El futuro profesor universitario
La discusi¨®n sobre la reforma del t¨ªtulo V de la Ley de Reforma Universitaria (LRU) ha venido apremiada por la situaci¨®n angustiosa y an¨®mala de muchos docentes e investigadores, formados con becas a cargo del erario p¨²blico, que no tienen un lugar bien definido en la organizaci¨®n universitaria. Bajo diversas formas, han sido contratados de una manera temporal o becados para su formaci¨®n en Espa?a y en el extranjero, y se encuentran abocados a dejar la universidad donde est¨¢n cumpliendo, por lo menos muchos de ellos, tareas docentes de una manera satisfactoria, o a echar a perder largos y costosos a?os de formaci¨®n investigadora al no tener ninguna expectativa de estabilidad laboral. La legislaci¨®n que de alg¨²n modo ha propiciado la existencia de esta bolsa de contratados, quiz¨¢ deba ser sustituida por otra en la que esta situaci¨®n no vuelva a producirse. Finalmente, si queremos abordar la Universidad del futuro, es necesario preguntarse c¨®mo debe ser el profesorado y c¨®mo debe acceder a la Universidad.Es evidente que hay que separar el problema de los profesores universitarios contratados y de los investigadores, y el de la reforma del t¨ªtulo V de la LRU referente al profesorado. Cualquier mezcla de ambos temas dar¨¢ lugar a un parche que no resolver¨¢ la cuesti¨®n de fondo. Querer resolver el problema acuciante, pero transitorio, de la situaci¨®n de miles de profesores e investigadores a trav¨¦s de una ley no parece lo m¨¢s adecuado. Lo normal ser¨ªa proponer una disposici¨®n transitoria.
En el tema del acceso del profesorado quiz¨¢ valdr¨ªa la pena tomarse en serio la tan cacareada autonom¨ªa de las universidades. Resulta obvio y absolutamente indispensable que los candidatos deban ser valorados por alg¨²n tribunal o comisi¨®n de expertos, sea cual fuere la f¨®rmula. No obstante, la ¨²ltima decisi¨®n deber¨ªa recaer en los ¨®rganos adecuados creados por cada universidad al respecto. Cada universidad conoce mejor que nadie sus necesidades y debe responsabilizarse de la calidad cient¨ªfica y docente de su profesorado, con la garant¨ªa, evidentemente, de su idoneidad, demostrada ante una comisi¨®n ad hoc.
En otro aspecto, la existencia de plantillas r¨ªgidas del profesorado ordinario, titular y catedr¨¢tico, crea graves problemas de competitividad absurda entre los titulares de un mismo departamento. Muchos de ellos saben que no podr¨¢n acceder nunca a la situaci¨®n de catedr¨¢ticos si no logran aprovechar la feliz coyuntura que hace que un catedr¨¢tico desaparezca por jubilaci¨®n u ¨®bito, o, en alg¨²n caso excepcional, por una c¨¢tedra de nueva creaci¨®n. Ser¨ªa m¨¢s justo y m¨¢s sencillo que cualquier titular pudiera acceder a la categor¨ªa superior de catedr¨¢tico por m¨¦ritos propios, sin que deba guardarse la actual relaci¨®n estricta entre el n¨²mero de catedr¨¢ticos y titulares: un catedr¨¢tico por cada tres titulares. Por otra parte, no parece ninguna buena soluci¨®n la creaci¨®n de categor¨ªas de profesorado inferiores a la de titular, so pena de degradar el estatus.
Otro tema importante, nunca planteado en la Universidad de nuestro pa¨ªs, al rev¨¦s de lo que sucede en otros pa¨ªses de Europa, es el de fijar legalmente los porcentajes propios, de cada persona y para cada curso, de dedicaci¨®n a la investigaci¨®n y a la docencia. Se valora m¨¢s la investigaci¨®n que la docencia, por un lado, y, por otro, se establecen las plantillas solamente en funci¨®n de la docencia. Creemos que ya ha llegado la hora de que estas contradicciones desaparezcan y no se aumente la esquizofrenia y voluntarismo en que se mueve el trabajo diario de los profesores.
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