituir a la anquilosada de una Espa?a un¨ªvoca que se nos ha quedado peque?a.
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